La mano culpable que teje el ajuar

Por Ripu77
Nos hacen el ajuar ya desde niñas. Bien pequeñas aprendemos a guardar “para”. Más tarde descubrimos que no importa con quien acabemos marchándonos, o si lo hacemos solas, que todo aquello, reservado durante años sin poder estrenarse, es para que cuando nos vayamos nos llevemos el trocito de esa generación que abandonamos. En mi casa se acumularon trapos de cocina, sábanas y toallas, bordadas o no. Ahora conviven conmigo, sin ser estrenadas aún y tal vez nunca lo sean. ¿Era necesaria tal cantidad? La respuesta sería no. Aunque entendemos, ahora, su necesidad de guardar nuevo todo aquello que las siguientes “necesitarán” ´sí o sí.Junto a lo nuevo estaba todo aquello que nos caracterizó en algún momento, a nosotras y a ellas. Huellas materiales que no debemos perder de vista. Tras mi primera comunión borré cualquier rastro de larga cabellera en mi rostro, pero conservé entre periódicos esa cola junto a la de mi madre. Ella también había cortado su última melena muchos años atras. Cuando yo lo hice, ella ya lo había hecho. Siguen juntas. La familia de Natalia Litvinova bien tenía el cesto de trenzas de sus mujeres. Conservar objetos materiales de una mujer a otra de la familia, nunca antes de que esta haya desaparecido. Yo sé lo que se quedará conmigo cuando ella no esté. Nuestro pelo, cada uno con su lazo, envuelto en papel; su reloj de soltera rojo, su ajuar. Todo esto ha venido a mí este fin de semana en que he terminado Alias Grace. Grace Marks también hereda el pañuelo de Mary, del que no se separará hasta que la vida se rompa. Y no deja de coser, episodio tras episodio, las colchas de sus amas. Con sus historias cosidas en figuras geométricas, simbolizando una vida tras otra. Cuando la suya está más que truncada ella se dedica a zurcir la de los demás, creando los ajuares de sus opresoras. Esta mini serie de Netflix basada en la novela de Margaret Atwood vuelve a dejarla a una temblorosa. Inspirada en el caso de real de Grace Marks, acusada de matar a sus amos junto a otro criado con tan solo 16 años. La serie ahonda en la posibilidad de la fuerza de la mente humana. Cómo somos capaces de mentir mirando a los ojos, cómo podemos pensar una cosa y en el mismo instante decir otra, cómo mantenemos la sangre fría y apretamos los dientes. Cuando una se pregunta si es capaz o no de mentir, la ve a ella, impasible, y se la cree. Todo lo que ella diga será asentido a ciegas por el espectador, todo.
Explica su historia mientras cose pieza a pieza el patchwork de cada colcha. Mientras dobla las ropas, enhebra la aguja, da las puntadas, tiende el resultado o lo extiende sobre la cama destinataria. Geometría pura, como su mente, organizada y sin nada al azar. Cada pasada de ese hilo está estudiada como sus pensamientos, como estructura los recuerdos a su manera. Como se queda con las prendas de sus mujeres y crea puntada a puntada esos ajuares. Así evoluciona la serie, de quilt a quilt, hasta terminar el suyo propio, con su historia y con sus piezas. Como si cada una de nosotras decidiera la pieza que no debe faltar en la suya. Como si la asesina, o la víctima, decidiera la parte del puzle que falta para terminar de coser la definitiva. Como si la mano acusada, la encerrada, la culpable, la de la absoluta locura, debiera poner el dedal y el hilo para terminar también nuestras historias.