La Polonia más surrealista

Por Nestortazueco

Para los que no conozcan la Europa del este, o sólo lo hagan superficialmente puede parecerles que el surrealismo es sólo un estilo de expresión artística. Nada más lejano de la realidad, el comunismo dio y, lo que queda de la mentalidad que inculcó, todavía da, muchas situaciones que a los extranjeros nos resultan tan sorprendentes como absolutamente incomprensibles. Cuando uno vive aquí unos años deja de pensar que Kafka escribía ficción.

Hubo un detalle que me llamó la atención al llegar a casa de mis futuros suegros. Había en la cocina un reloj de pared de cerámica. Al reloj se le habían acabado las pilas y la abuela me pidió, a base de señas que se las cambiara. Saqué el reloj de su gancho, le di la vuelta y vi el mecanismo electrónico, era muy simple, una abertura para la pila y algo que me dejó perplejo. Un interruptor  con dos posiciones, start y stop.

El reloj no tenía cronómetro, era un reloj de pared con una manilla para las horas y otra para los minutos, entonces, ¿para qué ese botón?, ¿qué necesidad podía tener alguien de parar un reloj que, evidentemente estaba ahí para indicar la hora y el minuto, con fiabilidad si era posible? La única explicación posible era que lo usaran para saber cuento tiempo llevaba haciéndose la comida aunque como no tenía alarma y había que sacarlo de su gancho para ponerlo en stop, era demasiado trabajo para algo que se podía hacer, simplemente poniendo las manillas en las doce, sin sacarlo ni pararlo.

En un viaje en tren me di cuenta de que en los pasillos de los vagones había enchufes de la electricidad, pero no en las cabinas de los pasajeros. Mis amigos polacos me dijeron que era para afeitarse, pero, les pregunté, ¿por qué en el pasillo? Porque durante el comunismo, me explicaron, afeitarse en el pasillo era una señal de estatus económico. Comprendí que pocos tenían máquina de afeitar eléctrica así que los que la tenían, entre quienes se encontraban, claro, los ingenieros que diseñaban los vagones, querían tener la oportunidad de usarlas en público.

Cuando se habla de funcionarios a uno le viene a la mente la imagen de una persona, hombre o mujer, que se tira ocho horas al día evitando dar golpe y, cuando no le queda más remedio que trabajar, lleva papeles de una oficina a otra, dicta cartas que nadie va a leer, rebusca archivos, etc. Obviamente policías, médicos, enfermeras de la salud pública y la mayoría de los profesores son también funcionarios en tanto en cuanto trabajan para el estado y tienen trabajos muy duros, de gran responsabilidad y, para nada hacen el vago, al menos la mayoría. Pero y los que no dan golpe, para echarles hay que hacerles no uno, sino varios expedientes disciplinarios.

En cualquier caso, un país comunista es un país donde todos son funcionarios y eso, supone que, ese tipo de mentalidad en el que la burocracia es fundamental, y es muy difícil perder el trabajo cuando se cumple con lo reglamentado, y si no existen las reglas se crean sobre la marcha.

Una película que vi, subtitulada en inglés, y que me pareció la colección más delirante y psicodélica de situaciones absurdas es “Miś / Osito”, del fallecido director Stanisław Bareja. La película, rodada en 1980 fue, en su tiempo, una puesta en escena, en clave de  humor, de  lo extremadamente absurda que se había vuelto la vida en la época.

Recuerdo mucho dos escenas, una en un bar social (bar mleczny) en el que las cucharas estaban atadas por una cadena que pasaba por una argolla clavada a la mesa. Como los platos también estaban clavados a la mesa cuando un comensal se llevaba la cuchara a la boca el otro tenía que aprovechar para llenar la suya de sopa y esperar a que terminara de sorber para poder tomar su cucharada.
Miś – bar mleczny
Otra más drástica ocurre en un restaurant de cierta categoría donde el protagonista lleva a su amante. Cuando llega la camarera, les trata con arrogancia y, con desdén y les explica que es obligatorio dejar los abrigos en el guardarropa. Al terminar de comer y dirigirse a la salida, el encargado le da al hombre un abrigo diferente al suyo, este le exige que le dé el suyo porque en él tiene el pasaporte. Entonces el jefe de guardarropía que le increpa violentamente y le dice que no tienen su abrigo y, mientras tanto, cierra la puerta de entrada al restaurante que tiene más cerca y aparece tras ella un letrero que dice “De la ropa y las cosas dejadas en el guardarropa, el encargado no se hace responsable”

MIŚ akcja w szatni

Cualquiera que haya vivido en este país varios años podrá dar fe de que tarde o temprano se encuentra uno con situaciones que le recordarán esa película, no tan exageradas, claro, pero al cabo de unos años se acaba comprendiendo por qué para los polacos “Osito” no es una película surrealista.

Recuerdo muy bien cuando, al poco de llegar aquí, fui con mi novia a una pescadería. Ella quería hacerme una sepia a la plancha y le preguntó a la dependienta si tenían sepias. La dependienta le contestó sin casi modular la voz, ni dignarse a mirarla “Ni tenemos ni vamos a tener nunca en esta tienda”.

Este tipo de actitudes, por suerte, son cada vez más raras. Si se encuentra uno con una dependienta/e de mediana edad, o un funcionario que tenga cincuenta años o más no es nada raro que le atiendan como si el hecho de ser sus clientes nos convirtiese en sus enemigos, pero con el relevo generacional y la más o menos recién adquirida costumbre de protestar cuando lo tratan a uno así, cada vez es más raro. De hecho el adjetivo comunista cada vez se aplica menos a la ideología y más a las personas que actúan como si viviesen en el antiguo régimen.

Últimamente, hasta te sonríen cuando entras en las tiendas. De verdad.

Uno de los efectos más surrealistas del comunismo, como en todos los otros casos, contra lo que pretendía conseguir, ha sido el encumbramiento anacrónico de la Iglesia Católica, lo que ha producido efectos tan extraños como que la gran mayoría vaya a misa todos los domingos al tiempo que las tasas de divorcio, crimen, hijos por pareja, la vida sexual de los no casados y, en general la forma de vida de lunes a sábado, no se diferencie en nada de las de los países  vecinos menos religiosos.

No se puede decir, sin embargo, que la influencia de la iglesia sea sólo simbólica. No hace muchos años, las elecciones que se llevaron a cabo el domingo 25 de Agosto llevaron al poder a un partido de extrema derecha, el PIS, tras conminar a los feligreses a votar al partido que mejor representara los valores católicos. Esto condujo a la revolución de los “mojerobe berete”. Las más fervientes feligresas, las llamadas “boinas de mohair” por ser este tipo de material, hecho con lana de angora, el preferido por las señoras mayores, sobre todo de clases humildes,  que salieron en masa aquel domingo a votar y llevaron al PIS al poder durante los siguientes cuatro años. Esas mismas feligresas son también las que, a diario, escuchan las retransmisiones de Radio Maria, dirigidas por un fanático antisemita y acérrimo fundamentalista católico, el padre Rydzik. Conozco a más de una señora respetable que envía todos los meses parte de su pensión a su cuenta corriente para que pueda seguir manteniendo su posición contra la voluntad del Vaticano, que ya le ha increpado más de una vez, pero no se atreve a atajarle, y contra el gobierno que ha comenzado a desmantelar su imperio mediático prohibiendo las emisiones de su canal de televisión y amenazando con cerrar la radio y para que pueda disfrutar de su coche Meibach, de tan alta gama que sólo dos personas más en el país poseen uno de esa marca.

Uno de los efectos más surrealistas que el comunismo, como en todos los otros casos, contra lo que pretendían conseguir, ha sido el encumbramiento anacrónico de la Iglesia Católica lo que ha producido efectos tan extraños como que la gran mayoría vaya a misa todos los domingos pero las tasas de divorcio, crimen, hijos por pareja, vida sexual de los no casados y, en general la forma de vida de lunes a sábado, no se diferencie en nada de sus vecinos menos religiosos.

No se puede decir, sin embargo, que la influencia de la iglesia sea sólo simbólica. No hace muchos años, las elecciones que se llevaron a cabo el domingo 25 de Septiembre llevaron al poder a un partido de extrema derecha, el PIS, tras conminar a los feligreses a votar al partido que mejor representara los valores católicos. Esto condujo a la revolución de los “mojerobe berete”. Las más fervientes feligresas, las llamadas “gorras de mohair” por ser este tipo de material, hecho con lana de angora, el preferido por las señoras mayores, sobre todo de clases humildes,  que salieron en masa aquel domingo a votar y llevaron al PIS a la mayoría absoluta durante los siguientes dos años, tras los cuales el partido se sumió en una vorágine de luchas internas, expulsiones sumarias y cisiones que acabaron apartándolos completamente del gobierno en 2010.

Esas mismas feligresas son también las que, a diario, escuchan las retransmisiones de Radio Maria, dirigidas por un fanático antisemita y acérrimo fundamentalista católico, el padre Rydzik. Conozco a más de una señora respetable que envía todos los meses parte de su pensión a su cuenta corriente para que pueda seguir manteniendo su posición contra la voluntad del Vaticano, que ya le ha increpado más de una vez, pero no se atreve a atajarle, y contra el gobierno que ha comenzado a desmantelar su imperio mediático prohibiendo las emisiones de su canal de televisión y amenazando con cerrar la radio y para que pueda disfrutar de su coche Meibach, de tan alta gama que sólo dos personas más en el país poseen uno de esa marca.