Probablemente este verano ha sido la época que más veces se ha visto el nombre del dictador español reproducido en los medios en más de 40 años. Y ello a vueltas con el destino del monumento funerario de Cuelgamuros, su significado y la reciente decisión del nuevo gobierno socialista de trasladar el cadàver del militar a otro lugar.
La memoria histórica aporta soluciones saludables a las emociones de muchos, mientras crea desazón en otros. Tal depende de la conciencias y lo que la memoria pueda evocar.
La historia suele ser lo que se ha escrito. La Prehistoria se ocupa de cuando no hay registros escritos. Luego están la metahistoria, la parahistoria y los relatos falsarios, que desgraciadamente no son escasos.
En lo que se fiere al ámbito de la salud, los historiadores de la Medicina, sesudos y benéficos académicos, se ocupan de una parte. Lamentablemente no hay tal cosa como historiadores de la salud, al menos corporativamente.
Ofrecemos aquí una referencia a un documento que, por pertenecer a un observador externo, ilumina una buena parte de lo que ocurria con la salud y la asistencia sanitaria en los años negros de la dicatadura, de cuando “Spain” era aún más “different” que ahora. Y su traducción publicada en Gaceta Sanitaria: http://files.elsevier.es/publications/02139111/unassign/S0213911118300918/v2_201806190515/es/main.assets/mmc1.pdf como lectura de verano.
El informe Brookington, una historia de 1967.