Una habitación de hospital, con una cama, un sillón, una mesita, el palo del gotero… El ruído del humidificador y de las gafas nasales. Sin sentir, sin tocar. Las persianas bajadas. La luz artificial de un día y otro. ¿Será de día o de noche? Lunes, martes, miércoles…
Mientras tanto, personas que entran y salen protegidas con un mono especial, con un escudo que corta el viento. Te cuesta escucharlos, te cuesta verlos. La luz artificial también les duele a ellos, porque saben que no te va, ni les va bien. Les cuesta ver y sentir…
Las persianas siguen así, bajadas, un día y otro, protegiendo a las personas de los cazadores de intimidad. Perdemos el norte. Quizás lo perdimos hace tiempo. La sociedad (y los medios de comunicación en especial) tenemos mucho que aprender de valores, ética e intimidad.
Como siempre se dice, quizás esto nos sirva para aprender. Ya veremos…
¡Dejad que suban las persianas!
El pasado 15 de octubre, se reunía el Comité Especial para la gestión de la enfermedad por el virus ébola del Gobierno de España, y tras la reunión, se emitía un comunicado, donde además de informar del estado de salud de Teresa y del resto de personas que se mantienen en Observación en el Hospital Carlos III se comentaba lo siguiente:
“En la reunión se han puesto de manifiesto las dificultades añadidas que supone para el equipo médico tener que trabajar con las persianas bajadas para proteger la intimidad de la paciente ingresada y de los trabajadores. Se ha expuesto cómo esta situación supone un perjuicio objetivo para el tratamiento, dificultades para el personal sanitario en el desarrollo de su trabajo e inconvenientes para el bienestar de las personas ingresadas”.
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