Hace unos meses, me enteré de que Enrique Jardiel Poncela había muerto de un cáncer de laringe del que, por algún motivo que no conozco, había decidido no tratarse. "Ay" -pensé. Bueno, no es que pensara exactamente "Ay", que yo no pienso en forma de onomatopeya, sino que me entró una sensación desagradable al enterarme que este hombre, que tantos buenos ratos me ha hecho pasar, se había muerto de algo "mío". Puedo imaginarme su enfermedad con bastante nitidez. Quizá con demasiada.
Hace unos días, por casualidad, encontré en una librería un libro de Jardiel del que nunca había oído hablar: "El libro del convaleciente; inyecciones de alegría para hospitales y sanatorios". Me resultaría cursi contar que en ese momento sentí que si había alguien en el mundo que debía leer ese libro, ése era yo. Sí que puedo deciros que me encontré con la obligación moral de comprarlo porque, ¿no es fundamental en mi formación como otorrino saber cómo se las arregló para afrontar el cáncer de laringe un humorista español?
Hace unas horas, comencé a leer el libro. Empieza así:
DEFINICIONES
Cigarro.- Tubito de papel, relleno de una sustancia indefinible, que sirve para destrozarse la faringe y para entablar conversación con los compañeros de viaje.
Actualización por el Día Mundial de la Voz.
Foto: Antiguo escenario del teatro Imperial, hoy la sección de teatro de la librería Beta.