La mirada social de Antonio Berni

Por Avellanal

En la sencilla habitación que se abre al espectador, una pequeña clava su mirada en el techo, al tiempo que ensaya sus pasos de danza, mientras los ojos de su madre se pierden en la divagación que le permite la detención de su labor en la máquina de coser. La escena, lejos de acotarse, se prolonga por medio de una puerta abierta, a través de la cual se contempla un característico paisaje barrial de los suburbios, con su calle de tierra, su puente y su típica casa de la esquina. Desde su práctica artística, Antonio Berni, un hijo de los inmigrantes italianos llegados a la Argentina a fines del siglo XIX, hilvanó los fragmentos de un relato que, por más de cincuenta años, reflejará el devenir  social de su país. Su obra, como pocas en el arte argentino, hizo suya la experimentación de los movimientos de vanguardias y la aplicó a esa monumental narrativa, con una radicalidad y una originalidad infrecuentes.

En esta tela pintada en 1937 –que corresponde a una etapa temprana–, el artista representa un interior doméstico con el rigor de una perspectiva renacentista y, en el vínculo entre madre e hija que instala allí, desliza también las aspiraciones sociales de la época. Así, en esta escena tan rigurosa como extraña, podemos ver reflejadas las ambiciones de superación de los trabajadores de la clase media que mandaban a sus hijos al conservatorio del barrio para aprender danza, piano o canto, mientras la madre contribuía a la economía doméstica cosiendo ropa en la “heróica Singer”, como llamó el poeta Raúl González Tuñón a estas máquinas de coser de origen estadounidense por cuyos pedales pasaron los pies de varias generaciones de amas de casa argentinas.

Berni realiza esta obra poco después de sus grandes pinturas a escala mural: “Desocupados” y “Manifestación”, de 1934, y “Chacareros”, de 1935. Cuando pinta “Primeros pasos” se encontraba ya instalado en Buenos Aires, tras una fructífera estadía en Rosario.  En esta escena abierta a un paisaje, visiblemente inspirada en los maestros italianos del Renacimiento, Berni construye un clima de suave tensión que se alimenta de la confrontación de dos mundos. Por un lado, el de las ilusiones de la niña, concentrada en sus pasos de baile, y por otro, el de la madre ensimismada en sus cavilaciones.

El historiador Jorge López Ayala se ha referido a la melancolía que invade a estos personajes que Berni pinta en los años treinta y cuarenta como una figura alegórica que alude a la desesperanza y la carencia de sentido que alumbra la crisis de la modernidad. Un estado de abatimiento doloroso que podría resumirse como la cesación de interés en el mundo exterior. En ese sentido, la figura de esta madre, de espaldas a la realidad que la circunda y cobijada en ese interior perfectamente estructurado, pareciera ilustrar este estado de ánimo repleto de desaliento.

Está claro que la expresión de esta mujer traduce un conmovedor sentimiento de desencanto, pero cabe interrogarse si lo suyo es algo puramente personal, acaso derivado de su rutina de madre y ama de casa, o de algo más generalizado que podría derivarse del horizonte histórico implicado en esta pintura. Si se piensan las consecuencias de la crisis de 1929 –que Berni reflejó en sus obras murales del ‘34–, en el avance del fascismo en Europa y en el período autoritario que abre la revolución de Uriburu en Argentina, a la luz de la extrema percepción que el artista tenía sobre los efectos sociales de la política, queda patente que lo histórico y lo privado se encuentran en esta obra por su decisión.