La mirada de Eros es un juego en el que Irina Kouberskaya nos propone viajar por la otra vida: la de los sueños. Y en ese viaje, asistimos a una parte de las grandes verdades que modelan nuestras vidas. El azar presente en el inicio de la obra, por ejemplo, es seguido de esa otra necesidad de convertir el arte en la vida misma, lo que ocurre en una escena donde lo visto —y, posteriormente pintado o representado— se transforman en arte en tres dimensiones, arte de carne y hueso que también deviene en caprichoso deseo de un joven que a diferencia de lo que ocurre en el relato de Nabokov, se expresa en tercera persona a través de una narrador omnisciente, como si el personaje fuese igual a una marioneta cuyos hilos son movidos por otra persona, lo que no le quita ni un ápice de autenticidad o acierto, pues nos pone de manifiesto esa última posibilidad de cambiar el mundo que todo artista posee a la hora de plasmar su arte.
Irina Kouberskayanecesitaba un compañero de viaje para hacer realidad ese sueño que, a buen seguro, un día le envolvió cuando leyó el relato de Nabokov, y lo ha encontrado, pero no solo eso, pues cabe añadir que no podía haber encontrado un cómplice mejor para poner en pie todo aquello que solo existía en su cabeza. Iván Oriola está magistral en cada uno de los registros a los que se ve sometido a lo largo de la obra. Con una gran capacidad de mimo, interpreta a un Erwin caprichoso, como cuando nos dice: «se transformó en un pingüino que solo vuela en sueños», y que le sirve de palanca de fuerza para aliarse con ese caprichoso destino que se le presenta a su favor, y que le lleva a múltiples situaciones: cómicas unas, inesperadas otras, y a las que Iván responde con maestría; una grandísima interpretación llena de gestos y movimientos (no se pierdan, por favor, la subida y bajada de escaleras, por poner un ejemplo), de los que siempre sala victoriosa la destreza con los que los ejecuta. Envolvente, caprichoso o inocente, Erwin, perdón Iván, avanza en una especie de carrera de obstáculos, siempre muy bien apoyado y ayudado por José Manuel Ramos, magnífico en ese soporte de Iván, pues como una sombra que apenas se ve y no molesta, realiza un trabajo digno de encomio y alabanza. Este espectáculo de mimos, de sueños y cartón piedra, tiene un no menos destacable trabajo de escenografía, pues el mismo está repleto de aciertos y efectos especiales tan sencillos como magistrales, para los que hay que echar mano de Eduardo Pérez de Carrera, para poner en valor un trabajo que en demasiadas ocasiones pasa desapercibido y, que en este caso, es soberbio por lo acertado del mismo (no se pierdan la escena de los instrumentos musicales: es sencillamente genial).
La mirada de Eros es como una de esas películas antiguas cargadas de lluvia, donde a cada palabra, a cada escena, nos va mojando ese universo de los sentidos que casi siempre permanece oculto, pero que cuando alguien le saca brillo, es cuando de verdad llegamos a ser felices; felices como solo lo podemos ser a través del éxtasis de la fantasía. Es una obra maestra, sin duda. No se la pierdan.
Ángel Silvelo Gabriel.