Cecilia (La dama del armiño) nos acoge en el seno de la belleza equilibrada, donde la pasión y la inteligencia se unen en un enigmático viaje al que Leonardo da Vinci no le puso límite, pero sí le dotó de la deidad de la eternidad en forma de pintura, en un formato pequeño para no descifrar la ecuación de su pureza, que sólo confesó a su amante Ludovico, porque a través de su mirada parece decirnos que pronto será madre, y nos invita a ser testigos de su maternidad con una mirada que aparte de sensualidad nos transmite el recogimiento que precede a los amantes, víctimas de un enamoramiento pertinaz y ensimismado.
Cecilia viene a vernos, y estará en el Palacio Real de Madrid hasta el 4 de septiembre, después seguirá con su penúltimo periplo por Berlín y Londres hasta volver a su casa de acogida en el Museo Czartoryski de Cracovia, desde donde una vez más, mirará a través de su ventana, y lo hará hacia ese lugar donde pasó a la Historia de la Humanidad, en una época donde la dimensión del mundo era el Hombre, y en la que ella se buscó a sí misma en una suerte de batallas interiores que finalmente la llevaron a indagar más allá de los límites de su existencia, porque hubo un momento en el que ella se dio cuenta que sus fronteras estaban más allá de las líneas de su cuerpo. Cuando fue consciente de ello, Cecilia se convirtió en La dama del armiño y fue en busca de la luz.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel