Comentábamos como el neurólogo portugués Egas Moniz había intentado tratar los trastornos de tipo psicótico, acompañados de obsesiones y delirios, por medio de una intervención neuroquirúrgica que seccionaba distintas fibras nerviosas que conectan el lóbulo frontal con el resto del cerebro. La técnica surgía de la hipótesis que presuponía que las ideas delirantes y sus pensamientos recurrentes dominaban al resto de procesos psicológicos. En su parecer, este tipo de cogniciones repetitivas debían tener como base cerebral unos circuitos neurales cuya destrucción eliminaría dichos síntomas. En esos años la ciencia desconocía, en gran medida, la función de los lóbulos frontales pero se presuponía pudieran estar implicados en el funcionamiento de la inteligencia o la misma esencia de la personalidad.
Por la misma época, se desarrollaría una nueva variante del procedimiento (Fiamberti, 1936) la leucotomía transorbital con lo que se evitaba la necesidad de practicar una craneotomía (abertura del cráneo para acceder al cerebro) al introducir a través de la pared orbital un instrumento llamado leucotomo (una aguja hueca con un estilete de cuyo extremo surgía un asa cortante)
LA ERA del DR. FREEMAN (El Lobotomista...)
También en el año 1936, y fuertemente impactado por las nuevas técnicas de Egas Moniz, el neuropsiquiatra americano Walter Freeman junto con el neurocirujano James Watts perfeccionaron la leucotomía transorbitaria, introduciendo esta nueva técnica psicoquirúrgica en Estados Unidos para el tratamiento de trastornos mentales calificados de "incurables"
Este nuevo visionario reformuló la teoría neuropsicológica de Moniz , argumentando que las alteraciones conductuales ligadas al trastorno mental (de cualquier tipo) se debían a la influencia del tálamo sobre la corteza prefrontal, por lo que la intervención psicoquirúrgica debería destruir las conexiones entre ambas estructuras cerebrales.Según la gravedad del caso a tratar, se destruirían un mayor o menor número de fibras nerviosas. Para Freeman lo decisivo parecía ser el el aislamiento del mismo lóbulo frontal, por lo que sustituyó el término leucotomía por uno nuevo y más preciso…la lobotomía.
El doctor Freeman inventó en 1945 una nueva técnica más rápida y sencilla la denominada lobotomía del picahielo -Ice pick lobotomy- pues en lugar de un leucotomo (que precisaba de una cirugía trepanadora) utilizó una herramienta común para romper el hielo…
¡un auténtico picahielos modificado! que bajo anestesia local era introducido con ayuda de un pequeño martillo a través del párpado y accediendo así directamente al lóbulo frontal del paciente en un solo paso. Una de sus peculiaridades es que se trataba de una cirugía ciega, pues el ejecutor nunca veía lo que estaba haciendo y se limitaba a mover el instrumento cortante dentro del cerebro con la intención de seccionar las fibras nerviosas que aislaran el lóbulo frontal. Esta nueva variante llevaría unos pocos minutos y no precisaría del internamiento previo en un hospital, pasando a convertirse en una técnica de tipo ambulatorio de bajo coste (unos pocos cientos de dólares).
Todo lo anterior, contribuyó en gran medida a que el procedimiento se expandiera por todo el país iniciándose una verdadera epidemia de lobotomizaciones. Se calcula que se llegaron a realizar, entre los años 1936 y 1950, unas 20.000 intervenciones de este tipo. En un primer momento, su cirugía se practicó en el entorno de instituciones psiquiátricas (manicomios) pero terminó desembocando en una verdadera locura para locos (permítaseme el juego de palabras) y siendo utilizada como un verdadero método de control de cualquier "comportamiento indeseable". Freeman viajó a lo largo de todo Estados Unidos extendiendo su técnica y formando a otros facultativos para ejercerla en un tiempo muy breve y sin necesitar para ello que fueran neurocirujanos (al igual que no lo era el mismo).
La lobotomía se extendió también por otros países en aquellos años y en muchos casos, especialmente en Japón, la mayoría de los pacientes intervenidos fueron niños que presentaban únicamente problemas de comportamiento o un mal desempeño escolar. Se llegó a dar incluso una verdadera caza de brujas con la petición de la lobotomía para familiares difíciles o con problemas de adaptación social.
EL FIN de LA PESADILLA
Las primeras voces de alarma ante tales abusos comenzaron desde la propia comunidad psiquiátrica (y de forma muy especial en el caso de los psicoanalistas a los que el propio Freeman denostaba) criticando muy duramente este tipo de intervenciones.
Por otro lado, las objeciones de tipo ético y deontológico se iban acumulando a causa de los daños irreversibles del cerebro, y también a causa de los informes de graves efectos colaterales de la cirugía sobre la personalidad y la vida emocional de los pacientes. La evidencias científicas de los supuestos beneficios de la lobotomía eran casi inexistentes. En el mejor de los casos el procedimiento no producía de forma aparente ninguna mejoría, y en los peores casos se producía un agravamiento de los síntomas y complicaciones postoperatorias (hemorragias, hemiparesia o debilidad en un lado del cuerpo, así como convulsiones y pérdida del control esfinteriano) así como una verdadera destrucción de la personalidad previa. Algunos pacientes ya nunca volverían a ser los mismos tras la ser sometidos a la lobotomía.
Todo lo anterior fue avalado en En los Estados Unidos a través de la realización de un importante estudio objetivo de evaluación y seguimiento (El Estudio Columbia-Greystone, 1947) que evidenció la falta de pruebas sólidas sobre los efectos positivos o beneficiosos de las lobotomías.
Además, a todo ello se sumó la aparición de nuevos fármacos antipsicóticos (los llamados neurolépticos) que en la década de los 50 fueron promocionados como una nueva forma de lobotomía química.
Quizás todo esto pudiera explicarse por un residual complejo de culpabilidad, o simplemente, porque nunca dejó de ser un médico preocupado por aliviar los terribles síntomas y sufrimientos de sus pacientes, pero eso sí, terriblemente equivocado en sus planteamientos y en su proceder (algo que no deja de recordar al trágico y literario caso del Dr. Viktor Frankestein).
Walter Freeman realizó alrededor de 3.500 lobotomías a lo largo de 23 Estados Norteamericanos y parece que nunca llegó a renegar de la bondad de su método. Murió de cáncer el 31 de mayo de 1972, a la edad de 76 años, y totalmente desacreditado por la comunidad científica.
Desde la década de los años 30 hasta finales de la década del 70 se llegaron a practicar cerca de ¡¡100.000!! lobotomizaciones en todo el mundo.
¡ADVERTENCIA!...Algunas imágenes contenidas en estos vídeos pueden herir la sensibilidad.
"LOS INICIOS de LA LOBOTOMÍA" [Vídeo 16 Minutos]:
"EL LOBOTOMISTA" [Vídeo 8 Minutos]
"LOBOTOMÍAS en SERIE" [Vídeo de 19 Minutos]
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