Luego de varias horas de caminar con una pesada mochila en la espalda, mi peregrinaje me llevó a un monasterio de la tradición Chan. Había hecho arreglos desde tiempo antes, así que sabían que llegaría de visita.
Desde joven me he interesado por la tradición Chan. Es muy hermosa, llena de sabiduría. Combina las enseñanzas del Buda, taoísmo y confucianismo; y fue la semilla de la que brotó el budismo zen japonés. Sus prácticas supremas son el zazen, la vida por los Preceptos, la ceremonia ritual y el respeto al Maestro, por que él o ella es la encarnación de Shakyamuni Buda.
Después de haber estado varias semanas en sesshin con mi Maestro, para mi era un paso natural pasar tiempo con mis compañeros Chan.
Cuando llegué al templo encontré a dos monjas sentadas detrás de un escritorio. Me saludaron con radiantes sonrisas, manos juntas y un “Amituofo”. Estaban junto a un altar monumental a Maitreya Buda.
Una de ellas se puso de pié y se presentó. Su nombre era Li. Con una reverencia me presenté. Me dijo que en ese templo están acostumbrados a recibir visitas, pero era la primera vez que recibían a un monje zen. Le parecía divertido e interesante que además viniera de México. Agradecí los saludos y me pidió que la siguiera.
Dejamos mis cosas en el salón dormitorio donde duermen juntos todos los monjes y me guió por todo el monasterio para mostrarme el lugar.
Mientras caminábamos por los salones y pasillos exquisitamente decorados, me preguntó sobre mi linaje y comentó de que se sentía feliz de mi interés sobre el Chan y los Patriarcas. Le dije que sin ellos yo no estaría ahí presente. Guardó silencio y dijo Amituofo. Ambos hicimos reverencia a manos juntas.
Li me habló del Maestro de este templo. Él es considerado la tercera encarnación de Samanthabhadra Tathagatha, así que es un hombre santo y puro. Me habló de su dedicación y de su profunda comprensión del Dharma. También hizo un breve recuento del trabajo que el monasterio realiza para la comunidad. Pude ver la reverencia y devoción en su mirada.
Al dar la vuelta en un pasillo, entramos a la sala principal. Ahí reside el Amida Buda más grande que jamás había visto. El altar tenía decoraciones en dorado y rojo, estaba lleno de ofrendas y néctar y el delicado humo del incienso lo envolvía todo. A la derecha estaba una escultura de un guerrero, guardián del templo. A la izquierda había una muy bella escultura de Kyanyin Pusa (Avalokiteshvara).
Conmovido con la magnificencia de la sala, pedía a Li que me explicara cómo era la postración en el budismo Chan. Me explicó y procedí a postrarme 3 veces ante Amida Buda. No tengo palabras para explicar las emociones que llenaron mi corazón en ese momento. Sólo había lágrimas en mis ojos. Li lloró conmigo sin decir una palabra.
Me quedé en silencio por un largo momento y no me percaté de que Li no estaba cerca. Me senté en zazen por un largo periodo.
Ella regresó con otro monje. Se presentó con una sonrisa gigante. Su nombre era Chan y me pidió que lo siguiera a un altar más pequeño que tenía una mesa larga y varias sillas. En la mesa habían libros, manuscritos, cuadernos y lápices. Me invitó a estudiar con él el Hui-neng Sutra (Sutra de la Plataforma). Perdí la noción del tiempo. Por varias horas leímos en voz alta. Al final de cada página él tocaba su campana y hacíamos reverencia.
Li regresó un poco después y dijo que la comida estaba servida. Chan y yo hicimos reverencia en gratitud por el aviso y los tres caminamos hacia el comedor.
Me senté en una mesa larga donde había al menos otros 20 monjes esperando. Cuando todos estuvimos en nuestro lugar designado, esperamos en silencio. El Maestro entró a la sala en silencio. Se sentó, hizo reverencia a manos juntas y todos comenzaron a cantar el Gatha de la Comida, en mandarín. Mi mandarín es muy básico, así que recité el gatha en la mente.
Cuando el Maestro dio la señal, todos comimos en silencio y hasta la última migaja de comida. Todo era sencillo y los sabores delicados, casi imperceptibles. Al terminar, un par de monjes levantaron los platos sucios y los llevaron a la cocina.
Li me pidió que la siguiera a conocer las otras salas del monasterio. En una de ellas, custodiada por monjes Shaolin, resguardaban dos reliquias de Siddharta Gautama, Shakyamuni Buda. Estas son veneradas y nunca se las deja solas.
Luego de recitar el Sutra de Shakyamuni, Li me llevó al jardín donde estaba un hermoso árbol resguardado por una cerca. La monja me explicó que era una magnolia sagrada y que se le atribuían muchos milagros (sí, el budismo Chan está lleno de magia).
Esta magnolia tenía la cualidad de soltar savia únicamente cuando un ser iluminado estaba cerca. La última vez que había secretado savia había sido en el año 2007. Ambos hicimos reverencia al árbol y seguimos adelante.
Regresamos a la sala principal donde me regaló muchos libros. ¡Me esperaban días de estudio intensivo!
Era hora de retirarse a dormir, así que Li me dejó solo. Comencé a arreglar mis cosas y los libros, así que me quité el suéter.
Noté que estaba mojado, pero no de agua. Palpé el líquido, que tenía un aroma extraño.
Era sabia.
Amituofo.