Los seres humanos somos mucho más adaptables de lo que nos imaginamos.
Tan pronto podemos vivir en lugares montañosos donde es difícil respirar como hacerlo incluso por debajo del nivel del mar y construir diques para evitar morir ahogados.
Podemos vivir en climas extremos, con nieves perpetuas y calores abrasadores, junto a glaciares y junto a volcanes, en los desiertos más áridos o en las selvas más impenetrables. Todavía se nos resisten otros planetas en los que quizás algún día se construirán casas pareadas y disfrutaremos de vistas de la Tierra, pero todo se andará.
Si los habitantes de las regiones árticas han adaptado sus ritmos circadianos a la larga oscuridad invernal y a la larga claridad estival, esto no supone ningún problema para los ecuatorianos: doce horas de luz y doce de oscuridad durante todas las estaciones del año. Dicen los quiteños que ellos nunca prestan atención a la previsión meteorológica porque tan pronto puede llover como salir el sol. Es lo que tiene vivir en el centro del mundo, lugar de convergencia de ambos hemisferios.
No lejos de Quito, a algo menos de una hora en coche, se encuentra la Mitad del Mundo, el enclave donde la latitud es 0º 0' 0''. Un gran monolito de piedra señala tan característico lugar.
Si se desea experimentar la latitud 0, se puede visitar el Museo Intiñan, donde se pueden ver algunas demostraciones de ciertas peculiaridades que ocurren en esta parte del mundo. Una de ellas es la que se produce al vaciar una bañera. Aquí el agua no sigue un movimiento levógiro o dextrógiro -varía según el hemisferio-, sino que se va derechita por el desagüe, sin vaivenes debidos a los caprichos de la latitud terrestre. Otra de las pruebas consiste en poner un huevo fresco sobre un clavo. Dicen que la latitud ayuda a conseguir esta proeza, pero deduzco yo que tan sencillo no es cuando a los que lo logran le dan un certificado... o quizá yo soy muy torpe.
En Ecuador no solo nos encontramos a latitud 0 en buena parte del país, sino que sus habitantes han debido habituarse a vivir a cotas altas.
Quito, declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1978, está situada a 2850 metros de altitud y se encuentra rodeada por numerosos volcanes, muchos de ellos visibles en días claros y despejados. Para quienes como yo pasaron de estar del nivel del mar a casi tres mil metros de altitud en menos de una hora, no es extraño que el resultado sea un intenso dolor de cabeza y una sensación de cansancio sin haber corrido ni cien metros. Dicen que uno se acostumbra, como a todo, aunque yo en esos momentos deseé ser ecuatoreña y caminar por las calles de Quito con esa ligereza de los lugareños de la que yo carecía. Sentí que me habían echado cuarenta años encima.
Este maravilloso país cuenta, además, con un archipiélago único para los amantes de la naturaleza y del origen de las especies: las islas Galápagos. Pero esto lo dejo para otra ocasión, con el permiso de Darwin.
María Eugenia Santa Coloma