Carlos II "El Hechizado", último monarca español de la Casa de Austria, empeoró de sus desequilibrios mentales, de su epilepsia y demás dolencias al final de su vida.
Circuló por Madrid e hízosele creer al mismo rey que había sido embrujado.
Desde entonces, el espectáculo que se ofreció a la Corte y súbditos fue patético: el Palacio viose invadido por confesores, exorcistas, monjas visionarias y curanderos que ofrecían variopintos remedios para librar al rey de la influencia del maligno.
Murió en 1700 sin descendencia, creando un grave conflicto sucesorio, pues con él se extinguía la rama española de los Austrias. Sin embargo, durante los últimos meses de su vida, su figura se engrandeció al derrochar buen sentido, espíritu de lucha y superación de las enormes presiones a que se vio expuesto, dándolo todo en defensa de la integridad de la Corona española. En torno a su lecho se apostaron religiosos, lo asediaron los embajadores de Francia y del Imperio Austriaco, y hasta su esposa, la reina, y su camarilla lo agobiaron tratando de influenciarle.
Tras su muerte, dos eran los aspirantes al trono: Felipe de Anjou -nieto de Luis XIV de Francia y de la infanta española Mª Teresa de Austria, hija del rey de España Felipe IV, y biznieto de la también infanta española Ana de Austria, esposa del rey francés Luis XIII- y Carlos de Habsburgo -hijo del emperador Leopoldo I y de la infanta española Margarita de Austria, hija también de Felipe IV-. El rey Carlos II dejó como heredero en su testamento a Felipe de Anjou, segundo hijo varón del Delfín de Francia, eligiendo al segundón para evitar la unión de las dos coronas, y nombró al mismo tiempo una Junta, presidida por el cardenal Portocarrero y la reina viuda, que gobernaría el reino hasta el advenimiento del futuro rey. Pero en Austria no aceptaron tal resolución, y el emperador Leopoldo proclamó a su segundo hijo como rey "Carlos III de España". A partir de entonces había dos reyes en la Corona española.
No solo Austria se oponía a la coronación de Felipe de Anjou como rey; también Inglaterra, Holanda, Portugal y partes de Alemania e Italia negábanse a aceptar la unión de Francia y España porque aseguraban que eso amenazaría el equilibrio europeo. El rey Sol de Francia aceptó la Corona de España para su nieto, pero todo se precipitó cuando -muerto el Delfín- lo nombró también sucesor al trono de Francia y le aconsejaba en público, ante el embajador español en Versalles: "Tu primer deber es mantener la unión entre ambas naciones, porque ya no hay Pirineos, sino dos países que no harán en adelante más que un solo pueblo"; no obstante, el testamento del fallecido rey Carlos II era claro, prohibiendo la unión de las dos coronas.
Luis XIV de Francia acrecentó los recelos de Europa, sobre todo de Holanda, cuando ofreció ayuda a su nieto Felipe para la defensa de España a cambio de los Países Bajos españoles, que siempre había ambicionado. Si Holanda digería mal un Flandes español, peor sería aún con un Flandes francés. La guerra era inevitable; y no solo fue guerra española, sino una guerra europea más, donde se involucraron varios países. Los escenarios de las batallas fueron: Flandes (18 batallas), Italia (15 batallas), Portugal y España (30 batallas), con un saldo de muertos de entre 750.000 y 1.250.000, llevando los franceses la peor parte con 500.000 muertos. También las diversas regiones españolas dividiéronse a favor de uno u otro aspirante: La Corona de Aragón (Aragón, , Valencia y Baleares) a favor del archiduque de Austria, mientras que el resto del país era partidario del duque de Anjou. La guerra civil estaba servida.
En enero de 1701, el cañón de Fuenterrabía anunciaba la entrada del joven rey en España; fue tal el entusiasmo del pueblo al recibirlo que Felipe decidió hacer a caballo su trayecto hasta Vitoria. A mediados de febrero del mismo año era recibido en Madrid con una magnificencia que sorprendió al séquito francés[1]. Por su aspecto, no podía negar su enraizamiento con la familia real española, ya que su parecido con el difunto Carlos II era extraordinario, aunque más robusto. En 1702 tomó parte personalmente en la defensa de sus derechos sucesorios; su presencia hízose necesaria en Italia, donde se encendió la mecha al atacar el príncipe de Saboya al ejército francoespañol en la ciudad de Cremona y ante las peticiones de refuerzos del duque de Medinaceli, virrey de España en Nápoles, que con dificultad contenía los conatos de rebelión. El proceder de Felipe de Anjou en estas campañas guerreras fue admirable y se ganó el respeto y cariño del ejército español.
El 1 de agosto de 1704, la flota angloholandesa integrada por 61 barcos de guerra, dotados con 9000 infantes, 25000 marineros y sumando 4000 cañones_ formó en la bahía de Algeciras frente al puerto de Gibraltar, defendido por una guarnición de 80 soldados y 300 civiles armados.
La plaza tenía censados 5000 habitantes y gozaba de fama de inexpugnable por la orografía del terreno y por las antiguas fortificaciones almohades y castellanas (de época del emperador Carlos I). Al mando de la defensa estaban el sargento mayor Diego de Salinas y el alcalde Cayo Antonio Prieto. El maestre de campo Juan de Medina con 200 hombres defendía el Muelle Viejo, al norte de la plaza y a los pies de la alcazaba; el maestre de campo Diego de Dávila y Pacheco con 170 hombres protegía Puerta de Tierra, entrada a la ciudad por el istmo; el capitán de caballería Francisco Toribio de Fuertes con 28 soldados y algunos paisanos defendían el muelle nuevo, al sur de la población; en la alcazaba se fortificaron 72 soldados de la guarnición, 6 de ellos artilleros.
El ejército extranjero desembarcó a 4000 infantes y acamparon en Punta Mala[3], enviando a los asediados dos cartas del aspirante austriaco, Carlos, fechadas en Lisboa, en las que instaba a la rendición prometiéndoles mucho. Reunidos el Cabildo y autoridades militares, su repuesta fue reconocer como rey de España a Felipe V, al que ya habían jurado en 1700 tras la muerte del rey Carlos II, y mostrar su disposición a morir en defensa de Gibraltar. El almirante inglés Rooke ordenó que sus navíos formaran en línea frente a la ciudad, mientras el alemán príncipe de Hesse se situaba con 1800 de sus hombres junto a la muralla del istmo. Cuando unos y otros abrieron fuego, mujeres y niños se refugiaron en el santuario de Nuestra Señora de Europa.
Tras varias horas de bombardeo que causaron graves daños en las defensas, los militares de la plaza concentraron más tropas frente a la bahía, dejando desguarnecido el litoral oriental; 100 soldados de los batallones catalanes, al servicio del archiduque de Austria, aprovecharon para desembarcar en la hoy conocida como Catalan Bay y escalar los acantilados. Los bombardeos continuaron implacables. Finalmente, el almirante inglés Byng tomó como rehenes a los civiles refugiados en el santuario; esto, unido a que los 30.000 disparos de cañón habían causado 280 muertos entre los asediados, ocasionó que las autoridades de la plaza determinasen la rendición de la ciudad.
Gibraltar se entregó al Príncipe de Hesse-Darmstadt, quien la recibió en nombre del rey de España Carlos III (el pretendiente austriaco). Al día siguiente de firmada la capitulación, hombres, mujeres y niños gibraltareños abandonaron su ciudad, dejando atras sus viviendas, bienes y negocios, desfilando con sus banderas y portando sus sellos, archivos, documentos, registros de nacimientos, defunciones y bodas, su San Roque y otras imágenes religiosas, su antiguo pendón concedido por los Reyes Católicos y bordado por su hija Dª Juana, así como todos sus emblemas, para establecerse en las cercanías (principalmente fundaron la población de San Roque, junto a una ermita del santo) y en Algeciras. En el peñón solo quedaron 70 enfermos o heridos y varios religiosos para su cuidado; abandonaron sus casas el 98,6% de la población.
Pero Inglaterra ya había decidido el futuro de aquel enclave y, poco después, arriaba la bandera del aspirante al trono para enarbolar la de la reina Ana de Inglaterra (que no estaba en guerra con España, sino que defendía los derechos al trono español de uno de los pretendientes), despojando a nuestro país y traicionando a sus propios aliados y al archiduque al usurpar una plaza que había sido conquistada en su nombre. Este hecho ilícito conculcaba el Convenio de Lisboa de 1703, firmado por los países aliados de Austria _incluida Inglaterra_, que prohibía a las potencias extranjeras participantes adueñarse para sí de ningún territorio, plaza o puerto español, sino exclusivamente en beneficio del pretendiente, archiduque Carlos de Habsburgo.
Entre tanto, repartidas por el mapa europeo, continuaban las batallas de esta guerra (en Saboya, a orillas del Danubio, en Italia, en los Países Bajos...)
En julio de 1705 el aspirante Carlos se posesionaba del reino de España en Gibraltar, y poco después embarcaba con el príncipe de Hesse rumbo a Cataluña, donde las tropas aliadas recuperaban el último bastión que allí quedaba en poder de los partidarios de Felipe de Anjou: el castillo de Montjuich. Tras este hecho, solo la localidad catalana de Rosas permanecía fiel a Felipe V. El archiduque Carlos desembarcó en Barcelona y comenzó a ejercer como rey efectivo en octubre de 1705 con el nombre de Carlos III (este "primer Carlos III" ostentó tal título durante casi una década). La preferencia de los catalanes por el aspirante austriaco estaba relacionada con la defensa de sus fueros; intuían que el imperio heterogéneo de los Habsburgo sería más respetuoso con las peculiaridades catalanas que los Borbones franceses, siempre tan unitarios y centralistas.
Mientras tanto, en torno al peñón y plaza de Gibraltar proseguían los intentos hispanofranceses por recuperarlos, y menudearon, aunque sin fortuna, los asedios, bloqueos y asaltos contra los usurpadores ingleses[4].
Felipe V, aunque proclamado rey de España en Madrid, era sometido a tal presión entre las regiones orientales peninsulares y Portugal que forzaron su salida y traslado de su Corte a Burgos, facilitando la entrada del archiduque en la capital y su coronación como Carlos III en 1706. El pueblo madrileño le mostró su peor cara, como ha sabido hacerlo siempre con los que siente como usurpadores, y Carlos encaminose a enfrentarse con su rival y pariente, Felipe, quien, con la ventaja que le proporcionaba el calor popular, consiguió que sus ejercitos expulsaran a los aliados extranjeros de Castilla, fortaleciendo su posición en la Corona española. Tras las conquistas de Cuenca, Orihuela y Cartagena, pero sobre todo tras la decisiva batalla de Almansa, en 1707, la guerra presentaba otro cariz para el pretendiente francés, pues luego vinieron a sus manos Valencia, Játiva, Zaragoza y Lérida; en julio de 1708, capitulaba Tortosa, en abril de 1709, Alicante. Pero seguían perdidas para su causa Mallorca, Menorca y Cerdeña.
Si bien en la península los resultados favorables al aspirante francés suponían la pacificación del territorio nacional (a excepción de Gibraltar y parte de Cataluña), en los escenarios europeos la Corona española perdía sus dominios de la casa de Austria: en la derrota del ejército francés en los Países Bajos, se perdieron Lovaina, Bruselas, Amberes, Brujas, Gante y Ostende; en Italia, fue vencido en Turín el duque de Vendôme y, en consecuencia, el archiduque Carlos fue proclamado duque de Milán. En 1707, también perdió España el reino de Nápoles en beneficio del archiduque de Austria.
En 1711, murió en Francia el Delfín, padre de Felipe V; en 1712 murió el nuevo Delfín (hermano mayor de Felipe), y poco después también el hijo de aquel y sucesor. Quedaba Felipe V de España como heredero de la Corona de Francia, pero prefirió la Corona de España y renunció ante las Cortes al trono galo, herencia de su abuelo.
En 1712, la Europa desangrada reuniose en Utrecht para tratar de firmar la paz, que conseguíase el 11 de abril de 1713; la firma de la paz de Utrecht no fue otra cosa que un "tratado de repartición", que era tan temido por el difunto Carlos II el Hechizado y por los españoles. Se salvaba la integridad del reino peninsular, y Felipe V quedaba como rey de España, de las Indias y plazas africanas.
La firma del Tratado de Utrecht, patrocinado particularmente por Inglaterra, sentenció la situación de Gibraltar, consiguiendo lo que los invasores pretendían: de él se valió Inglaterra para tratar de legitimar su acto de piratería de nueve años antes. Inglaterra exigió la cesión de Gibraltar y Menorca (esta volvería luego a la Corona española) a cambio de su reconocimiento de Felipe V como legítimo rey de España. Como los naturales gibraltareños se negaran a regresar a sus casas bajo bandera extranjera, los ingleses repoblaron Gibraltar con personas de diferentes procedencias, la mayoría desposeídos, muchos de ellos perseguidos por la justicia en sus países de origen: Malta, Génova, Portugal y colectivos de judíos y norteafricanos.
En la recién fundada localidad de San Roque "reside la muy noble y más leal ciudad de Gibraltar, donde se conservan las llaves de la fortaleza y los registros de nacimiento y bautismo de los auténticos pobladores originarios de Gibraltar, donde se conserva el glorioso pendón de Gibraltar bordado en Tordesillas por doña Juana la Loca".
Grabado en lápida en el Ayuntamiento de San Roque puede leerse:
"Gibraltar no se rindió a los ingleses, sino al partido o bando nacional que defendía los derechos del Archiduque de Austria a la Corona de España en la guerra de Sucesión... La rendición se hizo en honrosas condiciones después de una lucha heroica y desesperada".Puesto que el Archiduque perdió la guerra, Gibraltar debió volver a España como todas las demás plazas que durante el conflicto llegaron a pertenecerle.
Inglaterra fue el pirata más salvaje a la hora de ocupar, pero pretende dar lecciones de democracia a la hora de devolver, proponiendo referéndum. Si entraron sin preguntar, que salgan sin preguntar.
(Cabecera: Felipe de Francia proclamado rey de España)
[1] - "Historia de España" (tomo 8), Marqués de Lozolla. Edit. Salvat.- Barcelona 1979.
[2] - "La Guerra de Sucesión de España (1700-1714)", Joaquim Alvareda Salvadó.-Barcelona:Crítica, 2010.
[3] - "La Guerra de Sucesión en España, 1700-1715", H. Kamen.- Edit. Grijalbo.- Barcelona, 1974.
[4] - "Historia de Gibraltar en sus documentos. Siglos XVIII-XIX", Francisco Olmedo Muñoz.- Revista de la Asociación "Arte, Arqueología e Historia", nº 21.- Ediciones Diputación de Córdoba.- Córdoba, 2014.
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