La revolución antifrancesa de Brumario de 214

Por Peterpank @castguer

Hace doscientos doce años tuvo la Revolución que aplicar el terror para eliminar los restos de un Antiguo Régimen que ahora, en Brumario de 214, parece aflorar con fuerza en su versión teocrático medieval islámica


Los ahogamientos de Nantes de 1793 (Historia Socialista, tomo 4, pág. 829.)

Hace doscientos doce años la Revolución se vio obligada a tomar medidas terminantes para asegurar que pudiesen triunfar en Francia la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, que asegurasen la República Social, Universal e Indivisible, formada por ciudadanos libres, una vez rotas las cadenas del Antiguo Régimen. En agosto de 1793 se había logrado apartar el fantasma de la guerra civil, pero restaba neutralizar la contrarrevolución, apoyada por las monarquías extranjeras que defendían la alianza entre el Trono y el Altar.

Sea porque el sextidi 6 brumario de 214 [jueves 27 octubre de 2005 / 24 ramadan de 1426] murieron electrocutados accidentalmente dos «franco africanos islamizados» [Zyed Benna, de 17 años y origen tunecino & Traore Bouna, de 15 años nacido en Mauritania] que creían huir de la policía republicana y se habían escondido en una central de alta tensión, sea porque además el nonidi 9 brumario de 214 [domingo 30 octubre de 2005 / 27 ramadan de 1426] una granada de gas lacrimógeno lanzada por la policía republicana penetró en la mezquita Bilal, de Clichy sous Bois, importunando los rezos –¡en pleno ramadán!– de algunos sarracenos que se sintieron así agredidos en su religión, Brumario de 214 asiste a la rebelión de la «chusma» (Nicolás Sarkozy dixit) de los suburbios del norte de París, y pronto de la Francia toda, donde cientos de miles de magrebíes y subsaharianos, «franceses» de primera, segunda y tercera generación, en lugar de procurar adaptarse a la ilustrada y burguesa libertad revolucionaria francesa, prefieren la sumisión al Islam, el velo y la ablación del clítoris, y han decidido comenzar a destruir cuanto pueden, miles de coches, autobuses, escuelas, tiendas, bibliotecas, comercios, iglesias, guarderías, gimnasios, oficinas, comisarías, almacenes… para acabar con la sociedad corrompida, politeísta, incrédula, laica, agnóstica y atea en la que se encuentran incómodos, y de sus cenizas poder reconstruir otra sociedad, regida por los principios teocráticos islámicos, tras la coranización de Francia y de la Europa toda.

Buena ocasión esta, mientras arde París, para recordar cuánto le costó a la primera izquierda terminar, hace dos siglos y poco, con la derecha que se aferraba al Antiguo Régimen. Copiemos algunos párrafos y textos escritos y recogidos por Juan Jaurés (1859-1914), director de la monumental Historia Socialista (1789-1900) cuyos cuatro primeros volúmenes, publicados en español por F. Sempere, en Valencia, relatan lo sucedido hasta 9 Termidor (todos los párrafos citados proceden del volumen cuarto, que cubre el periodo 1793-1794 de la Convención).

«No ciudadanos –dijo el Diario de la Montaña del 28 de Agosto–; no tenemos la guerra civil; no es la guerra civil lo que tenemos que combatir, es la guerra extranjera; no hay guerra civil sino cuando existen dos partidos en la República y los dos fingen poseer la autoridad y el mando supremo. No tenemos que habérnoslas sino con un solo género de enemigos, tanto en las fronteras como en la Vendée, en Lyon y en Marsella; es la guerra de los republicanos contra los que quieren la realeza. No temamos tanto, por consiguiente, las consecuencias que acompañan ordinariamente a los disturbios que se levantan entre los hijos de una misma patria… Los facciosos se identifican con los enemigos el Estado. El nombre no le hace, sea prusiano, sea lionés, sea austriaco o marsellés. Se han engañado grandemente cuando se ha dicho y escrito que había partidos entre nosotros. Todos militaremos mientras existamos bajo las banderas de la patria; no hay más que un solo campamento, una sola palabra de mando: libertad, República una e indivisible. Todos los que sacan la espada contra nosotros son verdaderos realistas… El francés libre no puede tener disensiones intestinas. No formamos sino una sola familia.» (pág. 728.)

El 10 de agosto de 1793 se celebró en Francia por primera vez la Fiesta de la Federación, que en París fue diseñada por el artista Jacobo Luis David (1748-1825; el mismo que pasado el tiempo no tendría inconveniente en inmortalizar en sus cuadros al nuevo emperador, Napoleón Bonaparte). El propio intelectual y artista David nos ha dejado la descripción de aquellas ceremonias nuevas, preñadas de simbolismos e ideología:

«En 10 de Agosto, con motivo de la fiesta de la Federación, la Francia revolucionaria respondió con todo su corazón a las amenazas del universo. Era ‘la fiesta de la Unión, de la Unidad y de la Indivisibilidad francesas’. Llegaban delegados de toda la Francia aportando la adhesión de las asambleas primarias a la Constitución. Y mientras que en todas las asambleas primarias, en una misma hora, una misma fiesta de la Unidad y de la Indivisibilidad inflamaba todos los corazones, en París la gran fiesta central concentraba todos los rayos de luz y los reflejaba sobre el mundo. El grandioso genio de David trazó el plan de la ceremonia magnífica; el relato de ésta fue redactado por el mismo maestro. ¡Qué belleza ordenar así el poder del pueblo! El horizonte, limitado por la guerra, se llenó con la serena majestad de la Revolución. En el mismo instante en que los hombres y los pueblos se estaban destrozando, la Francia revolucionaria les revela, con una sublime anticipación de su victoria, lo que será el mundo agrandado por la libertad:

‘Reunidos los franceses para celebrar la fiesta de la Unidad y de la Indivisibilidad, se han levantado antes de la aurora; la conmovedora escena de su reunión ha sido iluminada por el primer rayo del sol; este astro bienhechor, cuya luz se extiende sobre todo el universo, ha sido para ellos el símbolo de la verdad, a la cual han dirigido himnos y alabanzas.

‘Primera Estación. La reunión se ha efectuado en el emplazamiento de la Bastilla: en medio de sus escombros se ha levantado una fuente de la Regeneración representada por la Naturaleza. De sus pechos fecundos, que estruja con sus manos, vierte con abundancia el agua pura y saludable, de la que han bebido, unos tras otro, 86 comisionados, enviados por las asambleas primarias, es decir, uno por departamento; el de más edad tuvo la preferencia, y una misma copa sirvió para todos.

‘El presidente de la Convención nacional, después de haber regado el suelo de la libertad con una especie de libación, ha bebido primero, pasando luego la copa a los delegados de las asambleas primarias, llamados por orden alfabético de nombres a los sones del tambor y de la trompa; cada vez que bebía un delegado, una salva de artillería ha anunciado la consumación del acto de fraternidad.

‘Luego se han cantado estrofas alusivas a la ceremonia con música del himno querido de los marselleses. El lugar de la escena ha sido simple, su riqueza se ha copiado de la Naturaleza; a trechos se habían levantado sobre piedras inscripciones recordando la caída del monumento de nuestra antigua servidumbre, y los delegados, después de haber bebido todos, se han dado recíprocamente el ósculo fraternal.

‘El cortejo ha dirigido su marcha por los bulevares. A su frente iban las sociedades populares reunidas en masa, llevando un estandarte en el cual estaba pintado el ojo de la Vigilancia atravesando una espesa nube.

‘El segundo grupo lo ha formado la Convención nacional. Cada uno de sus miembros llevaba en la mano, por todo distintivo, un ramo formado con espigas de trigo. Ocho diputados llevaban un arca sobre unas andas, conteniendo las tablas sobre las cuales están grabados los derechos del hombre y el acta constitucional.

‘Los comisarios de los enviados por las asambleas primarias de los 86 departamentos han formado una cadena en torno de la Convención nacional; estaban unidos unos a otros por un lazo ligero, pero indisoluble (de la unidad y de la indivisibilidad), que debe formar un cordón tricolor. Cada uno de ellos se distinguía por una pica, porción del haz que le ha confiado su departamento, y por un tramo de oliva, símbolo de la paz. Los enviados por las asambleas primarias llevaban igualmente en la mano el ramo de oliva.

‘El tercer grupo formábalo toda la masa respetable del Soberano.

‘Aquí todo se eclipsa, todo se confunde en presencia de las asambleas primarias; aquí no había ya corporación; todos los individuos de la sociedad se han confundido indistintamente, aunque caracterizados por sus divisas distintivas; así se ha visto al presidente del Consejo ejecutivo provisional al lado del herrero; al alcalde al lado del carnicero y del albañil; al juez, con su vestido y sombrero de plumas, al lado del tejedor o del zapatero; el negro africano, que sólo difiere en el color, marchaba al lado del blanco europeo; los interesantes discípulos de la institución de los ciegos iban en un gran carromato ofreciendo el conmovedor espectáculo de la desgracia reverenciada. Allí estaban también los niños huérfanos llevados en blancas cunas, comenzando a disfrutar de sus derechos civiles; allí estaban los respetables artesanos llevando en triunfo los instrumentos útiles y honrosos de su profesión. En fin, entre esta numerosa e industriosa familia, un carro verdaderamente triunfal formado por un simple arado, sobre el cual iban sentados un viejo y su esposa, tirado por sus propios hijos, ejemplo conmovedor de piedad filial y de veneración a la ancianidad. Entre los atributos de todos estos diferentes oficios se leían en gruesos caracteres estas palabras: HE AQUÍ EL SERVICIO QUE EL PUEBLO INFATIGABLE PRESTA A LA SOCIEDAD HUMANA.

‘A este grupo sucedía un grupo militar llevando en triunfo un carro tirado por ocho blancos caballos, conteniendo una urna depositaria de las cenizas de los héroes muertos gloriosamente en defensa de la patria. Este carro, adornado con guirnaldas y coronas cívicas, estaba rodeado por los padres de los difuntos cuyas virtudes y valor se celebraban; estos ciudadanos, de diferentes edades y sexos, llevaban coronas de flores en la mano; alrededor del carro quemábase incienso en recipientes a propósito y una banda militar tocaba himnos bélicos. En fin, cerraba la marcha un destacamento de infantería y caballería, en el centro del cual iban arrastrados unos sarcófagos cubiertos con tapices flordelisados encerrando los despojos de los viles atributos de la realeza y de todos los orgullosos señores de la aplastante nobleza, y sobre unos estandartes se leía: PUEBLO: HE AQUÍ LO QUE SIEMPRE CAUSÓ LA DESGRACIA DE LA SOCIEDAD HUMANA.

‘Segunda estación. Habiendo llegado el cortejo con este orden al bulevar Poissonnière, ha encontrado bajo un pórtico un arco de triunfo de las heroínas del 5 y del 6 de Octubre de 1789, sentadas, como entonces, sobre sus cañones; unas llevaban ramas de árboles, otras trofeos, señales inequívocas de la brillante victoria que estas valientes ciudadanas obtuvieron sobre los serviles guardias de corps. De manos del presidente de la Convención nacional han recibido una rama de laurel; después siguieron con sus cañones el cortejo, y siempre en actitud gallarda se han juntado al Soberano. En el monumento había inscripciones alusivas a las dos memorables jornadas; las salvas de artillería y los himnos de alegría se renovaban delante de cada puerta.

‘Tercera estación. Sobre las ruinas de la tiranía se había levantado una estatua de la Libertad, cuya inauguración ha sido solemne: robles frondosos formaban en torno suyo una imponente masa de verdura y de sombra; del follaje pendían las ofrendas de todos los franceses libres. Cintas tricolores, gorros frigios, himnos, inscripciones, pinturas, frutos todos que gustan a la diosa; a sus pies una pira dispuesta a recibir el sacrificio expiatorio de los infames atributos de la realeza. En presencia de la diosa querida de los franceses, los 86 comisarios, cada uno con una antorcha en la mano, han pegado fuego a la pira. La memoria del tirano se ha convertido en humo y cenizas. Inmediatamente después se ha dado libertad a millares de pajarillos, llevando en sus cuellos ligeras cintitas, que se han diseminado por los aires esparciendo por todas partes el testimonio de la libertad devuelta a la tierra.

‘Cuarta estación. La cuarta estación ha sido en la plaza de los Inválidos. En medio de la plaza, sobre la cima de una montaña, estaba representado, en forma de escultura colosal, el Pueblo Francés, juntando con sus vigorosos brazos el haz departamental. El ambicioso federalismo estaba representado saliendo de su fangoso pantano, separando con una mano los rosales y esforzándose con la otra para arrancar algunos. El pueblo francés se apercibe, coge su maza, le golpea y le hunde de nuevo en sus fangosas aguas para no salir jamás.

‘Quinta estación. En fin, la quinta y última estación tuvo lugar en el Campo de Marte. Antes de entrar rindióse homenaje a la igualdad por medio de un acto positivo y necesario en una república: el cortejo pasó por debajo de un pórtico, en cuyos lados los símbolos de la Libertad y de la Igualdad sostenían una guirnalda tricolor y tendido sobre la cual había suspendido un gran nivel, el nivel nacional, cerniéndose indistintamente sobre todas las cabezas. ¡Orgullosos, todos tuvisteis que inclinar la cabeza!

‘Llegados al Campo de Marte, el presidente de la Convención nacional, esta asamblea en masa, los 86 comisarios de los enviados de las asambleas primarias y los enviados de estas asambleas han subido las gradas del altar de la patria. Durante este tiempo cada uno ha ido depositando su ofrenda en el altar, los frutos de su trabajo, los instrumentos de su oficio o de su arte. De este modo ha quedado más magníficamente adornado que con cualquier otro emblema de una fútil e insignificante pintura. Es todo un pueblo inmenso y trabajador que ofrece a la patria los instrumentos de su oficio, con los que hace vivir a sus mujeres o hijos.

‘Terminada esta ceremonia, se ha colocado en torno del altar, y habiendo el presidente de la Convención depositado sobre el altar de la patria las actas del escrutinio de los votos de las asambleas primarias, se ha proclamado en presencia de todos los enviados del Soberano la voluntad de los franceses sobre la Constitución.

‘El pueblo ha prestado el juramento de defenderla hasta la muerte; una salva general ha anunciado este sublime juramento. Una vez prestado éste, los 86 comisarios de las asambleas primarias se han adelantado hacia el presidente de la Convención, entregándole cada uno la parte del haz que han llevado en la mano durante toda la marcha; el presidente los ha tomado y juntado, atándolos con una cinta tricolor; después ha entregado este haz al pueblo, significándole que será invencible si no se desune; le ha entregado también el arca que contiene la Constitución, pronunciando estas palabras en alta voz: «Pueblo: pongo el depósito de la Convención bajo la salvaguardia de todas las virtudes.» El pueblo se ha hecho cargo de ella respetuosamente y la ha llevado en triunfo, terminando esta escena nueva y conmovedora con millares de abrazos.

‘Ciudadanos: no olvidemos los servicios gloriosos que han prestado a la patria nuestros padres muertos en defensa de la libertad. Después de haber confundido nuestros sentimientos fraternales en grandes abrazos, nos falta llenar un deber sagrado, el de celebrar con himnos y cánticos la muerte de nuestros padres. El presidente de la Convención nacional ha entregado al pueblo la urna cineraria, después de haberla coronado de laureles sobre el altar de la patria. El pueblo la irá a depositar majestuosamente en el sitio designado, donde más tarde se levantará, una soberbia pirámide. El final de todas estas ceremonias ha sido un banquete: sentado fraternalmente el pueblo sobre la hierba, bajo tiendas levantadas exprofeso, ha comido con sus hermanos los víveres que había traído, contemplando en un gran teatro la pantomima de los principales acontecimientos de nuestra Revolución.’

En aquella luz espléndida, las sombrías inscripciones de los calabozos de la Bastilla recordaban al pueblo la antigua servidumbre: ‘Un viejo ha bañado esta piedra con sus lágrimas.’ ‘La corrupción de mi mujer me ha sumido en este calabozo.’ ‘Hijos codiciosos me sepultaron aquí.’ ‘Esta piedra no la iluminó nunca el sol.’ ‘La virtud conducía aquí.’ ‘Nunca recibí consuelo.’ «Hace cuarenta años que estoy encadenado en esta piedra.’ ‘Han cubierto mi cara con una máscara de hierro.’ ‘Lasciaste ogni speranza voichi entrate.’ ‘Me han olvidado.’ ‘Ante mis ojos aplastaron a mi fiel araña.’ ‘Ya no puedo dormir.’ ‘Hace cuarenta y cuatro años que me estoy muriendo.’

Era un espectáculo sin precedente en la historia. A los que a este propósito hablan de la resurrección de las antiguas fiestas romanas, les engaña la decoración. No cabe duda que en la antigua Roma se hacían fiestas en que dominaba el carácter civil. Y por encima de los siglos cristianos, que no pusieron en movimiento a las multitudes sino bajo la disciplina de la religión y con la decoración de la Iglesia, parecía que la libre humanidad revolucionaria volvía a juntarse a la libre humanidad antigua. Pero ¡qué espíritu verdaderamente nuevo! En primer lugar, hasta en sus grandiosas ceremonias civiles la antigua Roma reservaba un sitio a los dioses: el Imperator soberbio subía al Capitolio para dar gracias a las potencias superiores que dieron la victoria a la ciudad. Y sobre todo, ésta celebraba el triunfo de la fuerza, el orgullo de la conquista, el aplastamiento de los débiles y la sujeción de los pueblos; un largo cortejo de cautivos y de esclavos atestiguaba la gloria de los ejércitos y la excelencia de los dioses romanos. El carro deslumbrante de los triunfadores pasaba por encima de la servidumbre humana. En la Francia de la Revolución, en esta radiación de la jornada revolucionaria, todas las sombras de servidumbre religiosa y social se desvanecen. Los hombres no invocan a los dioses ni a Dios. En esta fiesta del 10 de Agosto no aparecen ni las violencias groseras del hebertismo contra el cristianismo y el culto, ni la beatuchería deísta de Robespierre. La religión ni es brutalmente negada ni astutamente recordada. Queda ignorada, y el libre espíritu humano, la libre alegría humana se mueven fuera de ella. Todos los hombres pueden interpretar a su gusto la Naturaleza; pueden ver en ella una inmensa fuerza que se desarrolla o la expresión de un orden inteligente que se mueve hacia un fin; pueden saludarla como fuerza eterna o como Dios eterno; pero de la sublime comunidad de la fiesta no retienen de ella sino el aspecto de inmensidad ordenada y viviente emancipando, todos los espíritus. Los revolucionarios sabían bien que en aquel día innovaban algo. El presidente de la Convención dirige a la eterna Naturaleza el himno de una humanidad nueva:
‘¡Oh Naturaleza, soberana de los salvajes y de las naciones civilizadas! Este pueblo inmenso, reunido ante ti al despuntar los primeros rayos del día, es digno de ti, es libre. En tu seno, en tus fuentes sagradas es donde ha recobrado sus derechos y se ha regenerado. Después de tantos siglos de error y de servidumbre, precisaba volver, a la simplicidad de tus caminos para hallar de nuevo la libertad y la igualdad. Recibe, ¡oh Naturaleza!, la expresión de la adhesión eterna de los franceses a tus leyes, y que estas aguas fecundas que brotan de tus pechos, que esta bebida pura, primera que saborearon los franceses, consagren en esta copa de la fraternidad y de la igualdad el juramento que Francia te hace en este día, el más bello de los que iluminó el sol desde que está suspendido en la inmensidad del espacio.’

Y después de esta especie de himno, ‘la sola oración, desde los primeros siglos del género humano, dirigida a la Naturaleza por los representantes de una nación y por sus legisladores’, los enviados de los departamentos abundaron en palabras conmovedoras y proféticas:
‘Acercáronse a la santa copa de la libertad y de la igualdad, y al recibirla de manos del presidente, que luego les ha dado el ósculo fraternal, uno ha dicho:
‘Estoy en los bordes de la tumba, pero al acercar esta copa a mis labios creo renacer con el género humano que se regenera.’

Un viejo de luengos cabellos blancos exclama:
‘¡Cuántos días han pasado sobre mí cabeza! ¡Oh Naturaleza! yo te doy gracias por no haber muerto antes de que llegara este!’
Y otro, como si hubiese asistido a un banquete de naciones y hubiese bebido a la salud de la emancipación del género humano, dijo:
‘¡Hombres, todos sois hermanos! ¡Pueblos del mundo, que nuestra felicidad os sirva de ejemplo!’
‘Que esta agua que voy a beber –exclama otro– sea para mí un veneno mortal si todo el tiempo que me queda de vida no lo empleo en exterminar a los enemigos de la igualdad, de la Naturaleza y de la República.’
Y otro, animado de un espíritu profético, dice:
‘¡Oh Francia, la libertad es inmortal: las leyes de la República, como las de la Naturaleza, no morirán jamás!’» (págs. 728-134)

El 5 de septiembre de 1793 se crea el Ejército revolucionario y se mejora la organización del Tribunal revolucionario. El Comité de Salud Pública (Juan Bon Saint-André, Barère, Robespierre, Couthon, Hérault de Sechelles, Thuriot, Prieur, del Marne, Saint-Just, Roberto Lindet, Billaud, Varennes y Collot d’Herbois) impulsa la fuerza y el terror revolucionario. La Ley del 17 de septiembre ordena formar listas de sospechosos, y los Comités de Vigilancia actúan en todo Francia frente a quienes buscan debilitar la Revolución. María Antonieta y veintitrés girondinos son condenados el 16 de octubre…

«En los primeros días de Octubre de 1793, la Convención adopta un nuevo calendario. Ha acordado que los años de la vida francesa principiarán a contarse, no desde el nacimiento del cristianismo, sino a partir del nacimiento de la República. La nueva era comienza en 22 de Septiembre de 1792. Es el año I de la Revolución, el año I de la humanidad libre. Al sustituir los revolucionarios con la era revolucionaria a la era cristiana, dan testimonio de que en su pensamiento la Revolución es un hecho histórico por lo menos tan grande como lo fué el cristianismo, y de una significación universal.

Esperan, en efecto, que todos los hombres y todos los pueblos de la que fue humanidad cristiana harán datar ahora de la gran fecha revolucionaria su vida renovada. Precisamente, y como si el favor de los acontecimientos quisiera relacionar el nuevo orden humano con el orden de la Naturaleza, en 22 de Septiembre, en el mismo día en que fué proclamada la República, el sol entra en el equinoccio de otoño, es decir, en el punto en que ilumina igualmente los dos polos de la tierra. El informante Romme es quien hace observar esta concordancia simbólica: el nuevo derecho va a iluminar ambos polos, envolver con su luz todas las naciones y todas las razas. Pero no es solamente en su punto de partida donde la Revolución coincide con el orden de la Naturaleza. Es necesario que esta concordancia se marque en la evolución de cada año y en la marcha de los días. Por esto en el almanaque revolucionario los nombres de los meses van a reflejar el color cambiante de las estaciones, y por la virtud de las palabras y de las imágenes pondrán al hombre de las ciudades modernas en contacto familiar con las fuerzas movientes del mundo.

Fabre d’Eglantine ha caracterizado este elevado simbolismo en un informe maravilloso de colorido y de encanto (salvo tal vez algunos rasgos de polémica groseros). Quiere trasponer en el orden de la verdad los procedimientos por los cuales la Iglesia cautivaba la humana imaginación:

‘Los sacerdotes, cuyo fin universal y definitivo es y será siempre subyugar a la especie humana y encadenarla bajo su imperio, instituían la conmemoración de los muertos para inspirarnos horror a las riquezas terrestres y mundanas, a fin de disfrutarlas ellos con todo sosiego; con la fábula, y las imágenes del purgatorio nos ponían bajo su dependencia.
¡Ved con qué habilidad se apoderaban de la imaginación de los hombres y la gobernaban a su antojo! Seguramente no es en un escenario de frescura y de alegría, que nos habría hecho grata la vida, donde habían representado esta farsa. En el segundo día de Noviembre, cuando han desaparecido los días espléndidos, cuando el cielo es gris y triste, cuando la tierra se descolora y la caída de las hojas llena nuestra alma de melancolía y de tristeza, nos devolvían a la cuna de nuestros padres; en esta época, aprovechándose, de los adioses de la Naturaleza, se apoderaban de nosotros para pasearnos durante el Adviento y sus pretendidas fiestas multiplicadas, &c…
‘…De igual modo la Iglesia colocó las ceremonias triunfales y públicas como la Fiesta de Dios en los días más bellos, más largos y más efervescentes del año.
‘Los sacerdotes, en fin, siempre a beneficio de su dominio, querían subyugar completamente la masa de los cultivadores, es decir, de casi todo el pueblo, poniendo en juego la pasión del interés, sorprendiendo la credulidad de los hombres con las imágenes más grandes. No llamaban el pueblo al campo durante los calurosos e insoportables días del verano; las mieses son abundantes, la esperanza del labrador es completa entonces, la seducción habría sido imperfecta. El llamamiento hacíanlo en el mes de Mayo, en el momento en que el sol naciente no ha absorbido aún el rocío y la frescura de la aurora, arrastrando a los pueblos crédulos de los campos; con el nombre de rogativas, el ministerio de los sacerdotes se interponía entre el cielo y nosotros; entonces, después de presentar ante nuestras miradas una Naturaleza en toda su belleza, los sacerdotes podían decirnos, y nos decían efectivamente: ‘Nosotros hemos hecho reverdecer estos campos, nosotros los fecundamos con bella esperanza; gracias a nosotros se llenarán vuestros graneros.’

Ahora bien; si la Iglesia ha asociado una doctrina de ilusión y de mentira a la vida de la Naturaleza, ¿cómo la Revolución, que es el retorno de los hombres a la Naturaleza y a la verdad, no habría de estar en comunicación con la magnífica diversidad de las cosas? El comité proponía, por consiguiente, nombrar los meses según la vida misma de las estaciones:

‘Hemos buscado sacar provecho de la armonía imitativa de la lengua en la composición y la prosodia de estas palabras y en el mecanismo de su designación, de modo que los nombres de las palabras que componen el otoño tienen un sonido grave y una medida media, los del invierno un sonido pesado y una medida larga, los de la primavera un sonido alegre y una medida breve y los del verano un sonido sonoro y una medida amplia.
‘Así los tres primeros meses del año, que componen el otoño, toman su etimología, el primero de las vendimias, que se efectúan en Septiembre y Octubre, y se llama Vendimiario; el segundo de las nieblas y neblinas bajas, que son, si puedo expresarme así, la trasudación de la Naturaleza desde Octubre a Noviembre, este mes se llama Brumario, el tercero, del frío, tan pronto seco como húmedo, que se deja sentir de Noviembre a Diciembre, y se llama Frimario.
‘Los tres meses de invierno toman su etimología, el primero de la nieve que blanquea la tierra en Diciembre y Enero, este mes se llama Nivoso; el segundo de las lluvias, que caen generalmente con más abundancia de Enero a Febrero, y se llama Pluvioso; el tercero del viento que en Febrero y Marzo seca la tierra, y se llama Ventoso.
‘Los tres meses de la primavera toman su etimología, el primero de la fermentación de la tierra y del desarrollo de la savia, de Marzo a Abril, y se llama Germinal; el segundo del desarrollo y florecimiento de las plantas, de Abril a Mayo, llamándose Floreal, el tercero de la fecundidad risueña y de la cosecha de los prados, de Mayo a Junio, y se llama Prairial.
‘Los tres meses del verano toman su etimología, el primero del aspecto del país cubierto de doradas mieses que cubren los campos de Junio a Julio, se llama Mesidor, el segundo del calor a la vez solar y terrestre que abraza el aire en Julio y Agosto, este mes se llama Termidor (por un momento pensóse en ponerle por nombre Fervidor); el tercero de los frutos que el sol dora y Madura de Agosto a Septiembre, y se llama Fructidor.

La Revolución será eternamente joven como la Naturaleza; la humanidad, emancipada de las supersticiones y de las servidumbres, se bañaba en la fuente de la vida, y, según palabras de Romme, ‘el tiempo abría a la historia un libro nuevo’. Escribiendo la Convención sobre las primeras páginas de este libro las victorias terribles y gloriosas de la libertad, parecía desafiar para siempre a los reyes a que lo rompieran y a los curas a que lo mancharan.

Pero ¿á qué se debía este despertar de la nación? A la acción enérgica y concentrada del poder revolucionario. ¿Cómo podía la victoria prolongarse hasta la liberación completa? Por la unión y la acción de las fuerzas revolucionarias organizadas en gobierno.

Así lo comprendió Robespierre, y su pensamiento exprésalo en una nota en que, al entrar a formar parte del comité de Salud pública, trazóse para sí mismo su plan de acción. Esta nota ha sido encontrada entre sus papeles, y data sin duda de Septiembre de 1793:

‘¿Cuál es el objetivo? La ejecución de la Constitución en favor del pueblo.
‘¿Qué enemigos tendremos? Los hombres viciosos y los ricos.
‘¿Qué medios emplearán? La calumnia y la hipocresía.
‘¿Qué causas pueden favorecer el empleo de estos medios? La ignorancia de los descamisados.
‘Es necesario, pues, ilustrar al pueblo. Pero ¿qué obstáculos se oponen a la instrucción del pueblo? Los escritores mercenarios que le extravían con embustes diarios e imprudentes.
‘¿Qué conclusiones hay que sacar de ahí?
’1.ª Que es necesario desterrar a estos escritores como a los más peligrosos enemigos de la patria.
’2.ª Que hay que repartir con profusión buenos escritos.
‘¿Qué obstáculos se oponen al establecimiento de la libertad? La guerra extranjera y la guerra civil.
‘¿Cuáles medios hay para terminar la guerra extranjera? Poner generales republicanos al frente de nuestros ejércitos y castigar a los que nos han traicionado.
‘¿Y para terminar la guerra civil? Castigar a los traidores y conspiradores, sobre todo a los diputados y a los administradores culpables; enviar tropas patriotas con jefes patriotas para reducir a la obediencia a los aristócratas de Lyon, de Marsella, de Tolón, de la Vendée, del Jura y de todas las demás comarcas en que se ha desplegado el estandarte de la rebelión y del realismo y castigar ejemplarmente a todos los malvados que han ultrajado la libertad y derramado la sangre de los patriotas.
’1º, destierro de los escritores pérfidos y contrarrevolucionarios y propagación de los buenos escritos; 2º, castigo de los traidores y de los conspiradores, sobre todo de los diputados y de los administradores culpables; 3º, nombramiento de generales patriotas y destitución y castigo de los demás; 4º, subsistencias y leyes populares.»
He ahí el programa, de gobierno que Robespierre se trazó, y cuya ejecución parcial ya hemos visto. De ningún modo es un programa de dictadura permanente. Se propone la aplicación de la Constitución, es decir, el retorno a un régimen normal en que gobernará toda la democracia y en que el poder no estará concentrado en un comité. Pero para aplicar el espíritu de la Constitución, es decir, en beneficio del pueblo, es necesario que este mismo pueblo, libertado de la guerra extranjera y de la guerra civil, esté en estado de hacer funcionar la Constitución.» (págs. 776-779.)

«Chaumette triunfaba, y no queriendo la Commune dejar en reposo la imaginación del pueblo, instituía una gran fiesta civil para sustituir a las fiestas religiosas. Proclama el culto de la Razón, y el 10 de Noviembre, en Nuestra Señora, ante la estatua de la libertad, ‘colocada en el sitio que antes ocupaba la Santa Virgen’, celebróse la emancipación del hombre. Invitada la Convención por la tarde a una segunda edición de la fiesta, fue en corporación a Nuestra Señora. La Razón (era la ciudadana Momoro) descendió de su trono y abrazó al presidente de la Convención, Laloi. El hebertismo parecía dueño de París y de la Revolución.» (págs. 798-799.)

«Fouché decide, en el memorable acuerdo tomado en Nevers el día 9 de Octubre:
‘Artículo 1º. Todos los cultos de las diversas religiones no podrán ejercerse más que en sus respectivos templos.
Art. 2º. No reconociendo la República culto dominante o privilegiado, todas las insignias religiosas que se encuentran en las calles, en las plazas, y generalmente en todos los lugares públicos, se destruirán.
Art. 3º. Se prohibe, bajo pena de reclusión, a todos los ministros, a todos los sacerdotes, presentarse con sus hábitos talares, excepto en los templos.
Art. 4º. En cada municipalidad todos los difuntos, pertenezcan a la secta que fuere, serán conducidos al lugar designado para la sepultura común, cubiertos con un velo negro sobre el cual se pintará el Sueño, acompañados de un oficial civil, rodeados de sus amigos vestidos de luto y de un destacamento de sus hermanos en armas.
Art. 5º. El cementerio común estará aislado de toda habitación, plantado de árboles, bajo cuya sombra se elevará una estatua representando el Sueño. Todos los demás signos se prohiben.
Art. 6º. Se leerá en la puertas de este campo, consagrado por un respeto religioso a las cenizas de los muertos, esta inscripción: ‘La muerte es un sueño eterno.’

En el fondo era un acuerdo moderado. Respetaba la libertad de las creencias y hasta la libertad de los cultos. Se bien que la inscripción: La muerte es un sueño eterno tiene la pretensión de ser una fórmula materialista, y así ha podido decirse que era el materialismo oficial, obligatorio para los muertos, ya que no para los vivos. A decir verdad, la inscripción es más infantil que agresiva. Y es aún más anticientífica que anticristiana. El sueño es una función de la vida; la muerte es su disolución. Hablar de sueño es adular aún la necesidad de supervivencia, es prolongar la forma de la vida, envuelta solamente con el silencio y el reposo. La muerte es más dramática y más punzante; es la disolución de la forma, la disolución de la consciencia. (…) La Commune de París fue más allá, y el 17 de Noviembre de 1793 tomó el acuerdo, a propuesta de Chaumette, que suprimía de hecho la libertad de los cultos:
‘El Consejo acuerda:
’1º. Que se cierren todos los templos o iglesias de todas las religiones existentes en París.
’2º. Que todos los sacerdotes o ministros, de cualquier culto que sea, serán personal e individualmente responsables de todos los disturbios que se originen por opiniones religiosas; que el que pida la apertura de un templo o de una iglesia será arrestado como sospechoso…’» (pág. 800.)

«Pero Robespierre no se limita a una declaración política. Hace una profesión de fe deísta. Formula una filosofía que según él es regla necesaria de la Vida social:

‘Hay hombres que quieren ir más lejos, que con el pretexto de querer destruir la superstición quieren hacer del mismo ateísmo una especie de religión. Todo filósofo, todo individuo puede adoptar sobre el particular la opinión que le plazca. Insensato será quien crea que por esto comete un crimen; pero el hombre público, el legislador, sería cien veces más insensato si adoptara semejante sistema. La Convención nacional lo proscribe. La Convención nacional no es un fabricante de libros, un autor de sistemas metafísicos; es un cuerpo político y popular encargado de hacer respetar no solamente los derechos, sino el carácter del pueblo francés. No ha proclamado en vano la declaración de los derechos del hombre en presencia del Ser Supremo. Se dirá tal vez que soy un espíritu estrecho, un hombre de prejuicios, acaso que soy un fanático. Ya he dicho que no hablo ni como un individuo, no como un filósofo sistemático, sino como un representante del pueblo. El ateísmo es aristocrático. La idea de un gran Ser que vela sobre la inocencia oprimida y que castiga el crimen triunfante es del todo popular’ (vivos aplausos).

Peligrosa teoría, que oponía la intolerancia del deísmo oficial a la intolerancia del ateísmo obligatorio. En vano pretende Robespierre diferenciar el individuo del ciudadano.» (pág. 802.)

«Hasta allí donde el hebertismo parece triunfar, no es más que apariencia engañosa. Los observadores policiales se fijan en que las fiestas de la Razón las siguen sobre todo las mujeres. En realidad continúan yendo a la iglesia. Van, según palabras de Chaumette, a respirar ‘el olor cadavérico de los templos de Jesús’, hasta cuando estos templos afectan a otro culto. Buscaban en el nuevo simbolismo la vaga continuación del simbolismo antiguo. Por haber querido prescindir del tiempo y de la razón en una obra de liberación que supone tiempo y razón, el hebertismo no ha hecho más que modificar el decorado de la superstición. Las multitudes pasan de la adoración de la Naturaleza invocada en 10 de Agosto al culto de la Razón y en seguida al culto del Ser Supremo, y esto es siempre la misma ignorancia bajo la aparente diversidad de las fórmulas. No; no es posible prescindir del espíritu para libertarle.» (págs. 803-804.)

«Dos ideas dominantes hay en el informe del 8 Ventoso, año II. Primeramente Saint-Just protesta contra la falsa clemencia. Es la réplica oficial del comité de Salud pública a El Viejo Cordero. ¿Qué significa esta compasión repentina para los que defienden la causa de los despiadados tiranos?

‘Queréis una república; si no queréis al propio tiempo lo que la constituye, sepultará al pueblo entre sus ruinas, y lo que constituye una república es la destrucción total de lo que le es opuesto. Hay quienes se quejan de las medidas revolucionarias. ¡Pero si somos unos moderados comparados con los demás gobiernos! En 1788, Luis XVI hizo inmolar ocho mil personas de diferente edad y sexo, en París, en la calle Meleé, y en el Puente Nuevo. La corte renovó estas escenas en el Campo de Marte. La corte ahorcaba en las prisiones; los ahogados que se pescaban en el Sena eran víctimas suyas; había más de cuatrocientos mil prisioneros; cada año se ahorcaba a quince mil contrabandistas; dábase tormento a tres mil; en París había más prisioneros que ahora. En los tiempos de hambre, las tropas cargaban contra el pueblo. Observad Europa. En ésta hay más de cuatro millones de prisioneros cuyos gritos no oís, mientras que nuestra moderación parricida deja triunfar a los enemigos de nuestro gobierno. Somos unos insensatos. Ponemos un lujo metafísico en la ostentación de nuestros principios; los reyes, mil veces más crueles que nosotros, duermen en el crimen. Ciudadanos: es una ilusión querer persuadiros de que sois inhumanos. Vuestro tribunal revolucionario ha condenado a muerte trescientos malvados en un año. ¿No hizo más la Inquisición de España? ¡Y por qué causa, gran Dios! Y los tribunales ingleses, ¿no han ahorcado a nadie este año? ¿No os acordáis de Bender, que hacía asar los niños de los belgas? ¿Y nadie os habla de los calabozos de Alemania, en los que se entierra al pueblo? ¿Se habla de clemencia en casa de los reyes de Europa? No; no os dejéis ablandar.’

Y he aquí que Saint-Just, con una alusión directa, pone en causa al dantonismo y al mismo tiempo a Danton. Y de éste no se limita a decir, como decía Robespierre, «el patriota indolente y soberbio». Le acusa, claramente de preparar una reacción general:

«Sea que los partidarios de la indulgencia quieran reservarse algún reconocimiento por parte de la tiranía si la República saliese vencida, sea que teman que un grado más de calor y de severidad en la opinión y en los principios les queme, es lo cierto que hay alguno que en su corazones urde el deseo de hacernos retrogradar, ¡y nosotros gobernamos como si jamás nos hubiesen traicionado, como si no pudieran ya traicionarnos! La confianza de nuestros enemigos nos advierte que debemos estar preparados para todo y ser inflexibles.» (págs. 833-834.)

«¡El Loira es un río muy revolucionario!»


Los ahogamientos de Nantes de 1793 (grabado de Duplessis-Berteaux)

La Revolución no podía hacer otra cosa sino eliminar a quienes no querían adherirse al nuevo orden. Miles y miles de hombres que no quisieron ser ciudadanos, y disfrutar así de los Derechos del hombre y del ciudadano reconocidos por la Revolución, fueron ametrallados, guillotinados o ahogados colectivamente, como en los famosos y ejemplares ahogamientos de Nantes. Los primeros ahogamientos se aplicaron a unos ciento sesenta clérigos reaccionarios condenados a la deportación… transformada en «deportación vertical».

El primer ahogamiento tuvo lugar la noche del 16 al 17 de noviembre de 1793 (26-27 brumario del año 2), ejecutando Guillermo Lamberty y sus patriotas tan higiénica acción de salud pública: noventa clérigos perecieron ahogados (aunque en realidad sobrevivieron tres, que recogidos por los marineros del navío de guerra Imposant, fueron entregados a las autoridades de Nantes para que pudieran formar entre las filas de la segunda tanda de ahogados).

El segundo ahogamiento fue también dirigido por Guillermo Lamberty, y ejecutado por los hombres de la Legión Marat: cincuenta y ocho clérigos traídos de Angers fueron introducidos sobre una gabarra agujereada, que alejada del puerto a la entrada del estuario, produjo una perfecta «deportación vertical» limpia, rápida, económica y sin supervivientes.

El tercer ahogamiento se aplicó simultáneamente a ciento veintinueve contra revolucionarios que estaban presos en la prisión de Bouffay: fueron trasladados por soldados revolucionarios de la Legión Marat, durante la noche de 14 al 15 de diciembre de 1793 (24-25 frimario del año 2) a una barcaza que fue hundida cerca de las isla Cheviré.

No se limitaron a estos tres los ahogamientos de Nantes, pues en frase del procónsul Juan Bautista Carrier (nacido en 1756, fue gillotinado a su vez el 16 de diciembre de 1794), «¡El Loira es un río muy revolucionario!». Ahogamientos que fueron objetos de mil historias donde la leyenda se cruza con la realidad: las «barcazas con válvulas», los «matrimonios republicanos» donde curas y monjas eran atados en posiciones obscenas antes de su «deportación vertical» hacia las profundidades del Loira, ahogamientos sistemáticos de niños, &c.

El 23 de diciembre de 1793 (3 nivoso del año 2) se aplicó el higiénico y saludable ahogamiento a ochocientos individuos contrarrevolucionarios, encerrados en dos barcos que fueron hundidos frente a Chantenay.

Como suele suceder en todos estos momentos culminantes de la historia de la humanidad, donde unos hombres se ven obligados a neutralizar a otros hombres para garantizar el progreso de la sociedad en su conjunto, hay disparidad en las cifras de los ahogados en Nantes a finales de 1793 y principios de 1794: unos historiadores hablan de poco menos de dos mil ahogados, otros suponen que fueron cerca de cinco mil.

Pero, a pesar de todo, el calendario republicano duró poco más de doce años, pues fue abolido cuando los ciudadanos franceses libres se entregaron al gran Napoleón, que les prometió hacer de Francia un imperio universal y supo reconocer también que «un cura me ahorra cien gendarmes».

Y la burguesa, ilustrada y «revolucionaria» Francia fue descubriendo a lo largo del siglo XIX las ventajas de volver a ser cristianísima, como pregonaba de sus antiguos reyes, ante los avances del anarquismo y del socialismo: el 22 pluvioso del año 66 la niña Bernardita Soubirous recibió la visita de la Virgen en Lourdes. Aquel 11 de febrero de 1858 se produjo la primera de una tanda de dieciocho «apariciones» de la virginal madre de Jesucristo; una Virgen que además en esa ocasión no hablaba el francés unificador, sino que buscando fragmentar la unión política de la Nación francesa, se dirige a la joven en un patois más parecido al español que al francés: «Que soy era Inmaculada Concepciou.»

La siempre frustrada ansia globalizadora de Francia le llevó a intentar en el siglo XX que Africa hablara en francés. Si España e Inglaterra con sus Imperios habían logrado expandir internacionalmente el español y el inglés, por qué no someter África a la francofonía…

Ya han logrado que seis millones de musulmanes hablen francés y vivan en Francia, sin integrarse en sus valores revolucionarios (¿europeos?) pero formando comunidades cada vez más potentes en torno a los minaretes de sus mezquitas.

¿Qué harán ahora desde el Eliseo? ¿Decretar «deportaciones horizontales»? ¿Activar «deportaciones verticales»? ¿Doblegarse y rendirse, decadentes y exhaustos, para permitir inertes la instauración, en el mismo territorio donde ciudadanos revolucionarios supieron liberarse de las cadenas del clero y la nobleza para alcanzar la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, de una Teocracia Islámica que haría bueno al denostado Antiguo Régimen de borbones y cristianos?

Tras las acciones puntuales del 11-S, del 11-M, del 7-J… Brumario de 214 señala sin duda un nuevo hito en la historia de las relaciones sociales y políticas entre grupos humanos que son incompatibles e irreconciliables. Francia es el escenario, Francia tiene la respuesta y la palabra… si aún le queda aliento.

María Santillana Acosta