La sutil geometría del Arte es invariable a pesar de la evolución de las tendencias.

Por Artepoesia

¿Qué definió Leonardo da Vinci de la estructura del Arte? Pero, sobre todo, ¿qué relación meta-artística sobrecogería a los grandes creadores para entrever en sus obras la ideación geométrica más sutil o más inevitable? El manierista Tiziano compuso a mediados del siglo XVI una versión de la mítica leyenda de Marte y Venus ahora con la apasionada estilística renacentista. Su composición es sublime, absolutamente bella y definitiva para el Arte más clásico. Los amantes clandestinos (Venus estaba unida a Hefesto pero acabaría enamorada de Marte) son aquí entrelazados desde una visión artística sugerentemente original. Es Venus sobre todo quien es retratada magnificientemente en la diagonal más resolutiva del cuadro. Marte tan solo perfilará una mínima parte en el lienzo manierista: el perfil de su cabeza ladeada y su brazo derecho son ahí de él lo único ahora visible. No la abraza a Venus sino que apenas la rozará, porque la diosa renacentista no puede ser alterada en su excelsa figura desnuda y divina. Sutilidad de manierismo delicado o principios estéticos refulgentes de cierta caballerosidad erótica renacentista. Pero el pintor debe, sin embargo, manifestar en su obra la pasión y la entrega más ardiente. En la mirada atenta y fervorosa y en su mano derecha abrazadora, Venus atiende ahí a la consecución de una entrega tan decidida de ella. En la posición de la mano de su brazo poderoso, Marte determinará en la obra renacentista la pasión más incontenida, aunque ahora ésta muy subliminalmente. 
Pero la geometría artística de Tiziano es evidentísima en el ángulo recto que formará el brazo derecho de Venus sobre el fondo del hombro de Marte. Es tan recto, es un ángulo tan perfecto y delineado como la armonía renacentista obligará en su diseño artístico. Ahí está ese ángulo recto para modelar con él la sensación incontenida del estilo manierista, propio de la sublimidad renacentista ante la pasión, también incontenida, de esa leyenda. No puede el pintor ahora más que situar a Cupido levitando con su flecha al otro lado de ambos amantes. El resto es pasión poética y mitológica, dialéctica amorosa señalada ahí entre los trazos esbeltos de Tiziano. Así, de una forma tan decidida, compuso el creador veneciano su ángulo tan recto sobre el brazo enamorado de ella. Podría haberlo inclinado un poco, podría así, tal vez, haber mostrado un poco más de incontinencia pasional. Pero no. El renacimiento desconsiderado no era una opción para el pintor, como tampoco era una opción no buscar la geometría perfecta. ¿Qué ojos no ponen ahora un maravilloso interés en el perfil delimitado por la ortogonalidad más armoniosa de una figura tan esbelta? El pintor lo remarcaría además ese ángulo, señalaría el contorno de la línea del ángulo del brazo de Venus para dar así más fortaleza a su figura tan recta. Cuatrocientos años después el Arte volvería a magnificar los volúmenes geométricos. El postimpresionismo lo descubriría entusiasmado antes. El cubismo lo revolvería necesitado después. 
Y Picasso lo llevaría a su mayor genialidad compositiva en su personal tendencia modernista. En el año 1925 pinta a su hijo Pablo como Pierrot, demostrando entonces la intemporalidad más genial del Arte. Ahora, lejos de aquella amalgama de belleza desmesurada tan renacentista, Picasso buscaría la armonía equilibrada más sublime para el nuevo Arte que llegaba. Las líneas rectas determinarán la composición compacta de su obra moderna. Los rectángulos delinearán el fondo simple y modelado del cuadro. Pero es ahora un triángulo el formado aquí entre las dos piernas del niño retratado, ese que configura ahí dos triángulos rectángulos con el ángulo tan recto como lo fuera aquel renacentista. ¿Dónde se simbolizará el lenguaje artístico entre estas dos tendencias tan diferentes en el modo y en el tiempo? En la geometría particular configurada por el deseo de los creadores de buscar resortes en que apoyar el equilibrio mínimo para sostener un sentido artístico. Sin él no es posible componer nada que alcance una cierta belleza modelada. Por muy pequeña que sea, por la mínima expresión incluso, esa que a veces no acompañará otras cosas más excelsas, que tan solo incluirá ahora los matices necesarios para poder sostenerla, como fuera el caso de Picasso. O la que acompañará siempre la belleza sublime más desmesurada, aunque ahora apenas se vislumbre -aquel ángulo recto manierista- absorbido por la sutileza grandiosa de la perfilación clásica más ensoñadora de belleza, como lo fuera el caso de Tiziano. Pero, como en ambos creadores, la geometría versará siempre en el Arte para guiarnos en la sutil influencia atractiva de una imagen.
(Óleo Marte, Venus y Cupido, 1550, del pintor veneciano Tiziano, Museo de Historia del Arte de Viena, Austria;  Lienzo Paulo en Pierrot, 1925, del pintor español Picasso, Museo Picasso, París, Francia.)