En los anhelos renacentistas por dominar el mundo y sus demonios, algunos pintores italianos de ese periodo renovador en el Arte destacaron la figura heroica de san Jorge abatiendo al terrible dragón de una leyenda. Era una leyenda cristiana del siglo IX que no tendría ya nada que ver con la del santo de Capadocia venerado desde el siglo IV. Porque el soldado romano martirizado por Diocleciano murió decapitado y sin ningún honor ni gloria iconográfica. Pero la Edad Media luego transformaría su leyenda, la resucitaría ahora victoriosa, para hacer con ella otra cosa distinta. Entonces hacía falta un héroe medieval que luchara contra el mal hereje y consiguiera abatir así el enemigo religioso más mortífero, el islam. Sin embargo, su iconografía occidental relataba que existiría un dragón que atemorizaba una ciudad con su impenitente actitud agresiva. Siempre que los habitantes de la ciudad querían tomar agua de su fuente, debían distraer al monstruo asesino con alguna presa entre sus fauces. Al principio utilizaron todos los animales que pudieron, pero pronto se acabarían, teniendo ahora que sacrificar algunos hombres. Cuando fuese elegida entonces una joven del lugar para saciar el hambre criminal de aquel monstruo tan fiero, el poderoso héroe Jorge se enfrentaría al dragón con la fuerza decidida de su destino más mítico. El mito estaba entonces ya definido: era san Jorge y su espada, su caballo atrevido, su actitud tan heroica y su solitaria aventura de fiel compromiso. Por otro lado estaría el dragón infame y terrorífico, sus crueles alas, sus terribles garras y su fuego o su grito maldito. Y estaría la joven y bella princesa salvada, pero también los hombres o las víctimas abatidas y, luego, el lugar, con montañas, edificios y riscos verdecidos. Cuando el pintor de los inicios del Renacimiento Luca Signorelli comprendiera que el Arte renacentista iba ya por un progreso artístico vertiginoso, continuó él, sin embargo, pintando como lo había hecho siempre, con sus rasgos medievales, pero novedosos, con la perspectiva elogiosa de sus maestros o con la sensibilidad tan gloriosa de sus inicios. El Arte no tendría que evolucionar más allá de lo que debía para serlo.
Así pintaría Signorelli o su taller durante la frontera sublime del paso artístico del siglo XV al XVI, resaltando aquellas dos vertientes artísticas de un Renacimiento poderoso. La obra San Jorge y el Dragón de Luca Signorelli es una muestra expresiva de la fuerza del Renacimiento en todas sus facetas estilísticas tan atrevidas. Pero es también, sobre todo, la representación de la lucha impenitente de los hombres por vencer la maldad de un mundo fiero e incomprensible. En esta ignorancia de los posibles males del mundo, se materializaba la figura siniestra del dragón tenebroso que asolaba ciudades y vidas. Pero la obra renacentista define ahora, sin embargo, otras cosas diferentes, como todas las grandes obras artísticas elogiosas, y nos muestra así la escena completa de un escenario vinculantemente aterrador. El héroe es destacado aquí sobre la figura de su adversario, ahora éste, el dragón, mucho más imperioso que grandioso. No veremos qué arma ni cómo la utiliza el héroe para poder acabar así con el monstruo agresivo. Para esto el dramatismo clásico definiría ya que una acción noble no debería ser mostrada nunca en su final más cruento y definitivo. El gesto del héroe es compuesto justo cuando su decisión ha sido tomada pero aún no ejecutada del todo. Tiene su sentido en el nuevo alarde pictórico de describir acciones o dinámicas de movimiento tan solo insinuadas en su incisivo gesto violento. Porque el héroe noble no puede aparecer unido a su presa asesina y vil, tan solo impulsado a su destino, tan solo decidido hacia él, del todo ya inevitable tanto el gesto como el designio. ¿Qué representará el dragón misterioso en la obra renacentista? Lo que elimina la vida y desprotege a la ciudad indefensa. En la obra de Signorelli vemos a unos ciudadanos a caballo a la derecha del cuadro que están alejados ahora de la escena principal. ¿No lucharán ellos? La representación renacentista tiene eso, que denuncia cosas con sensibilidad artística. Solo se enfrentará aquí al dragón el héroe solitario. Y a pesar de los cadáveres que el pintor compone con la perspectiva más moderna de aquel renacimiento. Porque ahora son las víctimas expuestas aquí con su imagen más demoledora. El pintor las sitúa claramente en el primer plano de su obra. Pocas pinturas de San Jorge y el Dragón las muestran así, de ese modo tan gráfico y vil. La propia sociedad es criticada por el pintor: no cuidarán a sus habitantes los poderosos que, ahora, se encuentran alejados al fondo de la obra.
La iconografía resalta además un paisaje virtuoso, edificaciones grandiosas y un horizonte benigno y destacable bajo el cielo dulce de un atardecer. Qué lugar tan maravilloso para situar ahora a un terrible monstruo despiadado. Pero el Renacimiento nos sorprende siempre con el mensaje dadivoso de un mundo floreciente y una maldad taimada y astuta con los sublimes trazos de su figura más intrigante. Porque la maldad es representada aquí con la sensación indefinida de algo que no vemos del todo en el cuadro. Si no fuera por el deseo firme de la actitud heroica del abnegado caballero, la representación de la obra renacentista expresaría todo el macabro escenario de una maldición humana indigna y vergonzosa. ¿Nada es posible hacer frente a la maldad poderosa de lo imprevisto o de lo invencible? Porque ahora los seres humanos son abatidos y sus cuerpos mortecinos testigos visibles de un cruel homicidio. Absoluta orfandad infame que encierra ahora un sin sentido tan solo obviado por la figura irresponsable de un cruel dragón asesino. La muerte es vencida ahora por el caballero decidido tan solo después de querer salvar a la doncella inocente. En ella se representará la sociedad indefensa y oprimida, esa opuesta humanidad a la otra que ahora no hace más que esperar lo que pase. Los héroes lucharán solos, para eso son héroes. La fuerza del dragón es la fuerza de la soledad de los héroes. Mientras no están éstos las víctimas yacerán sin miramientos. Con su imagen salvadora y firme ante la fiera asesina, el pintor compone al vencedor de la muerte con el hálito grandioso de una poderosa efigie que mantiene, ahora, su excelsa figura eterna ante la incertidumbre maldita de los destinos terribles. ¿Qué pasará mañana cuando el héroe trashumante no acuda decidido a vencer las maldades? La imagen renacentista del pintor fija el paisaje ahora como marco y reflejo de un mundo ajeno que no recuerda ni el momento, ni el lugar ni sus alardes. Mejor para eso, entonces, hacer que el héroe legendario oculte ahora su armamento... Con ello, con la fuerza invisible de su arma vinculante, el imaginario cultural mantendrá con ese instante para siempre el poder, la fortuna y su sagrada decisión contra lo infame.
(Óleo San Jorge y el Dragón, 1505, del taller o su pintor Luca Signorelli, Rijksmuseum, Holanda.)