La tienda de los horrores – Sliver (Acosada)

Publicado el 01 mayo 2010 por 39escalones

Nuevamente asoma por aquí Phillip Noyce, director australiano de corto alcance en cuya filmografía lo más estimable resulta ser Calma total, la primera aparición relevante de Nicole Kidman en el cine, la continuación de la saga del agente Jack Ryan (Juego de patriotas, Peligro inminente) con Harrison Ford sustituyendo a Alec Baldwin, y la adaptación del best-seller de Grahan Greene El americano impasible, destacando su tripleta de truños El santo, ya reseñada aquí, El coleccionista de huesos, que no tardará mucho, y esta Sliver (Acosada), una de las peores cintas norteamericanas de los noventa y probablemente la peor de 1993.

Nada peor, comercialmente hablando, que pretender exprimir una fórmula de éxito surgida por casualidad para intentar llenarse los bolsillos con toda la facilidad y el menor trabajo posible. Aprovechando el pelotazo que supuso Instinto básico, y a partir de una novela de Ira Levin, Noyce (sustituto de un Roman Polanski que salió por patas en cuanto se olió la tostada), el guionista Joe Eszterhas y la ínclita Sharon Stone se embarcaron en este bodrio insufrible de nuevo con la intriga y el erotismo como pilares de un argumento ridículo y tonto hasta lo risible, defecto sólo superado por el aburrimiento y la estupidez de unos diálogos escritos a oscuras: la atractiva Carly (Stone) es una mujer que acaba de dejar atrás un matrimonio infeliz, y, como está forrada, se muda a un lujoso edificio de una de las zonas más ricas de Nueva York (porque es Sharon Stone, no se a va ir a una ratonera de Queens…). Pero resulta que el edificio tiene tela marinera, porque en él se han sucedido una serie de extraños accidentes que han provocado unas cuantas muertes peliagudas. Aunque de momento no le ha tocado el turno a los dos vecinitos que el pibón se encuentra al llegar allí, Zeke (William Baldwin), presunto guaperas soltero y dispuesto a hacerle un boquete a Carly a la menor ocasión, y Jack (Tom Berenger), escritorzuelo de novelas de misterio que está obsesionado con lo que pasa por su casa.

Y para de contar. Así dicho, hasta puede tener su aquel, pero ni flowers. Empezando por el reparto, pésimamente escogido y de una calidad ínfima. Sharon Stone, cuyo coeficiente intelectual parece ser escandalosamente algo, no suele aplicarlo a la elección de sus personajes, y atesora una filmografía tan pobre como sonrojante. Aquí, desde luego, se lució, y la búsqueda del éxito derivó en ridículo, no ya sólo por un personaje que no hay por dónde cogerlo, sino porque su aporte interpretativo se limita a menear el pandero e insinuar la holgura de sus glándulas mamarias, dentro de un orden mínimo de ropa (porque en América lo erótico tiene que mantenerse dentro de los estrictos cánones de la hipocresía y la doble moral generales). Por otro lado, a los tíos no les va mucho mejor: si Tom Berenger es un actor plano con poco lugar para los matices, aunque más de una vez haya conseguido salirse de su percha, encontrándose aquí perdido y desesperado en una ambigüedad creada a martillazos, William Baldwin (y de paso toda su familia, saga en verdad nefasta para esto de la pantalla) bien podría haberse ganado la deportación, no ya sólo por el repulsivo careto facial y el corte de pelo que le han puesto, sino porque es, sencillamente, de un patetismo que deja perplejo.

La dirección de Noyce, si la hay, esfumada entre la ambiciosa y “exótica” fotografía de tres directores distintos (Vilmos Zsigmond, Laszlo Kovacs y Michael A. Benson), está plagada de equivocaciones y elecciones erróneas, pero lo peor de todo es que esta presunta intriga montada sobre el fenómeno del voyeurismo ni intriga, ni seduce, ni provoca ningún bajo -ni básico- instinto. Quizá por el clima de continuos problemas que reinó en un rodaje en el que los protagonistas no podían ni verse, afectando por tanto a la química final entre ellos vista en pantalla, puede que por el horripilante montaje y un guión constantemente reescrito sobre la marcha, el caso es que la trama no hay por dónde cogerla, no tiene lógica, sentido ni aparente finalidad más allá de que la Stone presuma de glúteos y perder al espectador en el ya habitual juego de dobles intenciones a fin de mantener en secreto hasta el final la identidad del malo maloso. Aun a costa, eso sí, de que actores, director y guionista se pierdan igualmente y, cansados de dar vueltas de tuerca, no sepan cómo acabar de una vez.

Película que seguramente encantará a los adolescentes hormonados, la mezcla de suspense y continuos coitos no va más allá de un mal intento por sumarse a eso de los thrillers eróticos (que tanta morralla ha producido, como la saga Juegos salvajes, por ejemplo), sin que ningún aspecto técnico o artístico, ni siquiera los encantos anatómicos de la protagonista, puedan salvar el conjunto de una merecida quema.

Acusados: todos
Atenuantes: la banda sonora de Howard Shore no está mal
Agravantes: William Baldwin
Sentencia: culpables
Condena: Mandingo para todos menos para la Stone, que a esa le gustaría…