Han pasado dos largos meses sin un post en el blog y con mi continuo y nada premeditado abandono. Dos meses de constante frustración con mi persona y lo que quiere llegar a ser. Y si, muchas veces lo he escrito aquí. Pero es el punto, esté es el diario de Max.
Se los presento.
Ahogada en un mundo de medidas, reglas, fórmulas, números exactos, medias de errores, botellas de reactivos, radianes, variables y constantes suelo perderme mucho. Cómo Alicia llegando al hueco del árbol para entrar al País de las Maravillas. Cayendo sin prisa, pero desesperada. Chocando con realidades que se apartan de mi imaginación llena de fantasía.
Me pegan con cemento los pies al piso. Y duele.
Duele despegarme cada que llego a casa, duele porque en mi dualidad, la lucha constante entre la realidad y la fantasía se mezclan en mi cabeza como una gran calculadora peleando con el libro de Peter Pan.
Duele porqué mi gran pasión y mi futuro se pelean continuamente entre lo que es mejor y lo que amo (y eso se aplica también en mis relaciones personales)
Duele porqué hay un navío lleno de piratas con aires de libertad y ganas de gobernar territorios y en las mazmorras de barco, yacen los niños perdidos leyendo libros y perdiéndose en las letras.
Los piratas son la ingeniería y los niños perdidos son las letras.
Pero los piratas surcan los mares libres, mientras los niños están encerrados. Y ambos coexisten en su entropía, ambos son felices en su sentimiento de libertad. Los piratas son libres mientras no sean sometidos por otros más feroces. Y los niños, aunque encerrados, son felices por qué están leyendo.
Y en esa historia no hay un Peter Pan que salga y rescate a los encarcelados y haga pagar a los rebeldes. En mi historia de Nunca Jamás, la realidad es que los piratas aún no llegan a ningun lado y los niños siguen leyendo el mismo libro de atras para adelante y de adelante para atrás.
Duele porqué a los niños se les apaga la magia, dejan de creer en las hadas. Empiezan a crecer, empiezan a ver los detalles del barco, el agua les empieza a tocar los taloncitos.
Cuándo Alicia llega al País de las Maravillas, ya no escucha a las flores murmurar. Alicia, quien figura como mi dualidad en la fantasía, se empieza a preguntar cosas realistas. ¿Porqué el mundo están al revés? ¿Cómo eso es físicamente posible?
Y a las flores eso les da angustia. ¿Por qué Alicia se pregunta cosas tan raras?
Y Alicia contesta a la pregunta del sombrerero "¿En que se parece un cuervo a un escritorio?" con la peor respuesta que el sombrerero pudo oír.
"No se parecen en nada".
Porqué en la vida real, un cuervo y un escritorio no se parecen en nada.
Porqué en la vida real... No hay País de las maravillas.
He ahí, la metafísica imposible del universitario. La dualidad de ideas, la controversia entre lo que deseamos y lo que desean para nosotros. El estigma social que nos aplasta cómo pequeñas hormigas. Momentos dubitativos que nos hacen perder la partida de ajedrez.
Y el sistema educativo solo grita jaque mate cuándo nos ve derrotados, sin la pizca de juventud que aún nos quedaba y que nos robaron.
Sin el sentido de fantasía que se nos perdió entre fórmulas y magnitudes, entre el aumento de café por las mañanas y la fatiga que desprende el deshaucio.
Saludos, Max.