La tienda de los horrores – El sabor de la sandía

Publicado el 27 febrero 2010 por 39escalones

Si hay una película que demuestre el tan acostumbrado divorcio entre crítica y público, es esta producción taiwanesa de 2005, para quien escribe, uno de los despropósitos más extravagantes y ridículos jamás filmados, pese a lo cual obtuvo, entre otros, los siguientes premios: Oso de Plata en Berlín a la mejor contribución artística y Premio Fipresci, Premio Especial del Jurado, Premio de la Crítica y Premio al mejor actor en el Festival de Sitges. Casi nada, y sin embargo, nos reafirmamos en el calificativo anterior a la vista del catálogo de absurdeces, vaga y pretendidamente provocativas, y de momentos repugnantes, gratuitos y/o estúpidos, que contienen sus ciento doce minutos de metraje.

Valga como ejemplo la escena que sigue a la larga introducción de varios minutos en la que sólo vemos un largo pasillo filmado como si de una cámara de vigilancia colgada en una esquina se tratara y en la que aguardamos pacientemente a que dos mujeres se crucen y desaparezcan cada una por un extremo del pasillo… Pues bien, a continuación, véase el cartel, un chico y una chica orientales practican el sexo con una sandía de por medio. El joven, en plan taladro, va a travesando la carne de la sandía en cuestión hasta que, primero, llega a la carne de la muchacha y, más tarde, la embadurna del agua y de las pepitas que contiene tan sabrosa y refrescante fruta. Escenas así, de sexo casi explícito, en la que planos de penes y vaginas se combinan con momentos de coitos y prácticas sexuales varias, van mezclándose en la narración junto a inesperados, coloristas y divertidamente absurdos números musicales estilo años 50 que aparecen sin venir a cuento y que, supuestamente, evocan momentos de la trama, y con las evoluciones de la pareja protagonista, un actor porno y una joven solitaria que se hacen mutua compañía en un Taiwán sometido a una inclemente ola de calor. Ella intenta paliar los calores robando agua de las fuentes y los aseos públicos; él sube a las azoteas de los edificios para bañarse en los depósitos de agua de las últimas lluvias. Mientras el gobierno hace publicidad de los métodos que debe seguir la población para mitigar el calor (entre los cuales está la ingestión del zumo de sandía, óptimo para librarse de la sed y a la vez ahorrar agua), los dos jóvenes se curan de su soledad, entre coreografías marcianas y folleteo insustancial y bastante antierótico por desagradable.

No es que aquí seamos muy puritanos, todo lo contrario. Pero, por más que haya quien insista que lo que pretende el director Tsai-Ming-Liang es desmitificar el género pornográfico y denunciar el carácter de objeto con el que son retratadas las mujeres en ese tipo de cine, no puede negarse que las escenas sexuales, los planos de órganos genitales y la situaciones descritas son claramente, y a veces cómicamente, absurdas y repulsivas. Porque quizá pueda hacer gracia una escena en la cual los técnicos se acurrucan junto a los intérpretes en un baño muy reducido para realizar su trabajo, pero la última escena, el coito con una actriz inanimada cuyos miembros, con perdón, son sostenidos por el equipo técnico en lo que constituye un canto a la necrofilia deliberadamente provocador pero vacío, incongruente e innecesario en sí mismo, es más bien asqueroso, y viene rematado por una eclosión final tan repelente como innecesaria y carente de sentido. Y, por si fuera poco, la película abusa de todas las notas negativas que, como clichés, se van adjudicando, demasiado a menudo con ligereza, al cine asiático: aburrimiento, lentitud, gratuidad, vacuidad, ausencia de cualquier cosa parecida al ritmo, falta de trama y obsesión por lo contemplativo.

Pero en este caso, en efecto, así es. Porque, falta de una historia lineal que pueda seguirse cno facilidad e interés aparte, la película encadena excenas sexuales con números musicales de inspiración clásica con la sandía como elemento vertebrador y con largas, monótonas, lánguidas, innecesariamente tediosas, tomas de los protagonistas, bien sentados en un columpio del parque sin decirse nada, bien caminando por largos pasillos o sentados en el suelo de habitaciones vacías. Únicamente un puñado de hallazgos visuales sostenidos por la excelente fotografía constituyen un elemento positivo por el cual esta película, o lo que sea, puede conducir a algo que no sea el suicidio. Aunque no faltan quienes, alardeando de esnobismo y de una presunta categoría intelectual superior que, cual iniciados en un club exclusivo, les permite apreciar “manjares” donde los demás no vemos sino aburrimiento y estupidez, pretendan coger el rábano por las hojas. O, en este caso, la sandía por las pepitas.

Acusados: todos, excepto, Liao Pen-jung, el director de fotografía
Atenuantes: la fotografía y el divertido surrealismo de los números musicales
Agravantes: el resto
Sentencia: culpables
Condena: introducción anal de las susodichas sandías