Otras percepciones sensoriales como el tacto, el gusto, el olfato, el oído y la vista han sido localizados en área específicas del cerebro. No así con el dolor, porque aún no se sabe con exactitud cómo el cerebro construye esta experiencia.
Tracey encontró que la distracción reduce la percepción del dolor (sirve ocuparse en otra cosa, escuchar música o hacer cálculo mental para reducir la sensación de dolor). Investigó también los efectos de la depresión en la percepción del dolor. La gente deprimida reporta sentir más que personas no deprimidas frente a los mismos estímulos (la depresión hace que todo se sienta y se interprete mucho peor de lo que es). También estudió el impacto de la fe religiosa en el dolor.
Los católicos reportaban menos dolor que los ateos cuando se les mostraba una imagen religiosa: las actitudes culturales pueden tener un impacto neurológico.
Si no sintiéramos dolor sería un desastre para la salud. No nos daríamos cuenta de que tenemos una infección en el oído que podría dejarnos sordos, o una cornea lastimada, o nos quemaríamos, o caminaríamos con una pierna rota.