La pandemia nos está robando tiempo y vitalidad a los mayores que aun nos sentimos jóvenes

Por Clotilde Sarrió Arnandis @Gestalt_VLC

Conforme avanzamos hacia la última estación en el devenir de la vida, cada ser humano experimenta su envejecimiento de un modo diferente. Unos resignándose a su declive. Otros rejuveneciendo al ser capaces de realizar aquellas cosas que en su vida laboral les resultaban imposible. Obviamente, la salud física y mental será un factor que influirá en el modo de afrontar esta etapa del ciclo vital, una etapa de cosecha tras una vida de siembra.

Imagen: @terapia.gestalt.valencia

La pandemia nos está robando tiempo y vitalidad a los mayores que aun nos sentimos jóvenes

Muchas veces he comparado los ciclos vitales con un largo viaje en un tren en el que unas veces somos maquinistas y otras pasajeros. Incluso habrá trechos en los que debamos asumir ambas funciones si así lo requieren las circunstancias.

Siempre me ha parecido muy didáctica esta metáfora. Un largo viaje con estaciones y destinos que no siempre decidiremos porque estarán sujetos a contingencias ajenas a nuestra voluntad. Será siempre útil mantenerse con los sentidos activados antes de emprender la marcha, y ya durante el viaje estar atentos para poder absorber toda la información que nos aporte lo que veamos a través de las ventanillas, un universo desconocido al que tendremos que enfrentarnos cada vez que bajemos  en cada estación con ansias de aprender lo nuevo que nos aporte cada experiencia.

Ahora que he cumplido varias décadas de viaje, soy consciente del acelerado avance de una carrera tecnológica que nos aporta una innovación tras otra a una velocidad superior a mi capacidad para asimilarlas. Me siento inmersa en un mundo acelerado en el que se quedan rezagados quienes no se adaptan a las novedades que convierten en obsoletas a las del día anterior.

Los mayores de sesenta años no tenemos mas remedio que adaptarnos a un entorno que nada tiene que ver con aquel en el que nacimos y fuimos creciendo y tan fácil nos era de manejar. Me siento integrada en el colectivo de  mayores jóvenes, una generación que tras cubrir muchas etapas, es consciente de estar en una sosegada recta final que deseamos vivir  lo más intensamente posible y con proyectos que le den un sentido especial a nuestra existencia.

Mayores jóvenes en tiempos de pandemia

Viene esto a colación de la pandemia que estamos padeciendo, y me incomoda la sensación de que se estén manifestando las repercusiones del confinamiento de la pasada primavera y cómo pueda estar repercutiendo la nueva realidad en las personas más mayores (me resisto a llamarla nueva normalidad) tras el cambio de vida que hemos experimentado. A diferencia de los jóvenes, el hipotético futuro que nos aguarda a los mayores que aun nos sentimos jóvenes, es cuantitativamente más corto en proporción directa a nuestra edad.

Me entristece pensar que cada día que no realice una actividad porque la pandemia me lo impida, será un día difícilmente recuperable. De entrada, no puedo abrazar ni besar a mis nietos, he renunciado a algunos viajes y me he dado de baja en el gimnasio por miedo al contagio.

Nos encontramos en la segunda ola de la pandemia y es previsible que venga una tercera y esto se alargue más de lo que desearíamos. Y mientras el tiempo avance, sé que mis condiciones físicas —y tal vez mi salud— se irán resintiendo, de tal modo que cuando la pandemia haya pasado, mis fuerzas habrán menguado. Por ello he querido dejar constancia en el titulo de este artículo de que la pandemia nos está robando tiempo —quien sabe si años— a un colectivo cuyas expectativas de futuro son inciertas, un colectivo cuyo  patrimonio más valioso es su hoy, su día a día, un presente que las circunstancias han congelado dejándolo en un impasse de una impredecible duración.

Mayores jóvenes, una población de alto riesgo

Me centraré en un ejemplo muy ilustrativo como son las normas para prevenir la expansión del coronavirus, unas disposiciones de obligado cumplimiento para combatir la infección  que  afectan, por ejemplo, a la relación de los abuelos con los nietos, un contacto físico que ha quedado damnificado en besos, abrazos, complicidad y frecuentación, circunstancia que repercute en la estabilidad emocional de ambas partes. Tengamos en cuenta que los nietos necesitan afectivamente a sus abuelos tanto como para estos es importante compartir su vida con los pequeños.

El tema se va complicando cuando introducimos los factores económicos que penalizan a muchas familias que no pueden pagar a alguien que se haga cargo de los niños mientras los padres están trabajando.

Dejar a los pequeños al cuidado de los abuelos para que los recojan del colegio, los lleven al parque a jugar y se queden con ellos en casa hasta que regresen los padres, es exponer a los abuelos a un peligro por ser población de alto riesgo de contraer el Covid-19 y sufrirlo con una clínica mucho más grave en complicaciones que los jóvenes. Desde una perspectiva epidemiológica, un abuelo o una abuela no pueden ni deben ser los cuidadores de sus nietos mientras el coronavirus siga en el ambiente.

Nos adentramos pues de pleno en el distanciamiento físico de los abuelos y los nietos a causa de la pandemia, un conflicto bidireccional que repercutirá anímicamente tanto en unos como en los otros.

En nuestra sociedad, es normal que los abuelos jueguen un papel importante en las familias por la ayuda que tantas veces ofrecen al hacerse cargo del cuidado de los nietos. Sin embargo, las autoridades sanitarias consideran desaconsejable esta práctica en la actual coyuntura epidemiológica, y las consecuencias son fáciles de imaginar, tanto por el  menoscabo en la relación afectiva entre abuelos y nietos como en las repercusiones económicas y laborales en los padres.

Nos encontramos ante una difícil situación para las personas mayores que de pronto han tenido que interrumpir sus actividades placenteras, sus rutinas, su proximidad social con los seres queridos, con los amigos, con la diferencia respecto a los jóvenes de que las expectativas de vida de los mayores son mucho más cortas, y cada día que permanezcan prisioneros de la nueva realidad, será es un día menos de su futuro que difícilmente recuperarán.

Es de esperar que cuando transcurra una o dos décadas, la humanidad irá olvidando la pandemia o recordándola como algo que sucedió en el pasado. Pero la inmensa mayoría de las generaciones jóvenes seguirán viviendo su nuevo presente y planificando con ilusión su futuro. Sin embargo, quienes ahora atraviesan las últimas estaciones sentados en un vagón del tren de sus vidas, tal vez ya hayan muerto cuando la pandemia acabe del todo, o bien no se encuentren en las condiciones de aquellos dinámicos mayores jóvenes que eran cuando el coronavirus trastocó las vidas de la población global del planeta.

Repercusiones de la pandemia en los mayores jóvenes

La pandemia está haciendo un daño especial a los mayores, ya no solo por su mayor riesgo de contagio, por su mayor letalidad o la gravedad de su evolución,  sino también por las repercusiones que este mazazo supone en sus relaciones sociales y en su estabilidad emocional y mental, sobre todo porque el hoy y el presente es para ellos el más preciado tesoro al ser sus expectativas de futuro más cortas.

El tiempo que la pandemia mantenga inactivos a los mayores jóvenes será un tiempo irrecuperable al cambiarles la vida sin previo aviso, sin que nadie les haya facilitado un manual de instrucciones ni un curso de preparación; sin darles —sin darnos a nadie— la opción de opinar y adaptar al propio criterio la duras medidas que la pandemia impone.

De pronto, la compañía y la socialización de los abuelos con sus nietos, —y también con sus hijos, sus amigos de tertulia y de viajes— ha quedado en un elevado porcentaje en manos de una tecnología (videoconferencias por tabletas, móviles u ordenadores) que a muchos les resulta difícil manejar.

En mi caso personal, yo continuo trabajando como Terapeuta Gestalt (aun no he llegado a la edad de jubilación) con la salvedad de haber priorizado las sesiones de terapia online por las presenciales. Esta circunstancia me permite conocer en primera persona las severas dificultades que supone para muchos ancianos manejar con soltura la tecnología necesaria para seguir con una sesiones que no quieren dejar bajo ningún concepto.

Pautas a considerar

El cambio en nuestro modo de relacionarnos ha sido brutal. De repente, hemos tenido que acostumbrarnos a prescindir de abrazos y de besos. Aprender a saludarnos con un ridículo choque de codos. A darnos un abrazo virtual a metro y medio de distancia de la persona a la que nos gustaría estrujar cuerpo con cuerpo.

Hemos reducido drásticamente las visitas que recibimos y que hacemos porque nos dicen que es conveniente que cada cual viva en la seguridad de su burbuja hasta que la mayoría de población sea inmune, y esto no sucederá hasta que dispongamos de una vacuna que podría tardar demasiado en llegar, al menos para quienes menos tiempo tienen por delante.

Todo esto predispone a que los mayoresjóvenes experimenten en un elevado porcentaje una sensación de pérdida de libertad, angustia de separación, potenciación de la sensación de soledad, limitaciones a la hora de realizar actividades placenteras y, en suma, un sentimiento de miedo que puede repercutir en la salud mental predisponiendo al estrés, a la ansiedad, y al malhumor. Y si a esto le asociamos la tristeza y la soledad, el fantasma de la depresión puede hacer acto de presencia en cualquier momento.

Por todo ello es aconsejable que mientras dure la pandemia,  las personas mayores incorporen una rutina de orden en sus actividades, por ejemplo en lo concerniente a la hora de levantarse y acostarse, al aseo personal, a realizar comidas sanas, hacer ejercicio, leer, escuchar música, y sobre todo socializarse en la medida de lo posible aunque les sea imposible realizar muchas de las actividades que antes eran normales. En esta coyuntura, el apoyo familiar a las personas mayores es más importante que nunca.

Volviendo a la metáfora del tren, sería beneficioso no considerar la pandemia como el final del trayecto, ni como la antesala de la muerte. Ayudaría considerar esta etapa como una estación más en el recorrido de ese viaje que iniciamos cuando nacemos.

Es necesario mantener la ilusión, también alimentar la esperanza de un futuro y  considerar que también de la pandemia se puede extraer experiencias y aprendizaje como durante años hemos venido haciendo en cada una de las paradas que nuestro tren hacía a lo largo de nuestra vida.

Si conseguimos aceptar con entereza lo que el destino nos ha deparado y utilizamos bien nuestras habilidades, es perfectamente posible que hasta del tiempo que la pandemia nos robe podamos extraer un provechoso beneficio.


Clotilde Sarrió – Terapia Gestalt Valencia

Este artículo está escrito por Clotilde Sarrió Arnandis  y se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España

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