Actualmente podemos considerar a Internet como la puerta de acceso a una cantidad ilimitada de información, a todo lo conocido hasta el momento, una suerte de Biblioteca de Alejandría.
Y encima, gracias a las últimas tecnologías móviles, tenemos la sensación de disponer de todo eso en todo momento y lugar. Cualquier cosa que busquemos, la tenemos al alcance de un par de clicks.
Pero Internet es más bien un monstruo vivo, que crece y se transforma todo el tiempo, haciendo que algunas cosas, aunque sepamos que alguna vez estuvieron allí, sean difíciles o imposibles de encontrar.
Y no me refiero a la información que guardamos en aquellos sitios que contratamos (en forma gratuita o paga, pero que aceptamos sus cláusulas) para almacenar documentos en la nube. No, esos sitios deberían ser lo suficientemente serios como para informarnos si piensan desaparecer, y permitirnos recuperar nuestros datos.
Pero algunas cosas que se publican en redes sociales, con el tiempo pasan a ser bastante difíciles de encontrar, sobre todo si no fueron debidamente etiquetadas. Y ni hablar de fotos o artículos que alguna vez fueron publicados en diversas páginas, que incluso pueden ya ni existir.
No se puede confiar en que lo que alguna vez vimos en Internet siempre estará a nuestro alcance. Así me pasó con la exposición "6×6" en que participé en la Galería Agfa, de la que jamás volví a encontrar la información, y sólo la pude reconstruir en parte gracias a la memoria de algunos de los integrantes. O con un curioso artículo que alguien alguna vez escribió acerca de un intento fallido de visitar una de mis primeras muestras (curioso que en ese entonces un desconocido haya tenido interés en ir especialmente a una muestra mía para escribir un comentario, y fallido ya que, al no saber dónde se hacía la muestra, terminaron visitando otra exhibición). O con una foto que alguna vez vi de un fotógrafo ruso del que no recuerdo el nombre, y nunca más pude volver a encontrar.
Son contenidos que quizá ya no están en línea, desapareciendo para siempre. O tal vez sigan por allí, tan escondidos entre la inmensa maraña de bits, que los buscadores son incapaces de encontrar.
Internet no es la fuente ilimitada de conocimiento que podíamos suponer. Es más bien un monstruo vivo, que crece y se transforma todo el tiempo. Con la capacidad de almacenar una cantidad inimaginable de recuerdos, pero que algunas cosas las olvida para siempre.