La tienda de los horrores – La ciénaga

Publicado el 16 enero 2010 por 39escalones

En el cine sólo hay una cosa igual de repulsiva que ese tipo de fenómeno encarnado hoy en cierta película de muñequitos de tres horas hecha en 3D, sin historia ni mérito artístico alguno y con derroche tecnológico como envoltorio, cuya calidad se mide en cientos de millones de dólares de recaudación y no en interpretaciones, guión, narración o técnica que aporte algo a la historia; sólo hay una clase de directores (jamás uno caerá en la tentación de llamarlos cineastas, porque ser cineasta es otra cosa) que resulte tan repelente como el indocumentado capaz de crear una catarata de efectismos digitales que no cuenten nada en sí: hablamos de aquellos directores que hacen películas para su ombligo, del llamado desde este mismo instante, cine-pelotilla. Porque si malo es tragarse cualquier bodrio hollywoodiense de los que hoy se anuncian en los telediarios, tanto peor es agarrarse en plan cultureta a las historias densas, insoportablemente tediosas y repugnantemente absurdas de ciertos autores en aras de una búsqueda de genialidad que al público se le pueda escapar, generalmente con el proselitista fin de afirmar la propia exclusividad de gustos o la superioridad de la propia inteligencia a la vez que el desprecio a las historias entendibles y a los gustos populares.

Y no creemos en absoluto que esta película de 2001 dirigida por Lucrecia Martel, la mimada del cine argentino, sea una expresión egocéntrica de su autora, una especie de proyección de sus delirios de grandeza y de una conciencia propia un tanto pagada de sí misma. Al contrario, es su forma de hacer cine. Mejor o peor, pero suya, auténtica. Sin embargo, hay quienes se someten con gusto al pecado de considerar geniales ciertas cosas por el mero hecho de que nadie las soporta con el fin de afirmar su distinción y refinamiento a la hora de apreciar el arte. Y eso es lo que pasa con el cine de Lucrecia Martel, encumbrado por la crítica y por cierto tipo de público y, realmente, tan complejo como soporífero.

La historia de La ciénaga se termina de contar pronto. Porque no tiene historia. El premio al mejor debut del Festival de Berlín de 2001 y al mejor guión de Sundance del mismo año no cuenta nada, en sus ciento dos minutos de tedio no sucede nada. Solamente se limita a retratar la agobiante y pegajosa estancia de una familia argentina en una finca campestre durante algunas jornadas de un tórrido y angustioso verano, sin un hilo conductor, sin una sola conversación con sentido que pueda seguirse, sin nada que se parezca a un planteamiento ni a un desenlace. Con pocos diálogos pero intrascendentes, imágenes feas, casi grotescas de gente apoltronada en hamacas o directamente en la cama mientras su sudor impregna la ropa o brilla a la luz de los focos, llena pasajes completamente innecesarios de niños chillando o jugando y mayores indolentes y adormitados, se supone que Martel retrata la decadencia de la institución familiar, de corte principalmente burgués, a la par que hace un retrato psicológico angustioso, incómodo, desasosegante y minimalista de un grupo de personajes superados por la existencia.

Este cine “de pajas mentales” consigue a menudo el beneplácito de la crítica y de buena parte de los colegas del gremio de la dirección (de hecho la productora de los hermanos Almodóvar corrió a financiar sus siguientes proyectos), y logra ser reflejada en las crónicas como una obra extraña, dura, violenta pero llena de talento visual, vigor narrativo (¿lo cualo?) y magnífico trabajo de dirección, por no hablar de la rica y compleja construcción intelectual del film, pero olvidan hacer hincapié en determinados defectos que saltan a la vista y que son capitales. Primer mandamiento del cine: no aburrir. Pues Martel aburre, aburre mucho, aburre hasta a las ovejas.

Ese es el principal problema de La ciénaga, que es insoportablemente apática, densa, sin gancho, garra o emoción de ninguna clase, sin nada parecido al ritmo, que avanza linealmente sin nada que decir ni que mostrar, sin que surja en ningún momento nada parecido a la idea de conflicto, que se agota en su propio título y en la pretendida -y larga, muy larga- sensación que esta colección de fotogramas parece querer transmitir: la similitud de la ciénaga física con el estado mental y emocional de esta familia y, por ende, de todos nosotros, criaturitas de la moderna sociedad. Pues no cuela. Hay quien intenta decirnos que arte y aburrimiento son sinónimos, y es tan falso como decir que cine y entretenimiento lo son.

Película de ronquidos garantizados, es, por derecho propio, el mayor truño que ha aparecido en esta sección. Personalmente, uno prefiere zambullirse en la ciénaga de Shrek.

Acusados: todos
Atenuantes: ninguno
Agravantes: cualquier plano, cualquier secuencia, tedio, tedio, tedio…
Sentencia: culpables
Condena: bosta de búfalo en grandes cantidades para todos