El lingüista y crítico literario ruso Mijaíl Bajtín nos ha legado una serie de valiosos aportes, como, por ejemplo, la posibilidad de pensar la literatura como enunciado.
En este artículo procuraremos hacer un breve recorrido por sus teorías más importantes.
Mijaíl Bajtín fue un personaje tan heterogéneo como el conjunto de teorías que formuló a lo largo de su vida. Así como se ocupó de problematizar el texto literario, insistiendo en el carácter polifónico del enunciador, en su cualidad dialógica y en la diversidad de géneros discursivos que le son limítrofes, también se presentó él mismo como un personaje ambiguo y enigmático. Por un lado, los nombres de Volóshinov y Medvédev, tan ligados al suyo, se suponen seudónimos que el mismo crítico utilizó cuando se vio amenazado por el estalinismo; por el otro, su teoría no se constituye como un sistema estricto y acabado, sino que germina de una manera similar a la de la creación estética.
En la obra de Bajtín podemos distinguir, al menos, cuatro períodos:
- El fenomenológico: en el que trata la relación autor/héroe como una relación entre seres humanos reales.
- El sociológico: en el que prioriza lo social, postulando que el lenguaje y el pensamiento son intersubjetivos.
- El lingüístico: en el que, en oposición a la lingüística estructural y a la poética formalista, propone un análisis "translingüístico", es decir, una pragmática, que sostiene que el discurso es un puente que se tiende entre las personas (durante esta época escribe su trabajo sobre Dostoievski[1]).
- El histórico-literario: donde expone que la obra literaria es un discurso homogéneo, pero opuesto a las normas lingüísticas generales (durante esta época escribe su libro sobre Rabelais[2] y su teoría de la diversidad de los discursos).
Como podemos apreciar, en la base de la teoría bajtiniana del lenguaje reside el concepto de enunciado, entendido como unidad real de la comunicación discursiva, unidad que depende de sus propias circunstancias de enunciación. En un texto literario, por ejemplo, se establecen distintos tipos de diálogos: entre el lector y el autor, entre el autor y el héroe, entre los personajes. Por lo general, el enunciado literario se remite a otros enunciados, al mismo tiempo que dialoga con otros enunciados literarios. De hecho, Bajtín postuló que el texto literario es una forma especial de enunciado, uno que establece, en primer lugar, un diálogo histórico con el lector y, en segundo lugar, un diálogo poético con las demás obras literarias.[3]
Ahora bien, el lenguaje es también ideología, y la literatura -material lingüístico por excelencia- no escapa a esta condición. Pongámoslo de esta forma, no hay literatura sin lectores, y no hay lectores que no estén atravesados por las variables espacio-temporales y con las cargas culturales, históricas y sociales que aquellas implican. La literatura contiene una memoria, la de la sociedad y la de un sector social, o, por lo menos, la de quienes escribieron y pudieron transmitir esa memoria con cierta persistencia. Así pues, el enunciado literario, por el solo hecho de estar dirigido a alguien en un contexto determinado, es social; de lo que se infiere que el factor ideológico es pasible de ser rastreado en el sentido de la obra (aunque también en su forma).
Bajtín no se ocupa del discurso poético sino para diferenciarlo del narrativo, que es el que realmente le interesa. En Teoría y estética de la novela, libro de 1935, dice que en la poesía no se utiliza la "dialogización" natural del discurso. En la poesía, el discurso se basta a sí mismo y no presupone, más allá de sus límites, los enunciados del otro. El estilo poético -al menos, en apariencia- ignora la existencia de una historicidad o de una determinación social. Todas las intenciones de sentido se realizan dentro del lenguaje, de ahí que digamos que el estilo poético exige que el poeta asuma el lenguaje como un hecho inaugural, único. El poeta no puede oponer su conciencia poética y sus propios proyectos al lenguaje que utiliza. El lenguaje le es dado desde el interior, a medida que elabora sus intenciones. La unidad y la unicidad del lenguaje son las condiciones obligatorias de la individualidad intencional del discurso poético. El prosista, en cambio, trata de expresar en el lenguaje del otro aquello que le concierne, es decir, mide su propio mundo según una escala lingüística convencional.[4]
En suma, el poeta, al rechazar el lenguaje literario de la prosa, intenta crear artificialmente un lenguaje nuevo, único, cerrado en su profundo ensimismamiento. No hace falta que se transparente por detrás del lenguaje una figura social (un personaje-narrador). Hay una sola figura que gravita, la figura del autor responsable de cada palabra, puesto que cada palabra es asimismo su invención.[5] Por numerosos que resulten los hilos semánticos o las alusiones, todo sirve a una sola perspectiva: la de la correlación directa del movimiento del símbolo poético con su objeto. El ritmo, a su vez, reafirma y subraya el carácter cerrado del lenguaje poético.
Por lo tanto, el carácter polifónico de todo enunciado queda obturado en el discurso poético que retoma el valor autotélico que otrora le asignara el formalismo. Todos los argumentos de la estética de Bajtín quedan bloqueados cuando se los confronta con la poesía. Sin embargo, sus planteos respecto de la novela son válidos, salvando las distancias, para la poesía posterior a Baudelaire. Al menos en esa poesía hay crítica del lenguaje, es decir, de la visión de mundo que este lenguaje acarrea, y ruptura de su unicidad en relación con la del sujeto hablante.
El punto más elevado de los postulados bajtinianos se puede hallar en "El problema de los géneros discursivos", trabajo escrito en 1953 e incluido posteriormente en el libro Estética de la creación verbal. Ahí, Bajtín nos revela que todo enunciado refleja las condiciones específicas de su producción y el objeto de la esfera de la actividad humana a la que pertenece, no solamente por su contenido temático y su estilo verbal, sino también por su composición y estructura. Los tres aspectos (tema, estilo y estructura) están vinculados en la totalidad y son determinados por la especificidad de cada esfera comunicativa. De acuerdo con esto, llamamos géneros discursivos a los tipos más o menos estables de enunciados pertenecientes a una determinada esfera de la actividad humana.
Los géneros discursivos son moldes, protocolos, que sirven para orientar la comunicación dentro de un ámbito social. Ellos imponen un orden, un método, sin el cual sería imposible cualquier comunicación. Ellos, como diría el mismo Bajtín, "son correas de transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua. Ni un solo fenómeno nuevo (fonético, léxico, gramatical, etc.) puede ser incluido en sistema de la lengua sin pasar la larga y compleja vía de la prueba de elaboración genérica". En otras palabras, los géneros discursivos representan el nexo en función del cual el texto se pone en relación con el universo comunicacional que lo rodea.
Bajtín propone dos categorías generales que sirven para agrupar los géneros en primarios (o simples) y secundarios (o complejos). Esta distinción se plantea en función del grado de complejidad o de elaboración del género y de su relación con el contexto extraverbal. Así, integran los géneros primarios todas las formas de la oralidad: diálogos íntimos, familiares, saludos, preguntas sencillas, expresiones de deseo, felicitaciones, etc. Estos géneros surgen de la comunicación discursiva inmediata y para dominarlos no es necesario poseer una competencia específica, sino que aprendemos a usarlos de manera "natural". Si los géneros primarios son predominantemente orales, los secundarios responden a formas predominantemente escritas. Dichos géneros (novelas, dramas, investigaciones científicas de toda clase, artículos periodísticos, etc.) surgen en condiciones comunicacionales culturalmente más complejas y exigen, por tanto, una organización igualmente codificada. Desde esa perspectiva, El Quijote sería un enunciado apenas un poco más elaborado que el locuaz saludo de un pariente. Así lo explicaba el propio Bajtín:
[...] debemos incluir en los géneros discursivos tanto las breves réplicas de un dialogo cotidiano [...] como un relato (relación) cotidiano, tanto una carta (en todas sus diferentes formas) como una orden militar, breve y estandarizada; igualmente allí entrarían un decreto extenso y detallado, el repertorio bastante variado de los oficios burocráticos [...], todo universo de declaraciones públicas [...]; pero además tendremos que incluir las manifestaciones científicas, así como todos los géneros literarios (desde un dicho hasta una novela en varios tomos).[6]
Toda comprensión de un discurso vivo, de un enunciado dinámico, supone asimismo una respuesta. La comprensión activa puede traducirse en una acción inmediata, o puede quedar por un tiempo en estado de latencia, para convertirse luego en respuesta, ya que todo lo escuchado y comprendido será convertido en discursos posteriores y en conducta.
La aparición del artículo "El problema de los géneros discursivos" fue sin duda un gran aporte para las ciencias del lenguaje. A partir de este trabajo se pudo postular una competencia discursiva que trabaje con categorías más abstractas -comunes a tipos diferentes de discurso- y avanzar sobre la consideración pragmática de los enunciados (aun los poéticos), ya que se parte de la idea de que el carácter dialógico del discurso es una propiedad esencial y común a todos los géneros.
[1] Me refiero a Problemas de la poética de Dostoievski (México, FCE, 1986).
[2] Me refiero a La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais (Madrid, Alianza, 2005).
[3] Véase mi artículo "La intertextualidad como fundamento literario".
[4] Esto se asemeja a la distinción que Sartre hace entre prosa y poesía, distinción a la que hago referencia en mi artículo "No le toques ya más que así es la prosa". Transcribo un fragmento del texto mencionado: "Cuando Jean Paul Sartre sentó la doctrina del compromiso del escritor, liberó de él a los poetas y a la poesía. Lo hizo porque entendía que la poesía no se vale de las palabras de la misma manera que la prosa. El prosista usa palabras-signos y se queda en los signos como significado, ideas, representación, etc. El poeta utiliza palabras-cosas, como la pintura utiliza el color, y la música, el sonido".
[5] El lenguaje poético se refiere siempre a sí mismo, por lo tanto, no necesita de una respuesta (no, al menos, convencionalmente dialógica). Sin embargo, alguien lo enuncia (ya sea el poeta de carne y hueso, ya sea su "yo lírico") y, al hacerlo, lo inventa. El significado etimológico de la palabra poeta está asociado con el término hacedor, que tiene mucho que ver con el concepto de invención.
[6] Mijaíl Bajtín. Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1979.
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