- Está a punto de salir, le dije a Michal
- Ni hablar, dijo, no hay ni un pasajero. No tiene sentido que salga.
- Si está avisando es porque lo va a hacer.
- ¡Qué va!, sólo está animando a la gente a acercarse.
Un aviso de megafonía advirtió entonces de que el tren turístico iba a efectuar su salida.
- Va a salir.
- ¿Por qué iba a hacer algo así? No es un tren de verdad. No va a parar en ninguna estación
Un pitido más. Nos quedamos absortos mirando al maquinista. Un robusto treintañero. El tren se mueve, primero lentamente, después de manera decidida sale para mostrar el parque a sus inexistentes pasajeros.
- ¿Sabes?, le digo a Michal. Me gusta el comunismo.
Primero me mira como si estuviese loco, después se parte de risa. Me conoce bien, es mi cuñado y ya se ha acostumbrado a mi sentido del humor.
- Claro, contesta. Hay que cumplir con el plan.
- Y, si es posible superarlo en un 110%
T’itulo del cartel : ¿Y tú? ¿Qué has hecho para realizar el plan?
Es típico llamar comunista a alguien que no lo es cuando su forma de trabajar es mecánica, desapasionada y absenta de todo rastro de pensamiento creativo. En este caso el maquinista, aunque tuviera apenas unos años cuando terminó el anterior régimen, es una de las muchas personas que tiene marcada a fuego por su educación, no por la sociedad, esa forma de pensar que inculcó con tanto éxito un sistema político que pretendía que las personas fueran más productivas inculcándoles el orgullo de contribuir al bien público, algo demasiado abstracto e intangible para la mayoría de los mortales al contrario que el enriquecimiento propio y el placer de superar a familiares y conocidos, que son cosas, que demostradamente influyen muchísimo más en la productividad de los trabajadores.
Hay estudios que demuestran que en la primera década de la democracia casi un 60% de los polacos se sentían decepcionados por el capitalismo. Muchos pensaban que en el sistema anterior la vida era más fácil. Los nuevos políticos barren para casa, la corrupción es generalizada y la democracia es una de las menos participativas de Europa. No hay sindicatos fuertes y cuando se le pregunta a alguien porqué no hacen algo, la respuesta típica es “¿Qué puedo hacer yo solo?”, como si ni se les pasase por la cabeza la idea de unirse a otros para conseguir algo. Sin embargo en 2009 el porcentaje de gente descontenta con la democracia era del 20%. Y es más o menos entonces cuando apareció una moda sorprendente.
Desde entonces se han multiplicado los documentales que hablan con añoranza del PRL (República popular de Polonia), de los anuncios de la televisión, de la propaganda comunista, de la forma de vida sencilla, de la creatividad a la que inducía la falta de todo. Las librerías presentan con orgullo libros sobre la estética del PRL. El socio realismo vuelve a estar de moda. En las tiendas de electrodomésticos se pueden comprar aparatos de radio y televisión estilizados como si los hubiesen fabricado en la URRSS. Decenas de blogs publican fotos de la época con una mezcla de forzado humor negro y añoranza mal disimulada.
Tienda de productos hechos en la república popular de Polonia
Forum polaco sobre los años 80
En una sociedad que ha demonizado al comunismo como si la ideología en la que se basaba el sistema hubiera tenido como finalidad destruir el mundo, hasta tal punto que los partidos de izquierdas apenas consiguen, en total, un 15% de los votos, esta moda les ha pillado por sorpresa hasta a los mismos polacos.
Lo que les atrae es aquel optimismo empecinado del gobierno, convencido por el materialismo dialéctico de que el comunismo era el camino hacia la felicidad general. Otra cosa que muchos añoran, incluso personas que activamente lucharon contra el sistema, era la comodidad de tener un trabajo seguro, de que a los jefes no les importara la eficiencia ni la productividad, pues aquellos míticos éxitos de cumplir con el 120% de la norma eran, en muchos casos, simple creatividad contable. Ah, sí, también estaban las vacaciones pagadas para toda la familia, las posibilidades de ascenso dependiendo de la pertenencia al partido comunista, de la participación en actividades sociales, etc. La calidad del trabajo se suponía que estaba directamente relacionada con el fervor comunista, pero rara vez era así. Así que mientras la economía se iba al garete el gobierno hacía todo lo posible porque el pueblo se sintiera feliz.
¿Lo que se echa de menos del comunismo es vivir sin dar ni golpe?. No, no es tan sencillo. Si se busca un poco se encuantran personas que desearían volver al viejo sistema para vivir del cuento, pero de eso hay en todas partes. Las clave está en las ilusiones, falsas, pero ilusiones que el anterior sistema era capz de crear.
La sencillez de la vida, el tener un objetivo marcado por el estado, la seguridad que da trabajar de funcionario (en el comunismo todos trabajan para el estado, ergo todos son funcionarios) y el que exista una versión oficial, por absurda que sea, que nos diga que, de verdad, de verdad, vivimos en un mundo maravilloso y que, en el fondo todo el mundo es bueno.
Título del cartel: Lávate después de trabajar