¿Cómo empieza tu relación con el arte?
Comienza de pequeña, en casa, con mis hermanos mayores poniendo buena música y dibujando con sus ceras Manley y sus rotuladores Carioca. Era un ambiente caótico pero propicio. Me gustaba ensimismarme con mis dibujos rodeada de aquel bullicio.
Mi padre siempre me dijo que podía hacer Bellas Artes, así que cuando llegué al instituto, un buen profesor de dibujo, Enrique García Coloma me ayudó con la prueba de acceso.
¿Ha influido de algún modo la cultura oriental en tus creaciones?
Como muchas personas de mi edad, tuve la suerte de crecer con todas las series de Hayao Miyazaki, el “Disney japonés”: Heidi, Marco, etc. Luego, de adolescente, salía corriendo del insti para llegar a tiempo de ver Dragon Ball, Dr. Slump , Ranma ½ y otras series más.
Creo que influye mucho porque es algo que tienes pegado a la retina desde pequeño. La animación japonesa tiene una forma de representar las cosas muy natural, y aunque no conozco muchos artistas orientales, me gusta la cerámica Wabi-sabi, el concepto de la belleza imperfecta. También me atrae el merchandising japonés, los grabados de Hokusai, con esa capacidad de buscar mediante el dibujo el significado profundo de todas las cosas, esa elegancia y a la vez espontaneidad.
Y de contemporáneos me gusta Yoshimoto Nara. Me identifico formalmente y creo que hablamos un poco de lo mismo.
¿Qué artistas consideras una influencia?
Pues los impresionistas Claude Monet, Van-Gogh, Gauguin, Munch, los fauves Matisse y Raoul Dufy. Aparte de Toulouse-Lautrec, Miró, Picasso, Barceló, Modigliani, Henri Michaux… y muchos más.
Tus obras en gran formato vienen a ser collages nacidos de otras más pequeñas, con una suerte de narrativa en “viñetas”. ¿Has tenido alguna relación con el cómic o buscabas otra lectura con estas composiciones?
No he hecho nunca una historieta gráfica, eso sería muy difícil para mí porque necesitas un guión y una mirada muy cinematográfica, aparte de paciencia… Pero me gusta mucho leer cómics, empecé con Mortadelo, Zipi y Zape, etc., y luego con Torpedo, Corto Maltés, El Incal y Watchmen. El último que he leído y recomiendo es la trilogía Rosalie Blum de Camille Jourdy. Mi amiga Olga nos iba dejando uno cada semana, a mí y a dos amigos más. Era una agonía esperar que uno acabara y lo pasara al otro. Los dibujos son preciosos y la historia cotidiana y maravillosa. Te engancha automáticamente y no puedes dejar de leerlo.
Por suerte mi compañero Bruno tiene una Expedit del Ikea llena de cómics, así que poco a poco me iré enterando más del tema.
También me gustan mucho los libros de ensayo y las novelas, empalmo una con otra, a veces varias a la vez, ahora estoy con The host, La historiadora , La educación del talento de J.A. Marina y De qué hablo cuando hablo de correr de Murakami.
Uno de tus recursos recurrentes es el primer plano y las expresiones de tus personajes. ¿Crees en eso de que «la cara es el espejo del alma»?
Sí, más que la cara física, la mirada, la expresión de una cara puede enseñar u ocultar las emociones de una persona. Creo que en mis dibujos las caras son un poco ambiguas, no expresan del todo sus sentimientos, escudriñan al espectador con su mirada, intentan entender más que mostrar.
Pese al espíritu inocente que flota por tus trabajos, no puedo evitar extraer alguna lectura melancólica de las facciones representadas. ¿Se esconde un componente trágico entre la inocencia?
Sí, la pérdida del paraíso infantil, cuando lo que intuías y lo que sentías tenía una relación real con la vida y la conexión directa con las personas que querías. Sí, supongo que hay cierta nostalgia por el mundo feliz de la infancia y una crítica a la incomunicación adulta. El mundo natural, los bosques y los animalillos compensan esa parte de desencanto y lo convierten en una melancolía más positiva.
¿Qué historias hay tras tus obras? ¿A qué conclusiones te gustaría que llegara el público?
La verdad es que no lo sé… me gustaría que el que mira el cuadro o lo tiene en su casa se sienta aceptado, que no se sienta raro, que pueda tener millones de emociones al día sin complejos, que no ha de haber respuestas intelectuales para todo. Que se sienta cómodo en la ambigüedad de la vida, con todos sus cambios, colores y procesos y conectado con los demás.
Diseñadora, pintora, ilustradora… ¿Estas facetas se retroalimentan o procuras llevarlas por separado?
En las ilustraciones intento acercarme al encargo y a lo que creo que quiere el cliente, pero siempre se me escapa o aparece algo más propio de mis dibujos para cuadros. Yo creo que sí, se retroalimentan. El diseño gráfico y la ilustración se cuelan en mis cuadros mas sintéticos y de colores más definidos al igual que la pintura proporciona al diseño ese punto artesanal y personal.
Un aspecto muy positivo es que tu obra está representada por importantes galerías de la ciudad condal, haciéndose hueco entre técnicas y estilos más clásicos o convencionales. ¿Qué destacarías de tu relación con el mundo expositivo?
Pues mi relación con las galerías es muy simple, llevo los cuadros y si los venden me llevo una parte. Con algunos galeristas me llevo bien y tengo cierta amistad. No me gusta ir a inauguraciones, la verdad es que lo paso más bien mal, aunque al final me voy con los amigos de cervezas y ya me destenso. Sí, estoy intentando madurar mi relación con el mundo expositivo, me he de quitar prejuicios y tonterías, es un negocio y ya. Creo que con el tiempo buscaré un agente que se encargue de esto.
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