En el año1847 fue descubierto en un monasterio cristiano de Egipto un antiguo manuscrito del siglo VI d. C. Fue llevado a Londres, entonces Egipto era un protectorado británico, y archivado luego en el Museo Británico durante años, perdido entre legajos como tantos otros originales en papiro llevados desde los confines del mundo. Nunca se tradujo ni se estudió. Hasta que la profesora Karen King lo ha desmenuzado, al parecer, traduciendo ahora los caracteres escritos en lengua siríaca, un dialecto del antiguo arameo. El papiro formaba parte de una obra redactada ya en el siglo VI por el obispo cristiano Zacarías de Mitilene (465-536), La Historia Eclesiástica. Hasta aquí no hay nada extraordinario, existen cientos o miles de manuscritos archivados en distintos museos o centros del mundo y escritos durante los años más oscuros del cristianismo (desde el siglo I al siglo VIII). Y casi todos ellos contarán las historias o leyendas que sus autores interpretaron de sus antecesores que ya se lo contaron antes. Pero, aquí, en este polémico manuscrito copto, habrá una palabra que, ahora, transformará ya el significado de gran parte de algo de lo de antes un poco conocido.
Existe un personaje nombrado en los evangelios cristianos como María, una mujer que participaba en el grupo de seguidores de Jesús de Nazaret. En ellos se describen tres Marías, María de Betania -hermana de Lázaro, el resucitado-, María de Magdala, que da realmente el nombre al personaje santificado finalmente por la Iglesia (Católica, Ortodoxa y Anglicana), y el confuso personaje de la pecadora que describe así el evangelio de Lucas. La cuestión siempre ha sido, ¿es la misma persona, fue la misma mujer? Hoy, la Iglesia Católica ha zanjado la cuestión: son diferentes personajes. Ello despeja así la confusión y hace a María de Magdala la santa discípula de Jesús. Sin embargo, la historia del Arte, desde sus comienzos en el siglo XV, ha representado ya casi siempre a esta mujer con el cariz arrepentido de un personaje antes malogrado, con la imagen sensual y descubierta de las más humanas condiciones.
Y en esta selección de obras maestras, algunas desconocidas, se aprecia ya el sesgo especial que los pintores dieron a María Magdalena, a veces como penitente, a veces entregada, a veces desolada. El gran pintor sevillano Murillo la pintó muchas veces, no sé si más o menos que las purísimas que hiciera, pero casi. Lo que sucede con este extraordinario genio creador español, es que todas sus obras que no fueran de vírgenes han sido o expoliadas o vendidas o traspasadas a distintos museos de todo el mundo. Pero Murillo consigue, con su excelente trazo y composición, realizar unas de las mejores imágenes representadas en el Arte de la Magdalena. Otro pintor que expresará su más elogiosa figura es Annibale Carracci, en la obra aquí expuesta el creador italiano del Barroco inicial llegará a conseguir ahora el misterio más confuso de todos, una mujer que piensa aquí de un modo más racional que piadoso.
Otras obras que se han asignado a su representación -a veces los autores no titulaban exactamente como María Magdalena su creación- es la imagen de una mujer medio dormida y meditabunda, casi melancólica -de hecho la obra se llamará también así, La Melancolía-, y serán aquí dos versiones de la misma pintora, Artemisia Gentileschi. Una se sitúa en el Salón de los Tesoros de la catedral de Sevilla, la otra en el Museo Soumaya de México, D.F. Pero, además de la diferencia de conservación de cada obra -según se aprecia en las imágenes-, veremos cómo la obra que se encuentra en Sevilla está modificada con los motivos añadidos de una censura eclesiástica de la época. Es de suponer que, al encontrarse en una catedral, los motivos tan sensuales de la pintura fueron ya cubiertos claramente.
La polémica sobre la leyenda sagrada estará íntimamente ligada a la misma realidad de la propia leyenda sagrada evangélica. Nada se sabrá de lo que sucedió en verdad en Jerusalén entre los años 28 y 33 de nuestra era con los personajes evangélicos. El que la profesora King haya descubierto, traducido o interpretado en una línea del manuscrito copto lo que, según ella, dice: Jesús les dijo, mi esposa..., no despejará realmente nada de la realidad histórica. Es por ello que la iconografía del Arte representará siempre la única confusión que puede interpretarse, el vínculo entre lo humano y lo divino, entre lo material y lo espiritual. Y esto lo conseguirá el Arte en sus obras místicas -o no tantas- con la misma sutileza y sinceridad con las que traspasará ya las formas, los colores o las sombras de todas las grandes creaciones del mundo, con ese mismo genio inagotable, justificador y subyugante de siempre.
(Cuadro El sueño de María Magdalena, 1914, del pintor búlgaro Goshka Datzov, Galería Nacional, Bulgaria; Óleo Magdalena penitente, 1650, Murillo, Museo del Prado; Extraordinario lienzo del pintor Paolo Veronés, La conversión de María Magdalena, 1547, National Gallery, Londres; Óleo del pintor español Domingo Valdivieso, El descendimiento, 1864, Museo del Prado; Detalle de la obra del Veronés, National Gallery; Detalle de la obra de Valdivieso, Museo del Prado; Obra María Magdalena o Melancolía, 1622, Artemisia Gentileschi, Sala del Tesoro, Catedral de Sevilla; Óleo María Magdalena o Melancolía, 1622, Artemisia Gestileschi, Museo Soumaya, México, D.F.; Obra del pintor Annibale Carracci, La Magdalena penitente, 1598, Museo Fitzwilliam, Cambridge; Óleo del pintor barroco Carlo Sellitto, Magdalena penitente, 1610, Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles; Óleo de Murillo, María Magdalena, 1655, Museo de Arte de San Diego, California; Cuadro La Magdalena o santa Taís, 1641, José de Ribera, Museo del Prado, Madrid.)