El mito de Ariadna es conocido por su famoso ovillo de hilo que permitirá a Teseo regresar del Laberinto. Por eso es más conocida la hija legendaria del rey Minos cretense. Ella utilizaría su creativa idea para ayudar a su amado héroe. Fue ahí entonces el triunfo de la razón, del pensamiento más sutil y práctico para vencer un difícil entorno traicionero. Así logró salir, después de matar al Minotauro, el príncipe ateniense Teseo. ¿Por qué Ariadna consiguió alcanzar a tener esa idea? ¿Qué la llevó a tener esa idea para ayudar a salir a otro de su laberinto y no poder, sin embargo, tener ella antes otra para salir del suyo propio? Porque Ariadna acabaría enamorada de Teseo, el héroe ateniense, que habría ido a su reino, incluso, para asesinar a su propio hermanastro Minotauro. Teseo, persuadido, accede a llevarla con él a su reino. ¿Fue ese el trato? Es decir, había sido aquella la estrategia -ayudar a Teseo- ideada por Ariadna ya para salir así mismo ella de su laberinto personal?
En el siglo del Neoclasicismo ferviente surge una pintora que glosaría esta tendencia clásica extraordinariamente. Angelica Kaufmann (1741-1807) fue hija de un mediocre pintor austríaco que le enseñaría, sin embargo, la grandeza de su Arte. A pesar de no llegar a ser original ni expresiva, Kaufmann consigue en su obra Ariadna en Naxos una exquisita obra de Arte. Porque aquí las líneas horizontales de la composición clásica combinan ahora con la luz y la oscuridad del lienzo. Y luego los colores justificarán todo: la soledad del personaje, la confusión ante el verdadero motivo de su gesto o la misteriosa sensación de su delirio. La leyenda nos aclara algo el sentido de la imagen. Teseo, de regreso a Atenas, arriba a la isla de Naxos para descansar con su amante. Al amanecer retomará su barco para continuar su viaje dejando a Ariadna sola en la isla de Naxos. ¿Por qué? Esta leyenda no lo aclarará, dejará solo aquí en la imagen el barco de Teseo al fondo del cuadro.
Por tanto, hay dos cuestiones que podemos sostener ante el gesto de desolación de Ariadna: una que ella está molesta porque ha sido abandonada así, en la isla solitaria, sin posibilidad de continuar o regresar con su vida a ninguna parte; otra que estará dolida por el desamor y la huida de su amado. En el Arte estas cuestiones son utilizadas para dejar abierta cualquier posibilidad. Evidentemente el Romanticismo siempre llevará mejor a una opción emocional desgarradora. Y así traslucirá de cualquier imagen que podamos disponer de esa leyenda. Es decir, Ariadna estará desolada en su abandono sentimental sin paliativos posibles. Nada la hace reaccionar ante la terrible tragedia de su corazón. Abatida se quedará, incluso dormida antes de que el dios Baco la despierte para siempre...
Porque otra leyenda cuenta que al día siguiente de su abandono aparece otro barco en Naxos con el séquito de Dionisio -Baco en Roma-. Este dios mítico se fascina ahora de la belleza de Ariadna. Baco no es un dios muy fornido, ni muy atractivo, ni siquiera un orador ni un luchador ni un seductor. Es el dios de la sorpresa misteriosa, del abismo y del sentido más subyugador para cantar la vida y sus pasiones efímeras. Y entonces salvará a Ariadna. ¿La salva, verdaderamente? Porque el final de ella es tan confuso como sus motivos para huir con Teseo. Pudo morir en Naxos de hambre o por una flecha de la diosa justiciera Artemisa, antes de que Dionisos llegara. Hay que entender que Dionisos es el dios de la resurrección también... Pudo a su vez suicidarse ella, ahorcándose desesperada. También pudo abandonarse con Dionisos y subir a los cielos -la constelación de Ariadna-; o pudo acompañar a este curioso dios a luchar una vez contra Perseo, cuando este héroe la dejase ahora petrificada con la Medusa. ¿Cuántos destinos, todos desolados, pudo tener Ariadna...?
Sin embargo, la tradición nada quería saber de tristes destinos desolados. Su encuentro con Dionisos la lleva a volver a retomar su vida. Ahora se marcha con él y vivirán felices ambos juntos. Pero el Arte antes de eso nos dejará también las escenas permanentes de su desolación o de su confusión o de su maldición. El pintor del Barroco temprano Carlo Saraceni compuso en 1606 su obra Paisaje con Ariadna abandonada por Teseo. A diferencia de Kaufmann y su Neoclasicismo glorioso, Saraceni muestra el abandono más desamparado de Ariadna ante el barco a lo lejos, apenas destacado, donde Teseo navega ahora hacia su patria. Ahí hay un abandono claro y rotundo, sin nada más que ella pueda transmitirnos que desolación manifiesta. En Kaufmann hay algo más, hay aquí rechazo incluso hacia el gesto traicionero ahora de su ex amante. Ella no lo mirará, no quiere saber nada más. Sólo aquí se muestran ahora sus pequeños tesoros que la acompañan.
Cuando Dionisos llega a Naxos la descubre espléndida con su triste semblante doloroso... Y ella ahora piensa que él es el mensajero de la muerte, de esa misma muerte que ella tan solo espera ahora. Pero él le dice, sin embargo, confundido por esa desesperanza tan seductora de ella, que la quiere y la desea salvar de sus desdichas. Y es entonces cuando Ariadna, ahora, piensa de pronto que puede cambiar su vida finalmente, que no tiene que morir para ello... En una famosa ópera basada en este relato mitológico, Baco pronunciará enamorado: Antes morirán las estrellas que tú entre mis brazos...
(Óleo Ariadna en Naxos, 1774, de la pintora Angélica Kaufmann, Museo de Bellas Artes de Houston, EE.UU.; Cuadro Pisaje con Ariadna abandonada por Teseo, 1606, del pintor Carlo Saraceni, Museo de Capodimonte, Italia; Óleo Baco descubre a Ariadna en Naxos, 1650 c.a., Mathieu Le Nain, Museo de Bellas Artes de Orleans, Francia.)