Hay quien dice que el tratamiento del amor en los libros es tonto y superficial, quien critica y pone en duda la calidad del género romántico, y quien piensa que eso de hablar de sentimientos en la literatura es cosa de princesitas con cerebros de aire y mucho tiempo libre. Por suerte para todos, también están los que creen que el amor puede llegar a trabajarse hasta lograr tramas y personajes complejos y bien armados, y por eso en lugar de amedrentarse ante los prejuicios infundados elevan la literatura romántica adonde le corresponde. Que a veces será mala, absurda y facilona, nadie lo niega; pero que existen obras preciosas, bien hechas, con estilo propio y, en definitiva, muy buenas, tampoco hay voces que se atrevan a negarlo.
Romántico, dícese del adjetivo que hace referencia a lo sentimental, generoso y soñador. Y amor, “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”; además de “tendencia a la unión sexual”. La rama a la que vamos a atacar en las próximas líneas de este estudio es una de las más básicas de la literatura, juvenil en este caso; no en vano, y a riesgo de sonar muy cursi, uno de los pilares esenciales de la vida es el amor, ¿y desde cuándo en la literatura se habla de parejas enamoradas que sufren por este sentimiento? Desde que el mundo es mundo, prácticamente. Ante esta aserción, sentemos bien el culo en la silla, yergamos espaldas contra respaldos y a leer, porque la rama romántica se muere por que hablen de ella; y no sólo de productos comerciales archiconocidos como Crepúsculo o Cazadores de Sombras, oigan ustedes.
Si uno hace el esfuerzo de rescatar de su memoria un poco de culturilla general, seguramente encontrará una batería innumerable de obras pertenecientes a nuestra rama –en ocasiones de final feliz pero a veces tristemente trágica–, y es que la Historia de la Literatura cuenta con clásicos para dar y regalar. Remitámonos primero a dos mitos grecorromanos y una leyenda de origen chino. Píramo y Tisbe eran una suerte de Romeo y Julieta que protegían un amor puro y fuerte, pero el destino quiso que Píramo creyera que Tisbe había sido asesinada por una leona y se suicidó para reunirse en la muerte con ella; después llegó la chica a su lado, vivita y coleando, vio el desolador panorama y, también rota de dolor, tomó el mismo final. Tan dramático como la historia de Eco y Narciso, pues la primera se enamoró del segundo hasta las trancas, pero fue despreciada y se marchitó sola y abandonada hasta convertirse en polvo; poco tiempo después el ególatra de Narciso tuvo su merecido, los dioses hicieron que se enamorara todavía más de sí mismo, terminando por ahogarse en un río mientras admiraba el reflejo de su propia imagen. Por su parte, la leyenda china de los amantes mariposa también termina en desgracia después de un amor truncado por las malas artes del destino. Lejos ahora de estas historias tan extremas, hurguemos más hondo en la memoria para rescatar algunos clásicos. ¿Qué tal el bardo Shakespeare con sus Romeo y Julieta, Otelo o La fierecilla domada? ¿Y qué hay de las obras Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad de la señorita Jane Austen? Queda comprobado así que la rama romántica no es una invención reciente, por mucho que ahora se encuentre viviendo una expansión brutal en el ámbito de la literatura juvenil.
Antes de ir más allá y arrancarnos emocionados es importante hacer un inciso y explicar que existen dos vertientes de la rama romántica que deberemos tener siempre en cuenta a la hora de analizar y encajonar una novela. De un lado distinguimos las tramas en las que la parte amorosa se limita a un segundo plano, un mero aderezo importante sólo para permitir algunos giros que complementen la historia. Del otro lado, la rama romántica juvenil también puede querer que su ingrediente principal sea sólo el amor, a veces salvaje e irracional; es en esta clase de libros donde el corazón guía la historia mientras las tramas paralelas esperan detrás sin robar protagonismo. En esta vertiente, el conflicto que alimenta la obra se encuentra directamente relacionado con los sentimientos de los protagonistas de turno, que muy probablemente se verán acompañados de un tercer personaje en discordia para cerrar el triángulo amoroso y repetir así, una vez más, una situación tópico-típica que por mucho que se estire siempre sobrevive en el arte de contar. A este respecto encontramos ejemplos tan actuales e internacionales como Crónicas Vampíricas (L. J. Smith), donde son Elena, Stefan y Damon los que se pasan la patata caliente; Memorias de Idhún (Laura Gallego), trilogía liderada por Victoria, Jack y Kirtash en una relación atípica y difícil de resolver que da de comer al morbo; Vampire Academy (Richelle Mead), en un juego a tres bandas entre Rose, Adrian y Dimitri; Cazadores de sombras (Cassandra Clare), entre Clary, Simon y Jace; o Los Juegos del Hambre (Suzanne Collins), cuya carnicería se ve en parte aliviada gracias a los hilos que entrelazan las vidas televisadas de Katniss, Peeta y Gale.
Tanto en la versión de la rama romántica que mantiene al corazón en la sombra, como en aquella que lo eleva hasta convertirlo casi en personaje principal, el sentimiento se narra utilizando desde pinceladas inocentes con miradas que huyen o besos castos, hasta brochazos que entran en materia entre muerdos y caricias prohibidas, con la consiguiente subida de temperatura de quien lee, inmerso en ese juego de tensión sexual casi nunca resuelta. Como ejemplos del amor como simple aderezo encontramos las obras Los elegidos (Marianne Curley), Alison Blix (Francesc Miralles), Laila Winter (Bárbara G. Rivero), Los ojos del alma (Jordi Sierra i Fabra) o Harry Potter (J. K. Rowling). Salvaguardar lo acontecido en el tiempo, el fin del mundo, aventuras para salvar reinos mágicos, una carrera contrarreloj contra una enfermedad irreversible o una cruenta batalla librada para acabar con el mal hecho criatura; tramas principales que desbancan la subtrama amorosa hasta un segundo, tercer o cuarto plano, porque el eje que mueve estas historias va más allá de lo enamorados que se sientan unos personajes de otros. Sin embargo, ocurre todo lo contrario en obras como Hush, hush (Becca Fitzpatrick), Crepúsculo (Stephenie Meyer), Eternidad (Alyson Noël), Medianoche (Claudia Gray), Vampire Kisses (Ellen Schreiber), Diario de mis besos (Meg Cabot), Los diarios de Georgia Nicolson (Louise Rennison), Perdona si te llamo amor (Federico Moccia), Temblor (Maggie Stiefvater) o La Bestia (Alex Flinn), ya que todas rezuman AMOR en mayúsculas; por descontado, su fin último no es otro que el de “vivieron felices y comieron perdices”.
¿Qué sería de la saga angelical de Fitzpatrick sin Patch y su amor bruto y pervertido, o de la de Meyer sin el amor enfermizo e incondicional de Bella, o de las obritas de Schreiber sin las locuras en nombre del amor de su joven protagonista? La respuesta es obvia, “nada”, razón por la que sin dudar enmarcamos estas obras dentro de la rama romántica más empalagosa. Encasillarlas así no parece malo, simplemente un hecho lógico debido a sus características argumentales. Lo que sí hay que empezar a considerar negativo es cuando un autor identifica “novela romántica juvenil” como un subproducto facilón destinado a masas poco ávidas de inteligencia y originalidad en las páginas, y se dedica a crear historias ridículas que repiten la exitosa fórmula de la cocacola. Es decir, cuando el fin de un inventor de historias se reduce a imitar a competencia célebre e infravalorar la capacidad del lector es cuando hay que poner pies en polvorosa y reivindicar buena literatura, sin tomaduras de pelo. Me gustaría no manejar ningún título para fundamentar esta queja, pero los hay, y a montones, empezando por Eternidad, de Alyson Noël, una saga que con poca vergüenza sigue a pies juntillas las tramas y subtramas del Crepúsculo de Meyer; también Canciones para Paula (Blue Jeans) recuerda muy mucho a Perdona si te llamo amor. La pregunta natural que surge ante esto es “¿por qué?”, pero salvo “por una falta preocupante de personalidad”, la respuesta queda en el aire y girando sobre sí misma. Lo que queda claro es que algunos son demasiado vagos para reinventarse y la literatura amiga de la copia de ideas vive ahora su momento estrella, sobre todo en la fantasía paranormal, en la actualidad subgénero soberano de la literatura juvenil especialmente a raíz del boom crepusculiano.
Se establecen dos momentos gracias a los que la literatura juvenil ha vivido un despegue espectacular: primero, la publicación de la saga mágica Harry Potter, y después la serie de cuatro libros y medio Crepúsculo (entendiendo el spin-off Bree Tanner como ese “medio”). La obra de Rowling pertenece a la rama romántica “de aderezo” debido a la subtrama de amor entre Hermione Granger y Ron Weasley (entre otras), pero es Meyer en la que debemos hacer hincapié ahora, dado que su saga bebe esencialmente del sentimiento que bombea el órgano rojo. Fueron Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer los encargados de generar la locura de millones de fans a lo largo y ancho del globo con la historia de tres personajes movidos por el amor en un mundo en el que las criaturas legendarias dejaban de ser tales. Alimentaron los sueños más prohibidos de muchos y dieron paso a una nueva era en la LJ: fue relanzada, se hizo un hueco inamovible en las librerías de todo el mundo y dio una vuelta de tuerca al mercado literario. No es que antes no existiera la rama romántica más pura en nuestra literatura, pero Meyer supo apretar las teclas correctas para llevarla a nuevos niveles. A partir de entonces el subgénero de la fantasía paranormal romántica reinó sobre todos nosotros; y todavía lo hace, a la espera de un nuevo boom que dé de comer a editoriales, escritores originales y plagiadores, y lectores necesitados de un nuevo gran producto.
Llegados a este punto hay que dejar bien clara una cosa que tal vez haya pasado desapercibida: la rama romántica no vive sólo entre las paredes del subgénero fantástico paranormal. Sí es éste el que más alto levanta la voz y más ventas cosecha ahora, pero ni mucho menos constriñe la trama amorosa dejando hambrientos de este sentimiento a los demás subgéneros. En la rama distópica manejamos títulos como Los Juegos del Hambre, Incarceron (Catherine Fisher) o El Corredor del laberinto (James Dashner), y en los tres, aunque no a raudales, sin duda se respira amor. Por no hablar de otras dos distopías, Juntos (Ally Condie) o Delirium (Lauren Oliver), cuyos argumentos giran en torno al corazón: Condie ha elegido mostrar un universo en el que el sistema se encarga de elegir la pareja de vida de cada persona, mientras que Oliver ha abogado por crear una cura para todo sentimiento con el objetivo de vivir despreocupados para siempre.
Alejándonos un momento de poderes sobrenaturales y criaturas fantásticas, tomemos por banda el género realista, ese que, aunque en ocasiones retrate la realidad social atreviéndose con temas tan duros como los abusos sexuales (Cuando los árboles hablen, Laurie Halse Anderson), las drogas (Campos de fresas, Jordi Sierra i Fabra), las enfermedades (Los ojos del alma) o la discriminación (Blanco y negro, Malorie Blackman), también se rinde al amor. Con devoción y pleitesía incluso, como sucede en las novelitas Perdona si te llamo Amor o A tres metros sobre el cielo, de Federico Moccia, tan juveniles y hormonalmente revolucionadas; en el Premio Gran Angular de Begoña Oro, Pomelo y limón, con ese amor tierno, suave y amable que se profesan casi en secreto María Pinilla y Jorge Zaera; en la delicada y metaliteraria La gramática del amor (Rocío Carmona); o en las series más famosas de las señoras Meg Cabot (Los Diarios de la princesa) y Louise Rennison (Los Diarios de Georgia Nicolson), la primera con una joven princesa como protagonista y la segunda con la locura hecha adolescente inglesa.
Después de revisar fantasía y realidad en la rama que más se sonroja de todas, resulta preciso meter el pie en el barro y entender qué es, por culpa del amor, lo que mueve cualquiera de las historias mencionadas. Hay veces en las que las familias de los amantes se oponen a su unión por cuestión de castas u odio visceral; otras, amarse significa ser condenado al infierno debido a maldiciones o profecías; en ocasiones el conflicto no va más allá de los miedos y las dudas del primer amor, del “¿le gustaré?” o los celos más comprensibles; y también el gobierno o un ser poderoso tal vez invisible pueden verse implicados en la trama amorosa, siempre obstaculizándolo todo. Y es aquí donde entran los protagonistas, dispuestos a echar las tripas por su libertad y el destinatario de su corazón, sin importar si son palabras o espadas las armas de las que se sirven.
¿Cuál es la cara más oscura de que la rama romántica se haya alzado como gobernanta de la LJ? Además de la tentación de plagio y la tendencia por parte de escritores y editoriales a minusvalorar la capacidad de sus lectores, son reseñables dos errores más o menos garrafales. Primero, que en ocasiones la rama romántica esté únicamente dirigida a las féminas, llegando a inundar fajas de libros y redes sociales de los mismos con mensajes que aludan solamente al sector femenino. Y, segundo, que visto el exitazo de la romántica juvenil paranormal, muchas editoriales se sumen al feo juego de catalogar como juveniles novelas que de ningún modo lo son, con el único fin de atraer más clientes. En cualquier caso y salvando estos detalles tan poco coherentes, la rama romántica –sobre todo la 100% romántica, que no aderezada– no sólo está en la cima, sino que promete mantenerse en las alturas durante largo tiempo; no hay más que echar un vistazo a publicaciones futuras para comprobarlo: Arañas en la barriga, una de realista sobre el cosquilleo del primer amor; Ciudad de los ángeles caídos, otra de fantasía paranormal de Cassandra Clare; o el estreno del sello Maeva Young con Una canción para ti, otra obrita realista sobre las vicisitudes de enamorarse. No olvidemos, además, el poder convocador del séptimo arte: ¿cuántas novelas juveniles con ingrediente romántico se han adaptado al celuloide (Perdona si te llamo amor, Crepúsculo) o están a punto de hacerlo (Los Juegos del Hambre, Cazadores de sombras)? Nada como aprovecharse de un producto que funciona por sí solo. ¡Larga vida a la rama romántica (inteligente y original)!