Y sin embargo, es preciso que haya canto. No puedo ser únicamente un grito.Escuchad cómo lloran en vuestro interior las historias del pasado.El terrible grano que siembran hace que maduren con cada poema las energías renovadas. L.Aragón.
En mi día a día trabajo con mujeres cuya maternidad las ha salvado, en algunos casos, literalmente: están vivas gracias a ese cable a tierra que ha supuesto un hijo. Mujeres con heridas feroces, llenas de agujeros negros de desolación, con enormes faltas de amor primario, mujeres dependientes de la opinión del mundo, bloqueadas en muchas zonas de sí mismas, heridas, heridas en profundidad… han llegadoa la maternidad desde los lugares más diversos, a veces, sin ni siquiera quererlo y han encontrado en ella un desconcertante y arrollador amor que las ha inundado enteras, se han sentido plenas, han saboreado en silencio y con los ojos cerrados el amor incondicional, ese que les negaron desde antes de nacer.
La maternidad que cura nos rescata de la soledad y muchas veces, orienta el sentido de la vida.
Esas miradas límpias, inocentes, radicales en su emoción, tienen la habilidad de conectarse con lo más sano de nosotras mismas, nos vuelven generosas, nos obligan a sonreír, a cantar, a contener, recolocan y afirman nuestras prioridades, nos ejercitan en la paciencia, nos vuelve valientes, nos impulsan a cambiar.
La maternidad que cura nos descubre que la felicidad no era una utopía a la que no teníamos derecho, por lejana, por difícil, por inalcanzable. Ahora resulta que está ahí, en el día a día, en una mirada, en un abrazo, en una carita dormida, en un llanto consolado, en una pregunta llena de confianza, en una manita que te toca para dormirse, en hacer una trenza, en leer un cuento,en ayudar con las tareas, en el te quiero más real, más honesto, más puro que nunca hayamos dicho y sobretodo el más inmenso que jamás hayamos escuchado.
La maternidad que cura nos hermana a todas en nuestra condición de mamíferas y nos recuerda que también, o sobre todo, somos instinto y fuerza, nos reconcilia con el cuerpo y con el género, nos enseña a amar desde la amorosa renuncia, crecemos.
Yo mujer y madre, herida de guerra también, quiero acariciar con la palabra y felicitar a esas mujeres que han apostado por esta maternidad terapéutica, que confían en curar sus heridas por y con amor, que a través de una dolorosa conciencia de sus sombras han elegido un camino de crianza distinto al que tuvieron, que tienen que reinventarse sin referentes, día a día, que muchas veces se quedan sin respuestas, que se equivocan, que se confrontan, que lloran y se duelen, pero dejan que el amor las guíe, que la maternidad las cure.
Transitamos por un camino sin señales ni indicaciones, improvisando en cada obstáculo, pero con una luz muy clara: el amor, que nos cura.
Olga Carmona