La muerte, esa demócrata insobornable

Publicado el 20 diciembre 2010 por Joaquim


(en memoria de Sebas)

En un solo día recibo tres noticias de esas que nos recuerdan que además de humanos, somos frágiles y perecederos.
De buena mañana dos correos casi simultáneos me informan del no por esperado menos doloroso fallecimiento de Sebastián, nuestro SMG310 del blog "Fuego Amigo", en Público. Al mediodía en un vermut navideño me encuentro con Jesús, compañero laboral y político de hace casi 30 años, que me cuenta que le acaban de hacer un cateterismo en la aorta después de que tras un desmayo descubrieran los médicos que tenía tres arterias casi taponadas. Se libró por los pelos. Y en fin, a la caída de la tarde paso por delante de la Pl. Sant Jaume y me encuentro a M.A. saliendo del Ayuntamiento, otro viejo rockero a quien conozco desde los tiempos de Convergència Socialista de Catalunya, en los últimos años cargo de cierta relevancia orgánica municipal y a quien veo de uvas a peras; le felicito las fiestas, y me deja helado al comentarme inmediatamente con enorme tristeza que su mujer acaba de fallecer hace poco por causa de un derrame cerebral.
Los protagonistas de estos tres casos tenían o tienen entre cincuenta y tantos y sesenta y muy pocos años. Evidentemente solo se mueren los vivos, pero en días así es fácil pensar que la vida es una porquería y que al final, lo realmente absurdo no es morirse sino estar vivo. Nuestro hilo vital es tan sutil, delicado y quebradizo, que el que se rompa de manera inopinada no debería sorprendernos demasiado.
De todos modos lo verdaderamente sorprendente es lo que suele costarles morirse a los hijos de perra bípedos. Ahí tienen al general Franco, sin ir más lejos, a quien tuvo que ultimarlo su propio yerno en funciones de médico de cabecera/matarife despiadado: la carnicería que le hizo no llegamos a deseársela entonces ni sus peores enemigos. ¡Lo que le costó a Franco morirse, y en qué condiciones lo hizo!. Pero vivió sus buenos ochenta y tantos años. Y bueno, por ahí corre todavía el carcamal que ejercía de ministro de Propaganda del régimen franquista, copartícipe de las penas de muerte que firmaba el Consejo de Ministros de la dictadura (militar, por supuesto), y que más tarde como ministro del Interior asistió impertérrito y siempre de viaje (¡qué casualidad!) a las cacerías de rojos organizadas por los "incontrolados" controlados por sus subalternos en el ministerio: Montejurra, catedral de Vitoria, Térmica del Besós...
De todos modos, ni siquiera él se librará. Al final la muerte es lo único verdaderamente democrático, y todo lo iguala con su guadaña. Y es que estaría bueno que los ricos o los hijos de perra se libraran, sólo por ser de derechas y darse muchos golpes de pecho en un confesionario.
La ilustración es un fotograma de la película El séptimo sello (1957), del director sueco Ingmar Bergman.