Cuando se le pregunta a alguien cómo es el paisaje sonoro de su barrio, la respuesta tarda unos segundos. La ciudad entra por los ojos y sus sonidos o ruidos pasan a ser tan rutinarios que se olvidan. Hace tres años, Barcelona publicó un Mapa del soroll. Los ciudadanos pueden saber, a través de la web del ayuntamiento, los decibelios que hay en tal o cual calle. Los datos pertenecen a unas mediciones que se tomaron en el 2007. Cristina Castells, directora de Energía y Calidad Ambiental, atiende una llamada. La cronista está en la calle de Balmes. Imposible dialogar.
Hay que refugiarse en algún patio interior o en un portal. Castells explica que en estos momentos se están recopilando datos para crear un nuevo mapa sonoro. Por ahora, dice, las principales fuentes de ruidos son el tráfico en Sarrià-Sant Gervasi, y el ocio nocturno, en Gràcia y en Ciutat Vella.
Según el mapa del 2007, los decibelios suben considerablemente en Sarrià-Sant Gervasi hasta superar, de 19 a 23 horas, los máximos permitidos por la normativa en ciertos tramos de la avenida de la Diagonal, la ronda de General Mitre y la calle de Balmes. Más datos: de día el barcelonés soporta una media de 60 a 65 decibelios. Dentro del umbral. De noche, los datos empeoran: la media de la ciudad es de 55 a 60 decibelios, y un 0,57% de la población está expuesta a entre 70 y 75 decibelios. En el mapa de los ruidos, gana en silencio el barrio de Horta-Guinardó y los parques urbanos, especialmente el de Montjuïc. «Es una ciudad mediterránea, compacta», dice Castells.El mejor guía para describir el paisaje sonoro de una ciudad es siempre un extranjero porque ha tenido que incorporar los nuevos ruidos a su nuevo día a día. Michele es italiano y ha migrado por cuatro barrios diferentes de Barcelona en los últimos tres años.
La cita con él fue ayer a las 15.30 horas en la calle de Balmes. Esta vía es, según el Mapa del soroll, una de las más ruidosas de la ciudad. Ayer, además, llovió y el agua hace que Barcelona siempre suba su nivel de malhumor sonoro. La cronista llega primero que el entrevistado. Carles Moragues, un vecino, aclara que, desde que han ampliado las aceras y han plantado árboles, en Balmes «la sensación es de menos ruidos. Ahora se puede pasear y hasta hablar en la calle». Michele llega en moto. Se detiene entre Provença y Balmes, frente a unas obras.
¿A qué suena Barcelona? «Ahora a maravilloso silencio». Sus palabras contrastan con el runrún de los coches y con el pitido de una grúa que acaba de iniciar la marcha atrás.
Caminando por los paisajes sonoros en los que ha vivido este hombre desde que está en Barcelona, se entiende que esta ciudad es un gran altavoz con muchos microsistemas sonoros. Primera parada, Sant Carles, en la Barceloneta, donde vive ahora. Silencio. Solo se escucha una sirena de barco en el mar y el graznido de una gaviota. Segunda etapa, la calle de Gravina. Es minúscula, pero suma los ruidos de la frontera que es: los coches del Eixample y el zumbido del hacinamiento del Raval.
En el Born, cerca de Santa Maria del Mar, se escucha un guirigay babélico. «Lo peor es de noche, con los camiones de la basura». La última parada es la calle de Bailèn: suenan las campanas de una iglesia y hay unos chicos jugando a la pelota.
En el 2020, Barcelona tiene que ser menos ruidosa. Lo pactaron los alcaldes en un macroacuerdo que se firmó en el 2002.
**Publicado en "EL PERIODICO DE CATALUNYA"