La tienda de los horrores – Sin límites

Publicado el 30 octubre 2010 por 39escalones

Menuda cogorza debía de llevar encima el británico Paul Morrison cuando dirigió en 2008 el subproducto Little ashes (Sin límites), plana e intrascendente, casi más bien insultante, aproximación a la relación de unos jóvenes Buñuel, Dalí y Lorca en su estapa en la madrileña Residencia de Estudiantes. El presunto delirio de sustancias alcohólicas o psicotrópicas ha de hacerse extensivo a Philippa Goslett, perpetradora del guión (se supone que inspirado en los diarios del propio Dalí, reinventados por ella como si el propio artista no se hubiera inventado ya bastantes cosas sobre su vida y autoproclamada genialidad), al reparto, en el que destaca el mamarracho-guaperas de turno, ídolo de quinceañeras mentales y supuesto actor Robert Pattinson, y a los españoles, tanto productores como intérpretes que aceptaron colaborar en semejante denigración de los retratos ofrecidos de tres de los mayores genios de la cultura española, a su vez tres de las más importantes figuras del panorama mundial durante el siglo XX y hasta la actualidad.

El pecado es aún mayor si pensamos en las excelentes obras -como las de Ian Gibson o Agustín Sánchez Vidal- que han profundizado en el estudio y explicación de aquella relación a tres bandas tan peculiar y decisiva para la cultura mundial, y que, afortunadamente, nada tienen que ver con la inventiva de director y guionista de esta burda patraña, esperable por otra parte de aquellos productores y autores extranjeros que se detienen en las superficiales etiquetas de los lugares comunes a fin de crear estereotipos y narraciones planas y alimenticias que les hagan la mitad de la campaña de publicidad para el estreno. Así, Morrison y compañía no dudan en mentir, falsear datos o incluso de enorgullecerse de sus metidas de pata históricas, cuando no deliberadas tergiversaciones (la presentación de Gala, posterior esposa de Dalí, la extraña e inexplicable ausencia de Pepín Bello, el eslabón oculto entre los tres genios), a fin de que la realidad tan bien conocida en España no les estropee sus infantiloides giros de guión y su emotividad tontita y barriobajera.

Los intérpretes, perdidos en la nada más absoluta, a la deriva en una historia que en ningún momento sienten ni trasladan al espectador (especialmente el inútil de Pattinson, una caricatura bochornosa, ridícula, absolutamente cretina del ser atormentado, dubitativo, desorientado, emocionalmente roto), sólo están a la altura de una técnica lamentable: ángulos de cámara mal escogidos, decorados horrorosos, localizaciones auténticas penosamente elegidas, una labor de dirección casi ausente, un montaje hecho a mordiscos y una sensación constante de improvisación, de precariedad mental, de falta de un trabajo real tanto de texto como de creación de personajes, situaciones y escenas que no superaría la de cualquier trabajo de fin de curso de una escuela de cine de Karachi. A ello hay que añadir la penosa mezcla de lenguas: filmada en inglés con vistas a una futura (con toda seguridad ruinosa) distribución internacional, es constante el uso de palabras en castellano para adornar de manera tópica y pintoresca el devenir de la historia principal y de sus conversaciones, la mayor parte de las veces con una espantosa pronunciación del castellano por parte de los anglosajones y un uso todavía más horripilante del inglés por parte de los españoles.

La mayor traición, sin embargo, es la apuesta por una relación “más allá de la amistad”, incluso en términos físicos, que la película da por hecha contraviniendo todos los datos y certezas demostrados por los mayores estudiosos en las vidas de los tres artistas, en lo que constituye una clara apuesta por el morbo de ficción y un nulo respeto por figuras ajenas a la cultura anglosajona impensables en el retrato de personajes propios. Allí donde el cine americano o británico manifiesta un repugnante puritanismo cuando de filmar hagiografías de sus “santos” históricos y culturales se trata, no vacilan en saltarse sus propias cortapisas morales e intelectuales cuando de mentir, manipular o tergiversar personajes de otras culturas se trata. Este mal endémico, producto de la típica soberbia anglosajona, cuenta con la colaboración aquí de parte del equipo artístico y técnico, que coadyuva con su presencia a este insultante despropósito.

El colofón, como no podía ser de otra forma merced a los constantes esfuerzos de la película por estropearlo todo, es la deficiente recreación del asesinato del poeta Federico García Lorca, más propia de una parodia de La hora chanante o Muchachada Nui que de una película con pretensiones de retratar con cierta fidelidad uno de los episodios más relevantes y desgraciados de la guerra civil. Una conclusión a la medida de este petardo infumable, de esta película interminablemente lenta, autoparódica, sonrojante, vergonzosa. Un engendro que nunca debió haber existido y que hace nula justicia a la estatura humana, intelectual y artística de Federico García Lorca y Luis Buñuel, y a las poses publicitarias y a las genialidades provocadoras de ese payaso llamado Salvador Dalí.

Acusados: todos
Atenuantes: las referencias citadas por el guión respecto a las carreras futuras de los tres artistas no están del todo mal
Agravantes: las mentiras e invenciones, la nula y deliberada voluntad de respetar la verdad histórica y personal en aras de la manipulación y el morbo
Sentencia: culpables
Condena: inyección intravenosa de aceite de ricino enriquecido con zumo de nabos podridos