La muestra del mes: Saraceno x Rizzo

Por Civale3000

Siendo niña me metí donde no debía –un galpón derruido lleno de trastos- y sufrí la picadura de una araña. Unos días después cerca del tobillo lucía un óvalo que parecía tener algo de podrido y gelatinoso que con el tiempo se fue secando, pero la piel jamás recobró su aspecto original. Además de la fea cicatriz, me quedó una marcada fobia que hace el temor regrese aún ante el más minúsculo ejemplar del género arácnido. Es así que enterada del carácter de la esperada exhibición de Tomás Saraceno (San Miguel de Tucumán, 1973. Vive y trabaja en Berlín), la primera individual en su país natal, Cómo atrapar el universo en una telaraña, no sólo me inquieté; pensé en la posibilidad de no verla a la vez que me auto argumentaba que era un proyecto más apropiado para un museo de ciencias naturales, que para uno de arte. Según la información, el equipo del artista y arquitecto trabajaba en colaboración con profesionales e instituciones científicas y desde reservas naturales del norte del país había trasladado decenas de agrupaciones de colonias de Parawixia bistriata –una araña de hábitos sociales y cooperativos- y algunas otras de especies complementarias. En resumen, algo así como 7.000 arañas habían estado trabajado secretamente durante alrededor de seis meses en las salas del MAMBA, realizando en modo work in progress una insólita e insospechada construcción comunitaria. Descansaban durante el día, tejían y se alimentaban durante la noche.

La inquietud no logró matar la curiosidad, descontaba que podía ser interesante e inusual pero no imaginé que no sólo me gustaría, sino que vería una construcción que luce contemporánea y que suma diversidad a los formatos en los que se presenta el arte. En realidad, no estaba preparada para lo que se exhibe, es cierto que la propuesta podría estar en una sala de ciencias naturales, pero ciertamente lo trasciende; se trata de una interacción entre la biología, la física y la estética que ofrece una inesperada experiencia a la vez que expande los límites de las artes visuales hacia otros campos. Celebro que el equipo curatorial del museo, encabezado por Victoria Noorthoorn, se haya animado a encarar el proyecto, difícil por el tiempo de realización, factores azarosos y complejidad. La inusitada red de redes y cantidad de telarañas, me atrapó como a alguno de los grillos que se les ofrecieron de alimento. Interesante la relación creada con el espacio museológico, una serie de laberintos en gran parte inaccesibles a la vista, miles de hilos viscosos natural y bellamente entrelazados forman una gigante maraña entre transparente y plateada, con sus cuatro metros de alto y su silueta recortada en el espacio de exhibición, que puede observarse hasta el agotamiento en sus increíbles e hipnóticos detalles inabarcables. Compleja, laberíntica e interconectada, dispara la idea de otras redes, las sociales, en una citación actual. A la vez, nos devuelve hasta lo más primitivo, a los 140 millones de años que ellas exhiben su presencia en la tierra.

Adrian Krell, especialista arácnido, me explica que se conocen alrededor de 41.000 especies del género en el mundo, y entre ellos sólo hay alrededor de veinticinco que se desarrollan en comunidad y que exhiben comportamientos sociales y cooperativos. Buscaban este tipo de especie, que a diferencia de la mayoría, teje sus enormes redes colectivamente. Tal vez por su aspecto natural y su fragilidad, y a pesar de que toda la información sólo me añadía espanto previo, el recorrido entre las telas me resultó una experiencia sobrecogedora que desearía recorrer reiteradamente. Luego de atravesarla, no pude sustraerme a visitar la otra instalación, justamente la que no pensaba ver, donde una Nephila clavipes, ejemplar de un tamaño importante y de otra especie (la única que no fue retirada del museo) libre en la sala, teje su red frente al público y es partícipe de la propuesta sonora. Mediante algoritmos, una red de amplificadores replica los movimientos que realiza en su tela orbital, invadiendo el espacio. Partículas del polvo que flota en el aire se traducen a sonido al ingresar, haciendo audibles los vaivenes que producen los espectadores, al agitarlas. Así, entre los movimientos de la araña, de las partículas en suspensión y la interacción de los visitantes, el sonido se vuelve sinfonía coral en un sofisticado y poético concierto cosmológico, el soñado por el artista, la Orquesta aracnocósmica. Como muchos de los proyectos de Saraceno, una reflexión sobre las formas en las que percibimos del universo.
Recomiendo con temeroso entusiasmo transitar las experiencias. El documental que acompaña la muestra ayuda a entender; tal vez les suceda lo que a mí, que entendí desde otro lugar, el miedo persiste pero inicié una relación diferente, otra convivencia: no querría volver a matar a ninguna.