La nobleza de la pintura

Por Lparmino @lparmino

El pintor pobre, c.1670, de José Claudio Antolínez
Alte Pinakothek, Munich - Fuente

Una cuestión de vital importancia para los pintores españoles del siglo XVII fue la relativa a la nobleza del arte de la pintura. Durante todo el siglo, los pintores se empeñaron en esta particular cruzada reclamando para su arte el reconocimiento social que ya se había obtenido en otros países como Francia o Italia. Debajo de tan loable pretensión, existían meras intenciones de índole económica. La consideración de la pintura como actividad manual, artesana, implicaba que su labor se encontraba gravada económicamente sujeta a alcabalas. Los pintores reclamaban esa exención fiscal, así como el merecido, a sus ojos, reconocimiento social que les facilitaría poder acceder a distintos privilegios.
Uno de los primeros inconvenientes para el desarrollo del arte de la pintura se encontraba en su sistema de regulación. En una sociedad fuertemente compartimentada, el sistema gremial constituía un notable lastre para cualquier aspiración liberal de desarrollo técnico o artístico. Los pintores españoles se encontraban sometidos a un duro sistema gremial, al igual que cualquier otra profesión manual, que contemplaban los sucesivos pasos desde el aprendiz que entra en un taller hasta su obtención del título de oficial y, por fin, el de maestro mediante la superación del correspondiente “examen de maestría”. Entre estos talleres, destaca el sevillano de Pacheco, uno de los grandes pintores – teóricos del siglo (más lo último que lo primero) encargado de la formación de primeras figuras como Velázquez o Alonso Cano.
En determinadas ocasiones, las fuentes documentales nos informan de los intentos de pintores que, agrupados, trataban de superar este sistema mediante la adopción de fórmulas inspiradas en modelos europeos, sobre todo italianos. Es el caso de las academias y colegios de pintores que en muchos casos quedaron en papel mojado. Su labor se centraba tanto en la correcta formación del artista como en la defensa de sus prerrogativas. En 1607 se constituye un colegio de pintores en Valencia o en 1688 en Barcelona. La residencia de pintores extranjeros en determinadas ciudades de calado económico y cultural pudo determinar la aparición de las academias, según los modelos italianos en la mayoría de los casos. En 1603 hubo un proyecto para instalar una en Madrid que, sin embargo, al final no prosperó; más relevancia ocupa la academia sevillana, más por la importancia de sus fundadores y mentores (Valdés Leal, Murillo o Herrera el Mozo) que por su labor como tal.

Autorretrato, c.1645, Diego Velázquez
Galería Uffizi, Florencia - Fuente

En el fondo de la cuestión de la nobleza de la pintura se encontraba también el aspecto económico, ya que como actividad sujeta a la regulación gremial estaba sometido al régimen impositivo, en concreto al pago de las alcabalas (tasa que gravaba el comercio de bienes). Brown considera los constantes pleitos establecidos entre los pintores y el Consejo de Hacienda para lograr la eliminación de los impuestos sobre las obras pictóricas. De forma somera, los pintores se anotaron sonados logros; sin embargo, cuando la necesidad financiera así lo aconsejaba, el Consejo de Hacienda, necesitado de recursos, recuperaba la alcabala en cuestión, iniciándose así de nuevo el proceso de pleitos y recursos. Por ejemplo, en 1636, las necesidades económicas impuestas por una nueva guerra contra Francia recomendaron la recuperación de este impuesto.
Conseguir el merecido reconocimiento social fue cuestión de suma importancia para el pintor español del XVII. Sin embargo, pese a los numerosos intentos en pos de esta loable meta, fueron pocos, por no decir que casi no fueron, los pintores que consiguieron el ansiado reconocimiento. Tan sólo podríamos citar el caso de Velázquez, cuya genialidad le procuró el ansiado puesto en la corte, iniciando así un fulgurante cursus honorum que culminaría en su nombramiento, no sin sufrimientos, como caballero de la Orden de Santiago. El empeño de proporcionar a la pintura la condición de arte liberal supone uno de los episodios más interesantes del siglo en el campo artístico, y dio lugar a estudios y tratados teóricos (de Pacheco, de Carducho, Palomino…) que si bien no alcanzaron sus objetivos entonces hoy se han convertido en fuentes fundamentales para conocer nuestro Siglo de Oro pictórico.
Luis Pérez Armiño
Bibliografía
Brown, J. (1990): La edad de oro de la pintura española. Ed. Nerea. Madrid. Pérez Sánchez, A.E. (1990): “Velázquez y su arte”. Velázquez. Museo Nacional del Prado. Ministerio de Cultura. 2001Pérez Sánchez, A.E. (2000): Pintura barroca en España (1600 – 1750). Manuales de Arte Cátedra, Madrid. Portus, J. (2004): “Velázquez, en primera persona”. En “Velázquez”. Los grandes genios del arte, nº1. Unidad Editorial. Pp. 7 – 21 En la Web:Liceus