La placenta, ese árbol mágico y esencial

Por Pepaj @pepajcalero

 Tras el parto es frecuente que la madre pregunte por la placenta. Desea saber cómo es. Hasta ahí todo perfecto. El problema es que la mayoría  de mujeres al verla ponen una cara de repulsa asombrosa. A veces, la he mostrado explicándole las dos caras y las membranas, tal y como estaría su bebé ahí dentro.

Tardan unos segundos en girar la cabeza y dejar de mirar. Cuando le informo que gracias a ella su hijo está en el mundo, modifican ligeramente el gesto tosco y terminan comentando que, a pesar de su importancia, es una cosa rara no muy agradable de contemplar. Una especie de árbol caído, extendido.

Y es que ese órgano vital es el gran desconocido en el universo gestante. Su nombre femenino procede del latín y significa “torta plana”. Cierto, una torta roja de unos dos cm de espesor y unos 20 cm de diámetro que suele pesar alrededor de 500 grs.

Empieza a formarse en la segunda semana, antes incluso de saber que estás embarazada. Sin ella no sería posible la vida. Es una especie de madre interna, que produce sus propias hormonas, un filtro fundamental que nutre y alimenta al bebé. Además,  proporciona oxígeno y lo recicla transformándolo en anhídrido carbónico para ser eliminado al exterior por la madre.

La vida de una placenta es efímera, dura las mismas lunas que  dura un embarazo. A partir de las cuarenta semanas comienza a envejecer y adelgaza como una bondadosa  anciana que, a pesar de estar en sus últimos días,  cumple su función y aguanta  pacientemente  hasta el momento final: el parto.

Una de sus caras, la cara fetal o placa coriónica, es un cruce de  vasos sanguíneos, senderos que convergen en el centro, donde se halla el cordón umbilical. El cordón, esa especie de camino de Santiago donde peregrinan las venas y arterias que forman la cara fetal. Su superficie es suave como una caricia. Recubierta de las  membranas que forman la bolsa, el amnios y el corión, esta cara  parece el velo  de una  novia  arropando el hueco que dejo el bebé.

La cara materna o placa basal la forman una serie de cotiledones, consistentes y esponjosos. Grandes racimos apiñados unos con otros, del color del vino tinto. Si la pudiéramos mirarla al microscopio, de cerca, cuando aún está dentro, contemplaríamos un gran árbol de raíces ancladas en la madre tierra, la pared del útero.

Al desprenderse y salir, lo que llamamos alumbramiento,  se produce un sangrado y estas pérdidas que se dan en el posparto, son los restos de las pequeñas heridas, agujeritos, que ha dejado la placenta al salir.

Hace años guardábamos la placenta para un laboratorio de cosmética, hoy se tiran y se incineran como restos biológicos.

En algunas culturas realizan rituales con la placenta. En este enlace podéis leer algunas curiosidades.

Actualmente algunos grupos de mujeres  favorecen la placentofagia, es decir ingerir la placenta en cápsulas, infusiones o cocinada. Una práctica que por regla general resulta repulsiva, a pesar de que algunas actrices,  ciertas tribus y todos los mamíferos lo hagan.  No hay evidencia de daños ni de beneficios, se cree que es más una moda que una necesidad.

Hace unos años, una mujer me pidió llevarse su placenta, para plantarla bajo un árbol que habían trasplantado cuando supo que estaba embarazada. Me pareció un gesto  lírico y romántico. Me hablo de que en Australia hay un árbol de placenta, donde se enterraban todas las placentas de la tribu y ese  árbol era el más saludable, grande y alto de todos. Poetas.

Sí, buen árbol; ya he visto como truecas

el fango en flor, y sé lo que me dices;

ya sé que con tus propias hojas secas

se han nutrido de nuevo tus raíces.

   Antonio Machado