La provisionalidad de la vida no eludirá dos cosas: una afirmación vitalista y una constatación moral, ambas son una salvación real.

Por Artepoesia


 

El Posromanticismo surgió a finales de la década de los años sesenta del siglo XIX. Coincidieron tres acontecimientos políticos: la guerra civil norteamericana, la guerra franco-alemana y el fin del imperio francés y el consecuente advenimiento nacionalista en Europa. Las emociones colectivas se reflejarán claramente en las individuales, y unas y otras no pueden separarse realmente, por mucho que el individualismo creativo suponga que sí lo están. El Romanticismo había sido el mayor acontecimiento revolucionario cultural en la historia desde casi el Renacimiento. Sus influencias fueron enormes y sus estertores aparentes aún siguen coleteando en las derivas emocionales y viscerales que la sociedad, por mucho que quiera, no podrá eludir o evitar nunca. Aun así, la creatividad humana necesitó luego de un referente primordial, de un sentido director que pudiera conformar la vida con la emoción liberadora, los hechos reales con la rebeldía interior. Y surgió el Realismo desde las entrañas de un ser humano escindido entre el deseo y la verdad. Fue cuando la verdad dejaría de ser un alarde metafísico para convertirse en una manifestación cruda, objetiva, inmediata, precisa, desnuda, inconsiderada y valiente de la vida. Pero, el Realismo creativo es un contrasentido, ¿cómo crear algo si ya existe y es, además, muy conocido y sufrido por todos? Por eso mismo duraría tan poco como las placenteras emociones de una sociedad autocomplaciente e injusta. Los conflictos políticos venían por entonces a provocar el cambio radical de las cosas; de esas cosas que, por su inadecuada relación con la verdad, debían ser adaptadas a una evolución social... vertiginosamente incontrolable. Así que los poetas, pintores y pensadores sintieron en el último tercio del siglo XIX que la verdad no podía conocerse claramente, que era ambigua, incierta, basada tal vez en dos opuestos que no podrían eludirse y, a la vez, coincidir sin contradecirse ambos. El pesimismo brillaría a la vez que el hedonismo. Posiblemente, ambas cosas reflejen la misma visión de una realidad indeterminada. Phillipp Batz (1841-1876) fue un pensador alemán absolutamente pesimista. Ideó una teoría cósmica de la creación. El comienzo del mundo y del tiempo fue el desgarramiento de un dios poderoso. A partir de esta rotura divina en multitud de pequeños fragmentos (ese dios poderoso habría dejado, en consecuencia, de existir como tal) surgiría la vida individual; pero ésta no es autónoma, es dependiente de un sentido catastrofista del universo. Por eso mismo no hay salvación y la solución no es crear más vida, sino anular esa posibilidad; por otro lado, el sufrimiento vendría a ser el resultado de esa dependencia escatológica o fragmentada de la propia existencia. 

Uno de los mitos griegos más interesantes de salvación es el de Andrómeda y Perseo. En él aparecen elementos que vienen a vislumbrar algo el sentido poderoso que tuvo el Posromanticismo y que, personalmente creo, se acercará mucho a la verdad de esta vida desconcertante. Por un lado tenemos la figura mitológica del semidiós Perseo, un héroe romántico como pocos en la diversa nómina de héroes grecolatinos. Hay un deseo de salvación, en este caso de su madre Dánae, en sus principios personales ante la vida. No hay un anhelo egoísta, no hay tampoco una taimada forma de conseguir sus objetivos vitales. La ingenuidad o inocencia son rasgos fundamentales en la personalidad mitológica de Perseo. El destino, en forma del poderoso y cínico rey Polidectes, le llevará a conseguir un imposible, terrible y peligroso prodigio monstruoso para, sin él saberlo, acabar consigo mismo. Sin embargo, como todos los héroes, se salvará. Éste, la salvación, es el rasgo metafísico del Romanticismo, y, por supuesto, del Posromanticismo, a pesar de sus divergencias o insurrecciones con la teología o el providencialismo. El héroe es ayudado por la Providencia. Ayudado, no totalmente transformado. El útil aquí es un espejo, un escudo que reflejará la imagen que en él se proyecte. Aquí se configurará, en el reflejo poderoso, el sentido individual e introspectivo tanto del personaje honesto como del monstruo asesino. Con este artefacto mágico y trascendente el héroe Perseo vencerá al mal... Porque hay que reflejar bondad y autenticidad moral para conseguir vencer dos cosas importantes: a uno mismo y a sus pasiones malogradoras y, luego, al desgarramiento desolador de un mal concertado por los otros. Después de obtener, gracias a ese espejo mítico poderoso, la terrorífica cabeza degollada de la Medusa, el héroe griego regresará donde su madre para salvarla de las desavenencias de ese codicioso rey. Pero en el camino, un azar tan vital como la propia vida, se encuentra a la abatida Andrómeda atada a unas rocas frente a un mar impetuoso, un odioso mar que albergaba a un insaciable devorador marino enviado por los dioses. Perseo entiende entonces dos cosas en su íntima razón portadora de esperanza. Primero que la vida no es, en ningún caso, una moneda de cambio para conseguir nada de ese modo tan horrible. Segundo que la belleza inesperada, la que de repente surge en las mentes honestas e inocentes, es una razón muy consistente para afirmar la vida provisional... Así salvará a Andrómeda y se salvará a sí mismo.

Para contrarrestar aquel pensamiento pesimista de Philipp Batz sin ninguna utilidad, surgiría otro filósofo alemán pesimista. ¿Un pesimismo para salvar a otro? Sí, porque el pesimismo inteligente no es una forma de pesimismo absoluto, es una forma pesimista de cierto realismo romántico. Eduard von Hartmann (1842-1906) crearía una teoría pesimista también, como lo hiciera Philipp Batz, aunque en su caso se alejaría del componente pesimista justificativo del sufrimiento. Para Hartmann el egoísmo es negativo, el sentimiento de autoafirmación (el espejo mágico) no debe estar en contradicción con la realidad social o personal de los otros, del otro, de la otra, etc... Para este pensador alemán la salvación por la negación de la vida, lo que los pesimistas absolutos defienden, es un error existencial e irracional. La concepción de una redención del inconsciente, por ejemplo, proporcionará una cierta base para la ética. Debemos afirmar la vida, aunque ésta sea provisional, y dedicarnos a la evolución social y personal en lugar de buscar, impenitentemente y sin sentido, una felicidad imposible. Con esto descubriremos que la moral, la moral bien entendida, convierte a la vida en algo menos infeliz de lo que podría ser de otra forma. A finales del siglo XIX el pintor español Ulpiano Checa (1860-1916) no acabaría de encontrar la tendencia artística con la que sentirse muy cómodo pintando. Como el Posromanticismo preconizaba, una amalgama de sentimiento y racionalidad flotaba por entre las brumas inspiradas de los creadores desubicados de finales de aquel siglo. El color y la pasión, el trazo equilibrado y la emoción espontánea, hicieron al pintor madrileño perderse sin mucho éxito por las algaradas posrománticas de la pintura española decadentista. En el año 1885 se decidiría por pintar una alegoría clásica, La ninfa Egeria dictando a Numa las leyes de Roma. En esta obra, aparentemente esteticista y hedonista, hay mucho más que erotismo y romanticismo inspirador. Se trataba de conjugar dos elementos terrenales que difícilmente habían sido emparejados por la sociedad con mucho éxito: el vitalismo sensual, o la afirmación más vitalista romántica, y los principios morales más alentadores de convivencia personal y de realidad social. Ambas cosas eran y son una fuente inspirada muy poderosa de salvación. ¿De salvación también para el Arte...?  Para cuando el pintor Checa muriese en Francia en el año 1916 el mundo empezaba una radical transformación, social y cultural, nunca antes conocida en la historia. Tanto como en el Arte. La provisionalidad de la vida se hizo patente de un modo desgarrador por entonces (Primera Guerra Mundial), el fraccionamiento de la vida también. Desde entonces tanto el hedonismo como el moralismo han alternado en la historia con excesos, incongruencias y desatinos. ¿Cómo fue posible que entonces, ya hace más de cien años, el ser humano pensase que esa (la conjugación de emoción y realidad) podría ser la salvación? Fue, tal vez, el Arte el único que pudo explicarlo, ya que el Arte no buscará nunca una explicación expresamente, sino tan sólo una emoción sin sustancia, un sentimiento inespecífico; lo único, probablemente, que la sociedad no haya llegado a comprender aún a pesar de los avances: que la vida sin emoción auténtica, sin aquel sentido mítico que el héroe Perseo inspirase con su gesta prodigiosa, no tiene moral, ni placer, ni sufrimiento, ni razón alguna, que tenga algún sentido. 

(Óleo Andrómeda, 1869, del pintor y grabador francés Gustave Doré, Colección Particular; Lienzo La ninfa Egeria dictando a Numa las leyes de Roma, 1885, del pintor español Ulpiano Checa, Museo del Prado, Madrid.)