"la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora."
Juan de la Cruz. Cántico espiritual.
Hace unos días me di el capricho de asistir al festival de teatro clásico de Mérida. Estar sentado junto a cuatro mil personas en un edificio de más de dos mil años es una sensación extraña. Cuando se apagaron las luces para dar comienzo al espectáculo pude ver claramente como aproximadamente un tercio de los asistentes tenía sus caras iluminadas por sus teléfonos móviles que consultaban animadamente mientras esperaban. La sensación fue chocante. Es verdad que todos llevábamos un móvil, pero que tanta gente lo estuviera usando aprovechando una breve espera me dio la pauta del grado de dependencia que tenemos frente a este adminículo que se ha constituido en una prolongación de lo que creemos ser. Nos pasamos muchas horas del día en modo zapping mental. Ya lo llevamos haciendo años con la televisión pero ahora es peor dado que esa televisión ha encogido y la llevamos en el bolsillo. Construimos andamios audiovisuales con los que sostenemos el árido panorama de nuestras vidas, tratando así de suavizar los sinsabores y engañar la sed. El problema es que este sucedáneo no deja de ser un frágil parche que no es capaz de contener el oleaje de nuestros deseos. Seguimos con un hambre voraz de todo aquello que un ser humano necesita: contacto, reconocimiento, belleza, seguridad, tranquilidad de ánimo... No somos conscientes del enorme precio que pagamos con este zapping vital que destruye algo tan frágil como imprescindible para alcanzar eso que algunos llaman felicidad: el silencio. Los poetas y los místicos ya nos lo cantaron, para encontrar el éxtasis hay que salir a la intemperie, a ese lugar pavoroso y misterioso que constituye el silencio interior. Únicamente quien sabe adentrarse en la soledad sonora encontrará la inspiración, el sentido ó al dios desconocido. Para crear hay que salir del modo zapping mental y entrar en esas aguas silenciosas que nos permiten reencontrarnos con nosotros mismos y desde ahí contactar con todo lo demás. Cuando no lo conseguimos terminamos sufriendo y enfermando. Algún fusible suele saltar para avisarnos del desastre de abandonarnos a nosotros mismos. La temporada estival ofrece muchas oportunidades para el ruido pero también para el silencio. Descansar del modo de conexión mental permanente, de las pantallas, de los aparatos que nos rodean es una sugerencia atrevida a la par que contracultural. Basta mirar el mar, el cielo estrellado ó regalarse un paseo... la paz está más cerca de lo que pensamos.