La máscara del tiempo por Nicolás Pinto.

Por Annie
Buenas! Se me ocurrió inaugurar una nueva sección: "Viernes de relatos" y comenzamos hoy con un relato del señor Nico Pinto.
¡Espero que les guste!
La máscara me llama. Así como me susurra, me grita, y se me hace insoportable. Antes era un pasatiempo, ahora es una carga, un grillete que me ata a un abismo sin retorno. No puedo parar, quiero usarla una vez más.

Me acerco a donde se encuentra.

En forma lenta, la rozo con mi dedo índice y hago que brille esa luz incandescente, que estaba apagada tan solo un segundo atrás. La tomo con mis manos, separándola de la repisa. Nadie me observa, cada uno está en su mundo. Y yo, ahora, iré a otro.

¿A dónde me llevará esta vez?


Estuve en las conquistas y el auge de Carlo Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte. Su poder creció imperioso, se llevaron pueblos por delante, avasallantes, pero ninguno fue capaz de vencer a su peor enemigo: el tiempo.

Batallé con Gudrød “el Cazador”, un rey vikingo de Vestfold, así como con Gengis Khan, en su fundación del imperio mongol. Incluso lo hice con el general San Martín por su causa de liberación de las Américas. 
Dialogué con Aristóteles, discutí con Nietzsche y estudié con Tolkien. De cada uno aprendí experiencias, y a cada uno le enseñé alguno de mis conocimientos también.
De principio a final, de pasado a futuro. Viví cada evento con tan solo ponerme esta máscara, esta cruel herramienta que hace que viva vidas que no fueron mías, pero que las siento como tales.
Finalmente lo hago. Coloco sobre mi rostro el antiguo artefacto, engendrado quizás por un demonio, y me transporta..., una vez más.

Me encuentro apoyado tras un fragmento de una columna destruida, aguardando una señal. Las bombas vuelan, las detonaciones y disparos resuenan de fondo, ensordecedores. Yo, en este cuerpo de soldado asustado, sostengo mi fusil y rezo para que todo finalice, ya sea por una milagrosa victoria o por un misil que termine con todo. Se escucha un silbido y una turbina que le sigue. Aguardo a la detonación y nada ocurre. Otro soldado, exaltado, enardecido, me zarandea el hombro para que reaccione, para que despierte. Entonces lo hago, y una voz imperativa y grave surge de mis cuerdas vocales, y grita con autoridad: —¡Retirada!

Todos me miran absortos, dubitativos, aunque por pocos segundos nada más. Sueltan las armas y huyen despavoridos; la misión ha fracasado. Hemos sido derrotados y nosotros, los sudamericanos, perdimos la última fuente de agua potable del mundo, en beneficio del nuevo imperio chino.
Toda esa información me llega directa desde el cerebro del soldado, a quien la máscara me había llevado.
Mirando con los ojos de un capitán desolado, observo ese futuro diezmado. Una de las pocas paredes que se mantiene en pie enseña un póster propagandístico de un político a quien me cuesta reconocer. Deduzco por sus facciones que es el hijo de un nefasto gobernante que tuvimos.
Finalmente lo entiendo: la máscara me ha mostrado el camino.
Se oye despegar en la distancia un nuevo misil y, unos segundos después, su detonación furiosa apaga la vida del pobre desgraciado que me prestó su cuerpo y su mente, para vislumbrar algo que jamás debió ocurrir.
La explosión ocurre al mismo tiempo que retiro la máscara y así vuelvo a mi tiempo, de regreso a mis problemas banales, actuales.
No dudo un instante. Aunque mi cuerpo me ruegue que no lo haga, aunque mis neuronas soliciten un descanso, aplico la máscara una vez más, esta vez conociendo lo que tengo que hacer. La máscara me estimula los nervios para que mueva mi cuerpo de una manera extravagante, haciendo ese baile anticuado y complejo que tanto odio. No importa, tengo que dirigirme a ese tiempo, a ese lugar y a esa persona, que me permitan evitar la catástrofe. Es tiempo de hacer lo correcto.

***

—¿Ése qué está haciendo? —preguntó el hombre vestido de blanco.

—¿Quién? —consultó otro, vestido igual, mientras buscaba con la mirada donde señalaba su colega, el nuevo.
—El de la máscara de madera. La sostiene con una mano y parece como si...
—Bailara sobre la mesa —Sonríe, y continúa—. Sí, es el profesor Balton, de la Universidad de Buenos Aires. Daba clases de historia, se decía que era fanático de los personajes históricos. Sus familiares siempre comentan que era muy entusiasta.
—Entiendo. Un caso interesante.
—¿Seguimos? —le dice mientras señala el siguiente pasillo—. Hay otros pacientes que necesitan de su atención.
—Sí, por supuesto.
Y los doctores se fueron, dándole la espalda al profesor que continuaba su viaje. Antes de doblar la esquina, el recién ingresado al hospital psiquiátrico giró hacia atrás para ver al hombre y su máscara, pero ya no estaba. El doctor, extrañado, no pudo más que mostrar desconcierto a su colega, quien asintió sonriente sin detenerse ni mirar atrás.
~Sobre el autor~



Nicolás Pinto (también conocido como Nico Pinto Heck, por el apellido materno) es Programador Web y un asiduo lector de historias fantásticas, libros de ciencia ficción y fantasía épica, como también de historietas de acción y aventuras. 


Es miembro fundador de la Cofradía del Fantasy Argentino, también participa del taller literario la Cofradía de la Luna Llena de Leo Batic y Lore Scigliano y ha realizado talleres intensivos con Liliana BodocSu primer novela es Leyendas de Mhoires: La Máquina de los Mil Años (que en realidad es la mitad del libro que terminó de escribir a sus 20 años), y cuya otra mitad está pendiente de revisión.