Ya es primavera. Y con la llegada del buen tiempo brotan las flores en los campos, y las pateras en el mar.
La mejoría de las condiciones meteorológicas anima a los inmigrantes a aventurarse a dar el salto desde las costas africanas hasta las europeas, en busca de su particular El Dorado.
Unos optan por emular a Tarik en su conquista de la península ibérica, y cruzan el mar por el estrecho de Gibraltar. Es una travesía corta, pero peligrosa por las corrientes.
Otros prefieren un camino más largo, aunque menos arriesgado, que es el que separa las costas de Túnez de las de Sicilia. Además, esta ruta está jalonada de pequeñas islas de origen volcánico, que sirven de escala y facilitan la llegada a buen puerto.
Entre ellas destaca la isla de Lampedusa, una bella isla de 12 km. de largo por 3 de ancho, que recientemente ha saltado a las portadas de los medios de comunicación por la avalancha de embarcaciones que llegan a sus costas, y que hacen que la población isleña se haya quintuplicado.
Lampedusa forma, junto con Linosa y Lampione, el archipiélago de las Islas Pelagias. Son unas bellas islas que conforman un paraje natural protegido, con un fondo marino muy rico en especies. En ellas se suceden tranquilas calas y playas de fina arena y agua turquesa, junto con cuevas pintorescas, y acantilados, que hacen de ellas un destino turístico tropical aún sin explotar.
También, a mitad de camino entre las costas tunecinas y las italianas nos encontramos con la isla de Pantelaria, otro paraíso natural para los amantes de la tranquilidad, el sol, la naturaleza y el submarinismo. Es conocida como ‘La perla negra del Mediterráneo’ o ‘La hija del viento’, y dicen que fue aquí donde Ulises pasó siete años con la ninfa Calipso, hasta que retomó su viaje a Ítaca.
Pero entre todas estas islas, hay una que destaca sobre las demás. Aunque no se le puede calificar estrictamente de isla, ya que actualmente se encuentra a 6 metros bajo la superficie del mar. Hablamos de la isla Fernandinea.
En realidad, es un volcán sumergido, a 30 km. de la costa siciliana. Se trata del volcán más grande de Italia, que si algún día entrase en erupción, lo cual es bastante probable, arrasaría, con los tsunamis que provocaría, gran parte de las costas del mediterráneo occidental.
Dicho volcán se llama Empédocles, en honor al filósofo griego de Siracusa, que estableció la teoría de las cuatro raíces, según la cual todas las cosas están compuestas de cuatro elementos esenciales: tierra, fuego, aire y agua, siendo el amor la fuerza que los une.
Empédocles gozó de un gran prestigio en la Magna Grecia, y se cuenta que la fama se le subió a la cabeza hasta tal punto que dicen que se lanzó al fondo del volcán Etna con el fin de convertirse en inmortal y ser así venerado como un dios por sus conciudadanos. Aunque también hay quien afirma que fue una artimaña para huir de sus seguidores y poder llevar una vida más tranquila lejos de allí, en el Peloponeso.
El caso es que a este volcán se le conocen diversas erupciones desde su primera aparición, datada en los tiempos de la Primera Guerra Púnica, que han provocado que su cima emergiera cuatro o cinco veces fuera de las aguas.
La última vez que esto sucedió fue en 1831. Desde el 28 de junio, los habitantes de la costa cercana de Sicilia comenzaron a sentir pequeños temblores, que vinieron acompañados de un intenso olor a azufre a partir del 4 de julio.
El día 13 divisaron una columna de humo, que en un principio pensaron que procedía de un barco en llamas. Cuando los pescadores vieron burbujas en el agua, creyeron que se trataba de algún monstruo marino que andaba por la zona.
Pero el 17 de julio se disiparon todas las dudas, ya que la cima del volcán submarino salió a la superficie, hasta formar una isla de 2 km. de diámetro y 63 m. de altitud, con dos pequeñas lagunas en su interior.
El primero en atreverse a poner el pie en la isla fue el naturalista alemán Karl Hofmann, que andaba recorriendo la zona, antes de su viaje a Costa Rica, donde pasaría el resto de sus días investigando la naturaleza de aquel país, hasta convertirse en ‘el más grande científico de todos los tiempos’, según palabras del propio Charles Darwin.
Los siguientes visitantes fueron los ingleses. Desde la cercana Malta habían divisado la columna de humo, así que enviaron el navío de guerra St. Vincent para investigar que ocurría. Llegaron el 2 de agosto, y se aprestaron enseguida a plantar la bandera inglesa en la isla, reclamando así su soberanía, y le dieron el nombre Graham Island, en honor del almirante Sir James Graham, primer Lord del Almirantazgo.
El rey de las Dos Sicilias, Fernando II, también se interesó de aquel islote, y envió al mismo una expedición. El 17 de agosto arribaron a la isla, arrancaron la bandera inglesa y plantaron la suya propia, reclamando para su reino la propiedad de aquel territorio, al que denominaron Isla Fernandinea, en honor a su majestad.
Los franceses también estaban al tanto del acontecimiento, y tampoco se quedaron atrás en la carrera por su ocupación. Enviaron una misión científica, a mandos del geólogo francés Constant Prévost, el cual se encargó, cómo no, de derribar la bandera siciliana, y de plantar la francesa, denominando al nuevo territorio île Julia, por el mes en que había efectuado su aparición.
Y por último quedaba el gobierno español. En virtud de que el reino de las dos Sicilias (Nápoles y Sicilia) estaba bajo la soberanía de la Casa de Borbón española, establecieron que la isla les pertenecía por derecho propio, y no estimaron necesario mandar una expedición para defender su reclamación.
El tema de la isla emergente despertó una inusitada expectación en todo el mundo, de tal forma que fue visitada por un sin fin de personajes, como Sir Walter Scott, y además sirvió de inspiración a numerosos escritores como Alejandro Dumas o Julio Verne para varias de sus novelas.
Así que la posesión del pequeño islote se convirtió en el objetivo de las grandes potencias de la época. Francia, el Reino Unido y el de las Dos Sicilias pugnaban por ella dada la importancia estratégica de su situación, dominando el paso del Mediterráneo Occidental al Oriental.
Y España también la reclamaba, aunque con otros fines muy distintos. La corte de los Borbones veía en ella un extraordinario lugar en el que instalar un complejo vacacional en sus playas para el disfrute de los miembros de la casa real.
De esta manera, se inició un serio conflicto internacional, que afortunadamente duró poco tiempo. La isla, que se componía de un material basáltico poco sólido, resistió apenas unos meses los embates de las olas, de tal forma que la erosión marina acabó con ella, desapareciendo bajo las aguas el 17 de diciembre del 1831.
Y de la misma forma que se hunden los sueños de los inmigrantes cuando llegan a las costas de estas islas y se enfrentan a la cruda realidad, el cráter del volcán se sumergió bajo el agua, aunque volvería a aparecer, tímidamente y por un corto espacio de tiempo, 30 años más tarde. En este periodo, la altura del cráter bajo la superficie del mar ha oscilado significativamente, desde los 5 hasta los 30 metros de profundidad.
Estas variaciones de su altura son seguidas con gran expectación, en primer lugar, por las consecuencias que podría tener un resurgimiento del volcán. Y, en segundo lugar, por una nueva posible disputa por su posesión entre las distintas potencias.
Aunque Italia ya ha cogido cierta ventaja, ya que en el año 2000 plantaron en su cima una placa de mármol en la que declaran que se trata de territorio siciliano, y una bandera. Así, cuando vuelva a salir a flote, lo primero que se verá será la bandera de Sicilia, en la que se distingue la cabeza de una medusa, rodeada por tres piernas desnudas, que alienta a propios y extraños a mantenerse alejado de la misma.
Esperemos que el próximo afloramiento del volcán sea pacífico, así como la utilización que se le dé a la tierra emergida.
Buen finde a todos!
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