Al finalizar Francisco Pizarro la conquista del Perú llegaron noticias a España de los fabulosos tesoros que en su conquista se habían hallado. Fue entonces, sobre 1532, cuando un joven vasco de Oñate, Lope de Aguirre (1510-1561), se encontraba en Sevilla -la ciudad desde donde salían los navíos hacia el Nuevo Mundo-, a la espera de poder incorporarse a cualquier expedición que ofreciera aventuras, oportunidades y tesoros. Así acabó llegando al Perú, y su deseo y su bravura fueron creciendo en un mundo violento, desmedido y ambicioso. En 1560 el entonces virrey, Hurtado de Mendoza, decidió aliviarse de los mercenarios inquietos y molestos que las guerras almagristas y pizarristas habían creado. Para ello ideó una expedición codiciosa, imposible de desestimar: la conquista de El Dorado.
Aquí Lope de Aguirre tuvo la oportunidad buscada y deseada. Al poco tiempo de partir, como sargento mayor en el grupo, alimentó ya el descontento que comenzara también a crearse entre los expedicionarios. Llegó a asesinar al Justicia Mayor Ursúa, nombrado por el virrey comandante de la empresa, y, después de atemorizar a todos, tuvo hasta la osadía de amotinarse contra la Corona con los pocos cientos de soldados que quedaban. Con su desmedida ambición pretendía alzarse en príncipe del Perú. Escribió una carta a Felipe II incluso donde le exponía sus intenciones de libertad e independencia. En una emboscada, donde las fuerzas del reino le rodearon, Aguirre, desesperado y mezquino, llegó hasta quitarle la vida a su propia hija, la cual también le acompañaba. Al final, dos marañones -soldados de su majestad Felipe II- consiguieron herirle con sus arcabuces. Ahí, tan sólo un año después, acabaron las avariciosas y ruínes ansias del llamado como la Cólera de Dios.
Joan Crawford (1905-1977) creció en un ambiente humilde y deslucido cuando, además, su propio padre abandonó a la familia. Trabajó en lo que pudo, para tratar de aliviar así su incipiente deseo de salir de ese mundo que no quería. Actuó como bailarina y hasta, según algunas leyendas -que algo tendrán de cierto- actuó en algunas películas pornográficas de baja calidad. Años después su marido, el famoso hijo de Douglas Fairbanks, trataría de comprarlas todas para destruirlas. Pero, la ambición de Crawford fue creciendo con los años, sin detenerse nunca ante cualquier cosa.
Al contrario que la mayoría, Joan Crawford transformó su imagen, ya creada así desde el comienzo, una imagen más clásica, aterciopelada y hermosamente convencional -que le habrían recomendado al principio de su carrera los propios estudios-, en su verdadera, áspera, marcada, menos femenina, y más auténtica imagen, lo que, curiosamente, la llevó al éxito. Tuvo varios matrimonios, sin embargo sólo pudo adoptar los hijos que llegó a tener. Una de ellos, Cristina, acabó escribiendo un libro, Queridísima mamá, 1978, del cual se hizo una insulsa película en 1981. De este modo acabó, para desesperación de sus fans, descubriendo, al parecer, a la verdadera -y pérfida- Joan Crawford. Su último marido, Aldred Nu Steele, fue el presidente de la compañía Pepsi-Cola, el cual, a su muerte, le dejó en herencia tal pomposo y poderoso cargo. En él, además, tendría ocasión de desarrollar toda la ambición que siempre interpretó en sus famosas películas.
Cuando el rey Minos decidió crear un laberinto para encerrar al feroz minotauro, le pidió a Dédalo -el mejor constructor griego-, que lo diseñase. Al finalizarlo, el rey, que no quería que nadie supiese salir del laberinto, decidió encerrar dentro del mismo a Dédalo y al hijo de éste, Ícaro. La necesidad de salir de ahí llevó a Dédalo a idear escapar de una forma maravillosa. Creó alas con pluma y cera para poder volar y de este modo elevarse y huir. Al terminar, Dédalo le ajustó las alas a Ícaro dejándole muy claro que no volase ni demasiado alto, ya que el calor del Sol derretiría la cera, ni demasiado bajo, porque el agua del mar mojaría las alas impidiendo así volar. Decidieron salir por fin, y volaron por encima del laberinto, de las islas de Delos, y del mar. Cuando Ícaro creyó, al verse tan poderoso de la sensación tan asombrosa que le llevaba a volar como un águila, poder alcanzar así el Paraíso, se le olvidó, de pronto, lo que su padre ya le advirtiese. La cera que unían las pequeñas alas acabaron derritiéndose con el cercano Sol. Ícaro no pudo impedir caer al mar, y así, junto a su deseo, teminar desapareciendo para siempre.
Los deseos intensos por conseguir lo que creemos que necesitamos más que cualquier otra cosa en el mundo, han llevado a algunas personas a morir en el intento o, lo que es aún peor, a dañar a otros, incluso por muy queridos y amados que éstos pudiesen ser. Es la ambición. Esa actitud tan aplaudida a veces para aleccionar a los humanos en su caminar por la vida. ¿Qué de necesaria es? ¿Es posible vivir, alcanzar las metas razonables y no tener que acudir a ese deseo irrefrenable, desquiciado, atormentador y hasta suicida? La vida demuestra en la mayoría de los casos que, como Ícaro, no es más que la medida apropiada lo que nos lleva a avanzar sin caer en el camino.
O como Midas, el rey que era tan ambicioso y codicioso que una vez, cuando ayudó a Sileno, un viejo sátiro de la corte de Dioniso -el dios mitológico-, éste le recompensó con lo que más deseaba, convertir en oro todo lo que tocara. Tan feliz se veía Midas que nunca pensó que pudiera morir, sin embargo, tan satisfecho. Al tocar la comida también ésta se convertía en oro. No pudo más y le pidió a Dioniso que rompiese el hechizo. Éste, contando con haber dado una lección al rey, sólo le pidió que se lavara en las aguas del río Pactolo, para purificarse así de sus mezquinas ambiciones. Desde entonces, acudieron a este río numerosos ambiciosos buscadores de oro, ya que, en su virtuosa purificación Midas no pudo impedir sembrar, además, todo su sedimento de deseosas, engañosas y queridas pepitas de oro.
(Cuadro del pintor inglés Herbert James Draper, 1863-1920, Lamento por Ícaro, 1898; Fotografía de la actriz Joan Crawford, 1942; Fotografía de Joan Crawford, en sus comienzos en el cine, con una imagen más suave en su rostro, 1931; Fotografía de la jovencísima Joan Crawford, 1927; Fotografía de Joan Crawford en 1943; Fotograma de la película Aguirre, la Cólera de Dios, 1972; Cuadro del pintor flamenco Frans Francken II, el joven, 1581.1642, La mesa del rey Midas, siglo XVII; Óleo del pintor Horace Vernet, Napoleón pasando revista en la batalla de Jena, 1806, símbolo de la mayor personalidad ambiciosa habida jamás.)
Vídeo de Queridísima mamá, 1981; vídeo de Possessed, 1947; vídeo documental Crawford y Cristina.