La metafísica más elemental expresada artísticamente gracias al Impresionismo.

Por Artepoesia

De todas las formas de entender el misterioso sentido del mundo el Arte es lo que deviene siempre poderoso. El ser humano es el ser por excelencia, posee la misma vida que las demás criaturas del universo, pero su sentido de existir es del todo diferente. Ello llevaría a los antiguos griegos a considerar su existencia como la representación más extraordinaria de un ente especial, de un ser que justificaba la trascendencia de su sentido gracias a una evolución diseñada a la vez que a un autoconocimiento intuido. ¿Qué otra cosa con vida se observaba a sí mismo, observaba a los demás y cambiaba sosteniendo a la vez el bagaje inútil de su experiencia? El Arte comprendería todo eso muy pronto y los artistas clásicos alzaron sus estatuas y grabados con el entusiasmo de representar la esencia más digna de ser eternizada con belleza. Pero sus modelos fueron héroes o grandes figuras excelsas que expresaban así la mejor talla o la mejor postura o la mejor forma de ser representadas. Luego las creencias religiosas modelarían las formas sagradas o los momentos gloriosos donde lo visible fuese lo único que pudiese y mereciese ser expresado con belleza. Tuvo que llegar el Impresionismo más humano, el Posimpresionismo, para que el ser humano fuese representado con la simpleza, banalidad o vulgaridad más extraordinaria que jamás se haya realizado antes. Y así lo pensaría Van Gogh cuando se inspirase en un pintor realista, Millet, para componer su obra La Siesta (después de Millet) en el año 1889. 
¿Qué mayor sentido existencial que esta imagen para describir una metafísica más acertada? ¿Para qué vivimos? ¿Qué esperar a descubrir más allá de una existencia sosegada, satisfecha y sin pretensiones? En su obra maestra Van Gogh retrata una pareja descansando justo en el momento en que el día separa la mitad de su jornada. Es tan simple, tan mínimo lo que expone el artista en su obra, que nadie pudiera pensar que ahí, sin embargo, estará representado todo el sentido metafísico de una existencia. No hay más que eso para entender el mundo, por tanto, no hace falta más que eso para vivir sin menoscabo. El gran pintor holandés lo sabría, y por eso no pudo conciliar su conocimiento con la realidad perniciosa y azarosa de su vida. Cuánta felicidad no sentiría el pintor al descubrir, a pesar de no haberlo ideado él antes, la grandiosa representación que expresaba a medida que acababa de componer esta escena tan sosegadora. Un hombre y una mujer descansan juntos sin más compañía que un cielo azul y una tierra en exceso amarilla. No sangran ni deleitan las formas que el pintor compone desde la más profunda emoción de un sentido trascendente. Es trascendente porque son seres humanos, no solo seres animados, como los que al fondo se ven pastar sobre una sombra. El ser por excelencia que sabe lo que es y lo que conoce, que comprende lo que hace y lo que ha hecho. Ese mismo ser está ahora dormido sin socavar las serenas motivaciones de una existencia. Más metafísica... ¿Hay alguna forma mejor de componer la sabiduría más motivadora que la expresión acompasada de dos seres juntos (que quieren estar juntos) bajo un cielo diurno que, ahora, mantiene con ellos la misma sensación motivadora de belleza?
Bajo la sagrada escena impresionista el pintor extiende su sentido existencial buscando el equilibrio estético más simplificado. Ahora son pares las formas más representadas. Dos son los humanos, dos las herramientas, dos el calzado, dos los animales y dos las costillas del carro...  Dos también el contraste. Es ese contraste de luz y de sombra que genialmente Van Gogh compone en su obra. ¿Hay mejor dialéctica para entender una metafísica existencial tan simple como poderosa? Porque es dualidad lo que el pintor expresa sutilmente ahora en su escena de siesta. No hay bajo el cielo más que dos caras fundamentales para entender la vida y sus esencias. O se está o no; o se duerme o no; o se ama o no; o se trabaja o no... Para que exista algo debe su contrario existir, o su complementario, depende. En la vida todo se limitará a esta sencilla forma de entender las cosas. Pero el pintor buscará una metafísica completa en una escena tan simplificada. ¿Cómo hacerlo sin dejar de ser simple? ¿Dónde radicará aquí la unidad universal de lo originario? Porque para que esa metafísica tenga algún sentido aún más trascendente deberá expresarse algo distinto a lo conocido. El pintor debe hacerlo con simpleza, con sutileza, con fuerza compositiva, pero sin desmejorar ahora el conjunto tan impresionista. ¿Dónde radicará la expresión de esa unidad trascendente tan metafísica? En el cielo. En ese pequeño pero poderoso cielo azul tan aguerrido. Solitario. Único. Misterioso. Tanto como los rasgos tan poco realistas de un firmamento tan azul, sin embargo, para ser ahora un mediodía tan luminoso...
(Óleo La Siesta (después de Millet), 1889, del pintor Vincent Van Gogh, Museo de Orsay, París.)