«La reliquia», una joya de la literatura anticlerical

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Eça de Queirós, en su novela La reliquia, narra las aventuras y desventuras de Teodorico Raposo, un joven entregado a los placeres del mundo a pesar de que simulaba con eficacia vivir en olor de santidad.

La obra se publicó por entregas, en una primera versión, en 1887, en la Gaceta de Noticias de Rio de Janeiro. La Revista cubana publicó a su vez en 1892 una versión en español, pero la traducción castellana de más éxito fue la realizada por Don Ramón María del Valle Inclán para la Editorial Maucci de Barcelona que vio la luz en 1902, a los dos años de la muerte del gran novelista portugués.

* Eça de QUEIRÓS, La reliquia, Editorial Eneida, Madrid, 2008 (Traducción del portugués: Ramón María del Valle Inclán)

Filólogos y eruditos fustigan sin tregua lo que consideran tan sólo una presunta traducción del gran escritor gallego pues párrafos enteros de la edición original portuguesa han sido suprimidos, y resultan más que discutibles algunas interpretaciones del traductor. A mí, como simple lector, la traducción me parece brillante, de modo que a lo largo de este precioso libro parece innegable que se esconde la inconfundible mano maestra del Marqués de Bradomín que por entonces estaba redactando la Sonata de otoño.

El argumento de La reliquia es aparentemente simple. El protagonista de la novela, el susodicho Teodorico Raposo, tenía una tía inmensamente rica, entregada de lleno a trisagios, rosarios y otras prácticas de devoción cristiana. No era una tía cualquiera, era la tía que lo había prohijado cuando se convirtió en un niño huérfano y de la que el joven sobrino esperaba heredar una fabulosa fortuna cuando al fin se produjese su muerte por inescrutable designio divino. Su opulenta tía se llamaba Patrocinio de las Nieves, quizás porque Eça de Queirós pretendía rendir con ese nombre un discreto homenaje a la religiosa conquense María Josefa de los Dolores Anastasia de Quiroga Cacopardo, más conocida como Sor Patrocionio, la monja de las llagas. Esta monja ultramontana, siendo aún una joven e inocente novicia, experimentó un primer estigma, una llaga en el costado. Mas tarde llegó a ser íntima amiga y consejera de la Reina Isabel II y se dice que la Reina se vestía las mismas camisas que previamente había usado Sor Patrocinio. Por su parte Patrocinio de las Nieves sufría ya algunos achaques, por lo que decidió enviar al prometedor Teodorico, su único sobrino y pariente cercano, en peregrinación a Jerusalén en busca de alguna reliquia: Tráeme de estos Santos Lugares, le pidió en un tono que no admitía réplica, una santa reliquia, una reliquia milagrosa que pueda llevar siempre conmigo y que me consuele en mis penas y me cure en mis enfermedades.

El joven Teodorico fingía ser un ángel que vivía en olor de santidad, un mancebo devoto y buen cristiano, como correspondía a un antiguo alumno interno del Colegio de San Isidoro, pero en realidad llevaba una doble vida, pues frecuentaba prostíbulos, confraternizaba con gente de mal vivir, compartía con masones, republicanos y herejes el desprecio por las religiones, y él mismo, con su conducta reprobable, hundido perdidamente en las beatitudes del pecado, encarnaba la burla de la religión católica que, como es bien sabido, es la única verdadera. Sí, Teodorico había elegido precozmente el camino contrario al de la santidad, había elegido el camino contrario al que le exigía su muy querida y devota tía.

El viaje a Oriente, lejos de representar para Teodorico una especial ocasión favorable para arrepentirse de sus múltiples pecados y faltas, lejos de animarlo a embarcarse al fin por la senda de abnegación y de virtud, suscitó en él las peores inclinaciones de su imaginación desatada: se le hacía la boca agua pensando en danzas del vientre de sonrientes y complacientes bailarinas desnudas, encuentros furtivos con huríes conocedoras de las artes eróticas, masajes acompañados de perfumes y ungüentos relajantes, la ingestión de alimentos terrestres nunca catados por austeros paladares cristianos, como las deliciosas cigarras fritas y las originales hierbas amargas... En fin, Teodorico accedió encantado a emprender el viaje a Oriente que le iba al fin permitir disfrutar de la mayor hospitalidad, lujo y esplendor que brindan los mejores hoteles del Universo ubicados en una tierra de indolencia. Al fin y al cabo su querida tía Patrocinio era quien patrocinaba con su dinero la pía expedición. Él únicamente tenía que dejarse adaptarse a sus designios.

Me abstendré de revelar en este breve comentario los avatares del viaje, los amores y amistades de Teodorico, sus aventuras, desventuras, y experiencias místicas no exentas de aproximaciones al nirvana. Tan solo recordaré que los enredos de la peregrinación no le harán olvidar el solícito encargo de su tía: la búsqueda de una reliquia capaz de reconfortarla en la etapa final de su paso por este mundo.

Ya en Malta, antes de viajar a Alejandría, Teodorico hizo amistad con un investigador alemán, el doctor Topsius, graduado por la Universidad de Bon, y socio del Instituto Imperial de Excavaciones Históricas. Topsius lo acompaño durante el largo viaje y lo ilustró con sus extensísimos conocimientos arqueológicos. A la hora de elegir las reliquias Topsius resultó ser además un consejero infalible.

En Tierra Santa, como imaginará el avisado lector, reliquias no faltaban, y efectivamente Teodorico dio pronto con ellas: tocó con los dedos de sus manos briznas de paja procedentes del santo pesebre de Belén en las que reposó el tierno cuerpo del niño Jesús, comprobó la perfección de tablas que habían sido cepilladas con esmero por San José en su taller de carpintero, adquirió por un precio elevado una de las herraduras del borriquito que acompañó a la Santa Familia en su huida a Egipto, reunió, en fin, varios frasquitos llenos y sellados con el agua curativa del rio Jordán... Tampoco faltaban pepitas de aceitunas del Monte de los Olivos, piedrecitas de la Vía Dolorosa, y conchas del lago de Genesaret, pero sobre todo su gran descubrimiento fue el Lycium spinosum, un árbol plagado de ramas con espinas uncinadas, ganchudas, descubrimiento que le permitió fabricar de nuevo cuño una corona de espinas exactamente igual a las que aparecen en múltiples representaciones de la pasión de Cristo. Teodorico llevaría a la tía una de aquellas ramas, la más triste, la más espinosa, como si fuese la reliquia más fecunda en milagros.

Bien, se dirá, una vez cumplida la misión de Teodorico en Tierra Santa solo restaba el feliz retorno a Lisboa del joven explorador lusitano para entregar a su acaudalada protectora el tan esperado presente milagroso. Sin embargo cuando los expedicionarios estaban acampados extramuros, cerca de los Santos Lugares, se produjo un sorprendente prodigio: una noche, cuando Teodorico apenas había comenzado a soñar en su tienda, escuchó una fuerte voz, iluminada por la tenue luz de una inestable antorcha, que lo conminaba a levantarse y a dirigirse inmediatamente a Jerusalén para presenciar en directo, uno tras otro, los dolorosos pasos de la pasión de Jesús, el nazareno.

El ateo, el racionalista y librepensador, el escéptico novelista Eça de Queirós, jurista y anticlerical, miembro de la generación de Coimbra, el reconocido autor de El crimen del padre Amaro, nos obliga a retrotraernos a los tiempos en los que el rabí Yehosuá, que curaba a los leprosos y defendía a las rameras condenadas a ser lapidadas, había sido preso en Jerusalén. Las acusaciones contra sus actos y sus doctrinas eran numerosas: ¡Vagabundea por los caminos y vive de lo que le ofrecen esas mujeres disolutas! (...) Hace tres años que predica y nadie le ha oído proclamar la necesidad santa de expulsar al extranjero. (...) Arremete contra los cambistas del templo. Cuestiona la autoridad de escribas y fariseos. Incluso un pagano como Poncio Pilatos, gobernador romano de Judea, que no veía motivo para condenar a muerte a Jesús, consideraba que ese hombre solo dice cosas incoherentes, como los que hablan en sueños. En realidad el rabí predicaba cosas extrañas, predicaba el desprecio por los bienes terrenos, la ternura por los que son pobres, y la incomparable belleza del Reino de Dios. Eça de Queirós parece reivindicar al Jesús histórico, al maestro de justicia, al profeta de los humildes y miserables, que murió en la cruz, el suplicio de los esclavos, frente al Cristo de la fe entronizado por los poderosos en el seno de la estructura jerárquica de las Iglesias. Con ojos de estupor contempló que contra Jesús, que predicaba el reino de la igualdad, acusándolo y condenándolo a muerte infamante, se dieron cita sacerdotes, patricios, magistrados, soldados, doctores y mercaderes, en suma, las fuerzas vivas de una sociedad ansiosa de dinero y de poder. Fue María Magdalena, creyente y apasionada, quien gritó alto y fuerte en Jerusalén que Jesús había resucitado. Así fue como el amor de una mujer cambió la faz del mundo. Como subraya el novelista portugués la leyenda inicial del cristianismo está hecha: va a morir el mundo antiguo.

Cuando Teodorico despertó del sueño en el que fue testigo presencial de la pasión del mesías sintió nostalgia de aquella bárbara y brutal Jerusalén que había conocido tan de cerca. Un perfume delicado y grato me llegaba del remoto pasado y agitaba levemente mi alma. Sin embargo era preciso retornar al número 47 del Campo de Santa Ana en Lisboa, en donde moraba su muy querida y ricachona tía. Era preciso regresar a la ciudad blanca, a la Lisboa antigua y señorial cantada por los fados.

Se trataba de un retorno triunfal pues sobre sus rodillas reposaba la caja de las reliquias cerrada con clavos procedentes del Arca de Noé. Teodorico se erigía a si mismo en la imagen misma de un nuevo Alejandro, domador de pueblos y dioses. Regresaba al fin a su tierra natal con la certeza de la gloria para reclamar su legítimo derecho a la fabulosa herencia del comendador Godinho. ¡Ah, ya empezaba a paladear las mieles de un próximo viaje a París, esa deliciosa ciudad que incita a hundirse en el vicio y en la perdición!

En la casa de la tía Patrocinio el tiempo seguía estando detenido, como si se tratase del limbo de los justos. Allí estaba la fiel criada Vicenta. Allí estaban también ávidos, como cuervos codiciosos de obtener un pingüe botín, varios clérigos empalagosos -especialmente el padre Negrón- que adulaban sin cesar a la tía y la atiborraban de estampitas y de las más absurdas devociones. Allí estaba, en fin, doña Patrocinio con su elegante traje de seda negra que, al andar, crujía como las vestiduras de un prelado.

Lo primero que hizo Teodorico cuando se reencontró con su muy querida tía fue tratar de tranquilizarla: ¡Aquí está tía! ¡Aquí está la divina reliquia que perteneció al Señor! Teodorico se refería, claro está, a la santa corona de espinas que había traído directamente desde Tierra Santa para enriquecer el inmenso patrimonio histórico de la católica nación portuguesa.

Una vez en el oratorio de la señorial mansión, un palacio centenario detenido en el tiempo, y embellecido por una inmensa glicinia que recorría la fachada, Doña Patrocinio, trémula y palpitante, pero con la gravedad de un pontífice, tomó el envoltorio y lo colocó sobre el altar de la capilla de la casa, y devotamente desató el nudo de bramante rojo para tener al fin acceso a la santa reliquia.

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Permítame el avisado/a lector/a un breve inciso de índole académica. Para desentrañar el verdadero significado de La reliquia quizás nos puede ayudar el ensayo titulado Esbozo de una teoría general de la magia que el antropólogo francés Marcel Mauss publicó a principios del siglo XX en L'Année sociologique.

Existen algunos objetos, como las reliquias, que presentan una clara contigüidad con lo sagrado por lo que adquieren virtudes mágicas, fuerzas mágicas, susceptibles de transformar lo cotidiano en un pís-pás. Las reliquias poseen maná, es decir, una fuerza sagrada y contagiosa, un poder espiritual que transciende la simple apariencia de las cosas. El maná queda fuera de la vida vulgar. Es objeto de una reverencia que puede llegar hasta el tabú. En la raíz misma de la magia, señala Marcel Mauss, se dan unos estados afectivos creadores de ilusiones que, al igual que las religiones, son de naturaleza social. Esto explica no solo la veneración de las reliquias por los fieles, sino también su custodia por parte de los profesionales encargados del manejo de las cosas sagradas, como ocurre con los brujos y los sacerdotes. En el anexo retomo al pie de la letra el sumario de Santas Reliquias que se veneran en la Cámara Santa de la Catedral de San Salvador de Oviedo, desde el Santo Sudario en el que quedó prendida la sangre de Jesús cuando fue enterrado en el Santo Sepulcro, hasta otras muchas. Lo que se oculta con frecuencia es que el cabildo de la catedral asturiana arruinó a la diócesis, empeñado en competir en reliquias con la catedral de Santiago de Compostela, en donde el astuto arzobispo Gelmírez no solo consiguió enterrar el cuerpo del apóstol Santiago, sino también depositar las reliquias que el propio Gelmírez robó en la vecina catedral de Braga -un acto conocido tradicionalmente por los historiados del camino de Santiago como el sacro latrocinio-. En la ruina económica de la sede catedralicia del Principado, que desde entonces ya nunca más levantó cabeza, se encuentra por tanto la ingenuidad del cabildo catedralicio para poner en manos de los Teodorico Raposos del momento. un asunto tan importante como el de las santas reliquias.

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El Teodorico de Eça de Queirós era sin duda un erotómano obsesionado por todo tipo de objetos fetichistas, era un caza-fortunas, un vividor, y hasta, si se quiere, un hipócrita, un falsario, y un estafador sin escrúpulos que ni siquiera se detenía ante el hábito de las inocentes novicias. ¿Por qué se empeñó realmente el novelista en presentarnos al principal protagonista de la novela como un auténtico impío? Todo parece indicar que efectivamente Teodorico era un cantamañanas pues no solo dejó escapar una herencia incalculable que estaba relativamente a su alcance, sino que además dejó también que se la arrebatasen otros faltosos como él pertenecientes al gremio de los untuosos eclesiásticos, los encargados, entre otras cosas, de dar lustre y esplendor a las santas reliquias.

No, Eça de Queirós no tenía en realidad ningún especial interés en presentarnos tan sólo la vida del descreído Teodorico. No pretendía narrar una historia banal mas o menos chistosa para que se riesen sus amigos librepensadores del café en donde mantenían periódicamente una tertulia. Más bien nos encontramos ante una novela de tesis. En este sentido se podría afirmar que bajo la apariencia de un relato anticlerical el escritor racionalista portugués retoma en términos literarios parte de los análisis económicos y sociológicos realizados por Karl Marx sobre el fetichismo de la mercancía.

El poder institucional de las religiones tiende en la actualidad a desvanecerse ante el empuje y la fuerza ejercida por el dinero y por la expansión del mercado.

El sacro mercado de las santas reliquias, que adquirió un especial protagonismo durante la Edad Media europea, no fue sino el grado cero de la sacralización del mercado de mercancías. La magia es la esencia de las religiones pero también del capital, de modo que la literatura de ficción, al igual que la sociología, pueden ser eminentemente desmitificadoras ya que tanto sociología crítica como literatura anticlerical pretenden decir la verdad sobre realidades encubiertas y recubiertas por un halo sagrado que opera como un escudo protector de la falsa conciencia.

Para poder comprender nuestro mundo, para poder entendernos a nosotros mismos, es preciso comenzar por desacralizar lo sagrado y mostrar que el Rey está desnudo. Los sacerdotes dirán que se trata de una profanación, pues les va en ello perpetuar los poderes de sus propias funciones sacrosantas, pero en realidad la fuerza de la literatura laicista radica en tratar de devolver al mundo y a la naturaleza la verdades que las artes mágicas y las religiones les han arrebatado convirtiéndolas en un monopolio.

El gran error de Teodorico radicó en último término en confundir las reliquias sagradas con las reliquias profanas. ¡Ah, otro gallo le habría cantado si hubiese recurrido con devoción a la intercesión del corpiño de Santa María Magdalena que durante tanto tiempo mantuvo al alcance de la mano!

ANEXO

Breve sumario de las Santas Reliquias que se veneran en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo:

"A todos y a cada uno de los fieles cristianos que vean las presentes letras hacemos saber: Que Dios Nuestro Señor, por su admirable poder, transportó una cierta arca hecha de una madera incorruptible por los discípulos de los Santos Apóstoles, de la Ciudad Santa de Jerusalén a África, de África a Cartagena en España, de Cartagena a Sevilla, de Sevilla a Toledo, de Toledo al Monte Sacro en las Asturias y de allí a esta Santa Iglesia del San Salvador de Oviedo, donde fue abierta el arca. Los fieles encontraron entonces un gran número de cofrecillos de oro, de plata, de marfil y de coral, que abrieron con gran veneración. Y vieron atados a cada reliquia ciertos diplomas que indicaban claramente su procedencia. Encontraron:

-la mayor parte del paño con el que Cristo, nuestro Redentor, fue enterrado en el sepulcro, así como su precioso sudario, teñido con su santísima sangre,
-gran parte de la Verdadera Cruz,
-ocho espinas de su sagrada corona,
-un trozo de la caña que los judíos le pusieron en sus manos a guisa de cetro,
-un trozo de su túnica,
-un fragmento de su tumba,
-un jirón de los pañales que le cubrían en el pesebre,
-pan de la Santa Cena,
-maná que Dios hizo llover para los hijos de Israel,
-una imagen de Cristo en la Cruz, una de las tres que Nicodemo hizo a su semejanza,
-un gran trozo de la piel de San Bartolomé, apóstol,
-la casulla que la reina de los Cielos dio a San Ildefonso, arzobispo de Toledo,
-leche de la misma Madre de Dios,
-cabellos suyos y una parte de sus vestiduras,
-uno de los treinta denarios que recibió Judas cuando vendió a Nuestro Señor Jesucristo,
-algo de tierra que el Redentor holló con sus pies antes de subir a los Cielos y cuando resucitó a Lázaro,
-un fragmento de la capa del profeta Elías,
-de la frente y de los cabellos de San Juan Bautista,
-cabellos con los que la bienaventurada Magdalena secó los pies de Cristo,
-una de las ramas de olivo que tenía Cristo en las manos cuando entró en Jerusalén,
-un trozo de la piedra en la que se sentó Moisés cuando ayunó en el Sinaí,
-un trozo de la varita con que el mismo Moisés separó las aguas del mar Rojo,
-un trozo del pescado asado y del pastel de miel que Nuestro Señor comió con sus discípulos cuando se les apareció después de su resurrección,
-la sandalia del pie derecho del apóstol San Pedro y parte de la cadena de su prisión,
-un cuchillo de la rueda con la que fue martirizada Santa Catalina,
-la escarcela de San Pedro y la de San Andrés,
-reliquias de los santos profetas, mártires, confesores y Vírgenes se guardan aquí y hay tal número de ellas que sólo Dios lo sabe.

Tales son los dones concedidos a esta iglesia por misericordia divina, fortificando la religión cristiana y librándonos de la esclavitud de los sarracenos. En testimonio de lo cual, nos, Deán y Capítulo de la Santa Iglesia de Oviedo, hemos hecho extender y extendemos las presentes."

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