Estamos inmersos en un cambio profundo en la forma de enfrentar la enfermedad, tanto por los médicos, como por los propios pacientes. Hasta ahora, se diagnosticaba e inmediatamente se aplicaba el tratamiento prescrito con una mezcla de experiencia propia y adquirida en la Facultad, llegando al paciente exclusivamente la explicación simple de su proceso y el tratamiento aplicado y, dejando como marginales, las medidas complementarias (hacer más ejercicio, llevar una dieta más saludable, dejar de ingerir alcohol y tabaco etc).
Posteriormente, la prescripción se ajustó a las guías y consensos establecidos por los grupos de expertos y asumidos como práctica fundamental por el resto de los médicos. El objetivo era diagnosticar de forma precisa para poder aplicar el tratamiento que las guías terapéuticas establecían. En ese contexto, el resto de medidas complementarias se dejaba en manos de la enfermería o, sencillamente, no se comentaban dada su “supuesta” menor incidencia en el curso del tratamiento en fase aguda.
Fue la época de las especialidades, de los grandes hospitales y de la farmacoterapia. El enfermo era un sujeto que asistía de forma pasiva a su tratamiento. Se limitaba a seguir, fielmente, las consignas de su médico. El especialista diagnosticaba, prescribía el tratamiento y el paciente acudía a la consulta del médico de cabecera a recoger las recetas (el tiempo que durara su enfermedad).
Poco a poco la situación fue cambiando, adquiriendo el médico de cabecera mucho más protagonismo. Comenzaron a formarse médicos de familia en los hospitales y, ya con mucha mejor formación, empezaron a ir asumiendo el diagnóstico inicial y el tratamiento, salvo en casos puntuales de requerimiento del especialista. La receta farmacológica siguió teniendo protagonismo pero en los casos de tratamientos crónicos ya se pasó a un sistema automático que liberaba al médico de su tiempo de consulta personal. En este punto, la presión de los laboratorios farmacéuticos de las grandes compañías, dió un giro sutil pasando a patrocinar reuniones, congresos, publicaciones e incluso investigaciones clínicas, con el problema ético que supone que un laboratorio que tiene un fármaco en el mercado, le pague la conferencia y asuma gastos del congreso, a expertos que van a comentar su experiencia en la enfermedad que se trata con dicho fármaco. Eso supuso el enfrentamiento de determinados profesionales con determinadas guías clínicas que, en su criterio, consideraban que favorecían la visión de la enfermedad que favorecía el tratamiento farmacológico. Es el ejemplo de los antidepresivos inhibidores de la recaptación de la serotonina que llegaron a generar un criterio que relacionaba la depresión con un neurotransmisor (serotonina), aun no estando demostrado científicamente.
Ahora comenzamos una nueva era. El paciente quiere ser sujeto “activo” de su enfermedad y pregunta a su médico, busca la enfermedad en internet y considera –en un significativo número de casos- la posibilidad de una segunda opinión. El tratamiento abarca, como primera opción, medidas que hasta ahora se consideraban de segundo orden, perdiendo, la farmacoterapia, el primer lugar que pasa a ser una medida más. Es el caso de enfermedades como la diabetes 2, cuyo tratamiento de elección es el ejercicio físico y la disminución de peso, eliminación de hábitos tóxicos (alcohol y tabaco) y dieta.
Ahora se apunta al restablecimiento de la microbiota intestinal, al ejercicio físico y a una gestión adecuada del estrés. Técnicas como la meditación, cambios en los hábitos, dietas ricas en ácidos grasos omega3, verduras y alimentos integrales y poco procesados, se sitúan como barrera para detener la inflamación de bajo grado que se considera el “ruido de fondo” de muchos padecimientos actuales.
Todo ello supondrá grandes cambios en una sanidad pensada para diagnosticar y tratar con fármacos (recetas). El paciente tiene que adquirir el dominio sobre su cuerpo y conocer su enfermedad en la medida en que pueda entenderla. Debe considerar que puede necesitar cambios más complejos que la simple medida de tomar un medicamento. Puede suponer cambiar hábitos, emplear tiempo en hacer ejercicio, modificar dietas y entender de otra forma sus relaciones laborales y familiares.
Será complicado y habrá que explicarlo en todos los ámbitos. En los hospitales en donde los especialistas se resisten a introducir técnicas nuevas que incluyen más dedicación a las personas y menos protagonismo corporativista, dejando lugar a los tratamientos multidisciplinarios que incluyen muchos profesionales distintos. Habrá que decirle a los pacientes que deben “empoderarse” y asumir su responsabilidad en el tratamiento. ¿Cómo se puede entender que un paciente siga fumando y se le pague ventilación asistida para su EPOC causada por el tabaco?