La tienda de los horrores – Las 13 rosas

Publicado el 26 junio 2010 por 39escalones

Poniendo por delante nuestro reconocimiento a las víctimas del episodio que narra la película y nuestro agradecimiento a quienes investigan y difunden atrocidades semejantes que nos permitan no olvidar lo que ha sido la historia de este país, Las 13 rosas, dirigida por Emilio Martínez-Lázaro en 2007, es uno de los grandes fiascos del cine español reciente, uno de esos filmes más populacheros que sólidos de los que “justifican” cierta mala fama del cine español vinculada al sempiterno recurso de contarnos “una de la guerra civil”. Plena de decisiones erróneas, de equivocaciones tanto en la forma como en el fondo, para salir a flote la película apela incesantemente a los buenos sentimientos del espectador, a su querencia lacrimógena, como única vía de mantener el interés y la fuerza de una fábula sentimental y un poco tonta muy por debajo de la crudeza y el dramatismo de los acontecimientos reales en los que se inspira. La cinta cuenta la historia de unas jóvenes madrileñas detenidas al poco de finalizar la guerra y que, acusadas injustamente de querer refundar las Juventudes Socialistas en la clandestinidad del Madrid ocupado y de un presunto y delirante complot para asesinar a Franco, sufrieron torturas y malos tratos en los interrogatorios y fueron encarceladas como paso previo a su fusilamiento en el verano de 1939.

La película, por desgracia, no les hace ninguna justicia a las víctimas. Con corrección en la puesta en escena y en la ambientación, si bien con un poquito de tendencia a usar computadora allí donde no tendría por qué hacer falta (esa Cibeles tapiada de videojuego…), el primer problema del filme es el guión, obra de Ignacio Martínez de Pisón, un defecto amplificado por el montaje, que a buen seguro dejó material decisivo fuera del largo metraje final de dos horas y cuarto. En primer lugar, la necesaria conservación de los aspectos más conocidos del caso obliga a partir de trece víctimas, lo cual implica, bien que no pueda contarse apenas nada de cada una, con lo que el espectador ha de sentirse por fuerza distanciado, sin capacidad de identificarse o empatizar con el personaje en cuestión, bien el abandono de la historia de la mayor parte de ellas o su caracterización con trazos gruesos e imprecisos en favor del desarrollo más pormenorizado de sólo un puñado de ellas que habrán de ser el vehículo por el que el público entre en la historia. Eso es lo que sucede en la película, a lo que hay que añadir los personajes secundarios y los antagonistas de las jóvenes, que obviamente también requieren su protagonismo. Precisamente, a causa de ello, nos encontramos con la paradoja de que, más allá de cuatro tomas generales, al espectador no se le ofrece ninguna visión de conjunto de las jóvenes, no distinguen apenas sus rasgos, historias y personalidades (excepto las dos o tres protagonistas del grupo y dos o tres secundarias extraídas de ellas), que se confundan unas con otras o que directamente no se reconozcan, mientras que algunos secundarios gozan de más minutos en pantalla, más protagonismo incluso, que la mayor parte de las “homenajeadas”.

Al problema de los personajes centrales se une el de algunos secundarios que son abandonados sin comtemplación a medida que la historia avanza y de los que no volvemos a saber nada, personajes a menudo mucho más interesantes, con más matices y más recovecos que exponer que los que proporciona el coro de pavisosas en que la película convierte a las jóvenes víctimas, un grupo de niñatas que, en algunos casos por inconsciencia, en otros por estupidez, y en los menos por compromiso político (reflejado de manera tosca y superficial), se ven metidas en un lío que las supera. Al hilo de esto, la escena que muestra el “atentado” a causa del cual son perseguidas y detenidas es risible, casi ridícula, allí donde tuviera que estar dominada por la tensión, el nerviosismo y el suspense. Por otro lado, la película se apunta una virtud: aunque los malvados fascistas no pueden ocultar lo que son, en la película, quizá por la necesidad de contemporizar y de evitar acusaciones de maniqueísmo, se intenta ofrecer el lado más humano y comprensivo con algunos de ellos, realizando perfiles con matices ambivalentes y alejados del estereotipo con el que todos identificamos a los fanáticos del franquismo (aunque esta característica se ciñe a muy poquitos personajes, quedando el resto encuadrados dentro de los arquetipos más esquemáticos del imaginario colectivo), sin llegar, obviamente, a justificar su comportamiento, pero logrando encuadrarlos bastante bien en un contexto histórico, político y social más complejo que en la mayoría de las producciones del mismo género.

Lamentablemente, ni los aspectos negativos del tratamiento de personajes son compensados por unas interpretaciones reseñables (en especial resulta lamentable cómo se convierte a algunas de las chicas en bobas perdidas), ni los aciertos en el dibujo de algunos secundarios son aprovechados por sus intérpretes para ofrecer algo más que un catálogo de frases hechas y lugares comunes. En cuanto a éstos, llama la atención que, ideológicamente hablando, la película se limite a contener una colección de eslóganes, pero que, respecto a lo dramático, lo sentimental, fracase al no conseguir transmitir auténtica emoción, al resultar sus diálogos y situaciones impostados, forzados, cualquier cosa menos naturales. No sólo porque se ponen frases en la boca de personajes que jamás podrían decir, ni siquiera pensar, las cosas que el guión les obliga a decir, sino porque la única forma que la película parece tener para buscar la emoción es con la acumulación de lágrimas y los musicales subrayados de la banda sonora de Roque Baños, partitura espléndida pero infrautilizada por su continuo servicio a la lágrima fácil.

Estirada hasta el hartazgo en cuanto a duración, extenuante por reiterativa en su segunda mitad (hasta el punto de que uno llega a desear que las fusilen de una vez), el gran delito de la cinta es evocar a las víctimas como unas pedorras simplonas y repetidoras de eslóganes vacíos y de ensoñaciones tontinas, mientras que por otro lado se pretende no cargar tanto las tintas en las cuestiones políticas e históricas del momento (por más que se relaten los pormenores de la detención, procesamiento, tortura, juicio y encarcelamiento), ni tampoco en las ideológicas (intentando hacer un cine “para todos los públicos”, no defendible o condenable desde sectores políticos) y hacer hincapié en el vínculo sentimental entre protagonistas y espectador, utilizando para ello no el poder de la historia, sino el camino más corto: la lágrima fácil.

Las rosas, los cientos de miles de víctimas de la tortura y la represión, merecían bastante más.

Acusados: todos
Atenuantes: la ambientación
Agravantes: el sentimentalismo barato
Condena: culpables
Sentencia: filmar un remake del clásico juvenil americano Los albóndigas en remojo, con las trece chicas caracterizadas de albóndigas a través de la masiva ingestión de las mismas…