La ópera del emperador

Por Felipe Santos

"Mi vida ha sido un largo viaje", escribió una vez Carlos V, que pasó viajando uno de cada cuatro días de su reinado. En barco, caballo o carruaje, los desplazamientos eran eternos. Fue el primer rey moderno con problemas modernos. Uno de ellos fue la extensión global de su territorio, difícil de controlar desde la distancia. "Su poder en esos territorios -nos dice el historiador Henry Kamen- no se basaba en la ocupación y en la opresión sino en una sólida red clientelar y en el interés". Esos difíciles equilibrios generaban no pocas frustraciones y la impresión perenne de que el imperio se deshacía por las costuras. El anhelo de paz bajo una monarquía universal fue la quimera perseguida y nunca alcanzada.

Al compositor austriaco Ernst Krenek, la vida del emperador empezó a fascinarle desde sus años escolares. Cuando el director de la Opera de Viena, Clemens Krauss, le propone hacer una ópera, piensa en Carlos y en la paradoja de un rey todopoderoso que se muestra humano y falible en el último tramo de su vida.Durante dos años se documentará a fondo y escribirá él mismo el libreto, a la manera de Wagner. La composición le llevará otro año, así que para mayo de 1933 ya tendrá listo el encargo. Se estableció como fecha de estreno el mes de febrero de 1934, pero el ascenso de Hitler al poder daría al traste con el proyecto. A la música de Krenek le habían colocado el adjetivo de "degenerada" y Krauss no se atrevió a mantenerla en cartel.

Desilusión, hastío e incomprensión fueron los sentimientos que albergó Krenek, no muy lejanos de los quehabía rodeado a su personaje. Ese mundo interior es sobre el que trabajan Carlus Padrissa y Lita Cabellut, una psicología que se enfrenta al tramo final de su existencia. Por eso, el suelo del escenario aparecerá siempre encharcado sobre una memoria líquida y poco fiable que adopta caprichosamente las formas de salvación o condena. Durante años vivió como un huérfano sin serlo. Su infancia se verá interrumpida por el deber cuando muere su padre y con seis años debe jurar los Estados Generales en Flandes. A los dieciséis ya será el rey más poderoso del mundo. Todo demasiado frágil y resbaladizo.

Para cuando vislumbra la consolidación del imperio, su propio cuerpo le falla. Carlos V preparó su sucesión al ver que sus dolencias apenas le dejaban respiro. En un informe confidencial de sus médicos a Felipe II le cuentan que la gota "maltrata" a su padre, además de frecuentes catarros y hemorroides. "Y esas cosas juntadas con las pasiones del espíritu que an sido muy grandes y ordinarias le an mudado la condición y buena gracia que solía tener, y la afabilidad (...) y muchas vezes y ratos llorando tan de veras y con tanto derramamiento de lágrimas como sy fuera una criatura". No ocultó esas emociones el emperador cuando abdicó en su hijo el 25 de octubre de 1555, en el Ayuntamiento de Bruselas.

La producción de Padrissa y Cabellut se abre con las formas de La Gloria, el cuadro que cuatro años antes el emperador había encargado a Tiziano. Se trata de una visión particular de su propio juicio final. El escenario se llenará de cuerpos colgantes que pronto formarán parte de sus pesadillas y delirios. Este cuadro lo llevará a Yuste y es el último que pide ver antes de morir. También a Lita Cabellut la contemplación de un cuadro le cambió la vida. Fue cuando le dijo a su madre adoptiva que quería ser artista frente a Las tres gracias de Rubens, en el Museo del Prado. Tenía 13 años.

Por un escenario rodeado de espejos negros vemos aparecer a muchos de los personajes que condicionaron o consolaron la vida del emperador, como Francisco I, el rey de Francia que le disputó la primacía europea; su hermana Leonor de Austria; su hermano Fernando I, que le reclamaría al final el trono de Alemania; su madre Juana de Castilla; su mujer Isabel de Portugal, a la que adoraba y que falleció cuando daba a luz; Martin Lutero y el Papa Clemente VII, caras de una misma moneda que nublaron siempre la apreciación del emperador entre el deber y la razón; y Solimán el Magnífico, el gran sultán otomano que llegó con su ejército a las puertas de Viena. Padrissa y Cabellut enmarcan este flujo de pensamiento del emperador moribundo en una fábula excepcional sobre la fragilidad del poder. Junto a Tiziano, las imágenes surrealistas y perturbadoras que se extienden a las proyecciones y el vestuario de los personajes se inspiran en el universo de El Bosco.

Cuando recién nacido entra en la iglesia de San Juan -la actual catedral de San Bavón, en Gante-, al futuro emperador lo sostiene en brazos su bisabuela, la viuda de Carlos el Temerario, que a su vez va sentada en una silla gestatoria, llevada por cuatro hombres. Cincuenta años después, Carlos llegará de la misma manera a Yuste, a la antesala de su propia muerte. Tras su llegada en barco a Laredo y aquejado de nuevos ataques de gota, hubo que improvisar un arcón donde pudiera recostarse. Cuatro hombres lo porteaban.

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Fotos: © Wilfried Hösl

Publicado por Felipe Santos

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos