La sabiduría estética de Paris Bordone en la representación de un mito universal.

Por Artepoesia

 

La iconografía de Venus, Marte y Cupido en el Arte clásico representó una tríada estética que definía claramente el sentido de sus personajes mitológicos según la narración de los autores clásicos. En algunos una relación inapropiada y en otros perfectamente natural. La historia del Arte los utilizaría más en la primera versión que en la segunda, pero, en ambos casos con la determinación de una pasión amorosa muy inevitable y decidida. Pero pocos pintores consiguieron, sin embargo, lo que Paris Bordone alcanzaría ya con su obra manierista del año 1560.  Ahora se nos representa una relación muy distinta de los dos amantes porque no hay una comunicación directa entre ellos. Cupido, además, se dedica mejor a distraer a Marte del sentido primordial de su realidad amorosa. El gesto de Venus es muy sorprendente aquí, ¿hay un gesto de Venus en el Arte más desolador o más enigmático? Ambos amantes sostienen la manzana pasional en sus manos, lo que no es suficiente para satisfacer una pasión tan relevante y precisa. Parecen sostener con ella una excusa sin sentido por un amor utilizado ahora para un fin que no es el perseguido tradicionalmente. Marte mira a Cupido, que parece pedirle la manzana en un alarde tan poco estimulante a lo lúdico, a lo sensual o a lo relacionador de su mito. Bordone fue un pintor veneciano a la sombra del gran Tiziano y de los grandes discípulos de éste. Sin embargo, viajaría por Europa más que sus colegas venecianos y se impregnaría de las diversas formas de expresión que la pintura de mediados del siglo XVI experimentaba. Especialmente su viaje a Francia fue, probablemente, muy decisivo en la manera de representar ciertas formas diferentes de ver las cosas. La alegoría mítica de Venus y Marte no era solo sexual sino también social, representaban la dura y difícil ecuación entre la paz y la guerra en el mundo. La idea primordial de ambos personajes suponía siempre el triunfo de la paz de Venus sobre la beligerancia terrible de Marte. Pero aquí, en la obra de un Bordone al final de su vida, Venus no parece ya tan segura de su triunfo avasallador de siempre. 

Es de las pocas representaciones de los dos amantes en donde no se relacionan de ningún modo. Ni se miran, ni se tocan, ni se percatan de la presencia del otro. El Arte más universal es aquel que traspasa las fronteras del tiempo y de la historia para conseguir trascender su momento y clarificar la profunda verdad oculta ahora bajo las apariencias sensibles. ¿Cómo descubrió un pintor provinciano del siglo XVI la grandeza estética de un encuadre tan revelador? Ahí está Venus insinuante apenas para descubrir la realidad de un deseo inconcluso, deteriorado, condicionado, desperdigado, imposible... La visión del mito en Bordone se rompe claramente. Se deja ahora lo que se representaba en otros casos para ceñirse a otra cosa distinta. No hay paz posible que consiga vencer las veleidosas distracciones de un mundo irreverente... Ya no se obtiene la gracia que siempre vencía poderosa ante las bajezas manifiestas de los hombres. Estamos en el año 1560 y la historia llevaba años de dolor por el enfrentamiento bélico de un siglo terrible. Europa se había dividido ideológicamente y esa división llevaba la sangre como un reguero de muerte sagrada. El mito hablaba de muerte y de amor, de pasión y de delito. Pero, entonces solo se vislumbraba la muerte, la desunión, el desafío de lo enfrentado más inevitable. Pero el Arte es universal y transfronterizo en tiempo y en circunstancias. Hoy vemos la obra y recrearemos el mito con el sesgo inevitable de la pasión, del amor y de la vida. Entonces descubriremos la genialidad de un pintor que, muchos siglos antes, hubo percibido ya la realidad insatisfactoria de las relaciones sentimentales de los seres humanos abatidos por el desamor. ¿Fue eso en verdad? Imposible saberlo. Pero el Arte es un reguero de visiones solapadas por el espíritu del tiempo poderoso. Vemos la representación y vemos lo que vemos. Una incongruencia emocional que la estética de un pintor manierista supo reflejar con brillantez adivinatoria. 

No hay en el Arte más que subjetividad donde otros ven objetividad decidida. Pero el Arte es eso, visión perceptiva de un sujeto condicionado por el entorno temporal y social en el que vive. La grandeza de los pintores es, entre otras cosas, haber sido capaces de expresar una emoción universal para un tiempo universal en un mundo universal. Cupido seguirá intentando alcanzar la manzana que no es para él, Marte seguirá confundido por la distracción y Venus no alcanzará a entender por qué todo ahora es tan diferente. La intención estética de Bordone no es lo importante sino su representación universal. Y en la obra la expresión de Venus es absolutamente definitoria. La pasión se ha esquilmado por las veleidosas sensaciones que nada tienen que ver con la pasión. Está ahí desentonada Venus, no es más que un patético reflejo de su sorpresa y de su delirio. La vida no es siempre la misma que ella viera relucir en otros momentos de efusión divina. ¿Qué ha pasado entonces? La genialidad del pintor veneciano es sublime al conseguir trastocar una imagen tradicional por otra cosa distinta. Pero, con ella, con esta nueva visión diferente, el pintor consiguió desmitificar la verdad manida con el posible sometimiento de la realidad a una sensación totalmente distinta. Ya no hay siempre emoción y satisfacción consecuente. Ya no hay siempre una realidad emocional que supera las circunstancias y que llevará la transformación de un deseo a una realidad plena. Las cosas habían cambiado a mediados del siglo XVI de una manera radical. La vida ya no tenía las mismas referencias que antes. La transformación se había realizado a lo largo de años de lucha, de enfrentamientos, de desunión, de falta de un referente mayor que supusiera la verdad única y definitiva. Lo mismo pasaría con las emociones y las pasiones con el tiempo. Solo el pintor plasmaría una parte de esa verdad, pero ésta, sin embargo, traspasaría los siglos y las evoluciones para llegar, sutilmente, a conseguir reflejar con el tiempo una expresión tan perpleja como lo fuese entonces.

(Óleo Venus, Marte y Cupido, 1560, del pintor manierista Paris Bordone, Galería Doria Pamphilj.)