La tienda de los horrores – Un paseo por las nubes

Publicado el 12 noviembre 2011 por 39escalones

De cagada sin paliativos puede calificarse este horrendo bodrio perpetrado por el actor y director mexicano Alfonso Arau para la industria de Hollywood en 1995. Arau, tras el éxito internacional de Como agua para chocolate(1992), probó suerte con un reparto internacional de grandes figuras y el soporte de la 20th Century Fox con un remake de una película italiana de 1942, a la que reduce a la mera condición de culebrón pasado de moda, caramelizado y almibarado hasta la diabetes.

Las coordenadas narrativas son convencionales para este tipo de productos sentimentaloides: una joven (Aitana Sánchez-Gijón) que vuelve a su casa embarazada y avergonzada de su condición de futura madre soltera recibe la inesperada ayuda de un licenciado del ejército (Keanu Reeves) recién llegado del frente y cuya vida carece de futuro y de alicentes, que acepta hacerse pasar por su marido. Así, la chica puede presentarse ante su familia, anclada en las tradiciones y la moral religiosa católica propia de los mexicanos (según la película), sin temor a que se sientan agraviados y sin sentir vergüenza. Pero claro, ella es tan mona y él tan apuesto y bienintencionado, que lo que era un apaño temporal empieza a convertirse en encandilamiento mutuo, momento en el cual, como en todo culebrón de tercera categoría, empiezan a surgir los problemas que convierten ese amor en imposible… Una birria, vamos.

La música de Maurice Jarre y algunos bellísimos exteriores con fotografía de Emmanuel Lubezki no sirven para mitigar el hastío que provoca esta colección de lugares comunes pretenciosamente románticos. Uno a uno se van cumpliendo todos los tópicos esperables dadas las circunstancias, sin escatimar lágrimas, obstáculos para el amor, enfrentamientos familiares al respecto, y un final agridulce que, no obstante, deja la puerta abierta a la felicidad made in Hollywood. El entorno rural de la historia, presidida por los viñedos que explota la familia, da pie igualmente a una importante colección de absurdos, el mayor de los cuales es el “momento aleteo”, con la familia y los peones de la finca (de cuyas condiciones de vida míseras apenas se dice nada y que no son más que floreros oportunos en este cuento de hadas vinícola), provistos de alas cual mariposones humanos, recorriendo los viñedos de punta a punta en plan duendes del bosque para, con la brisa levantada con su batir de brazos, mantener la temperatura de las viñas y de las uvas… Eso, por no hablar de la fiesta de la vendimia que se montan, que deja bien claro que ninguno de ellos conoce Cariñena.

Pero hay dos detalles todavía más hirientes: uno, el hecho de que un mexicano como Alfonso Arau consienta, utilice y multiplique la colección de tópicos negativos atribuidos a los mexicanos por los gringos, tanto en el aspecto folclórico como en el religioso y cultural, su retrato caricaturesco, casi paródico, del que se escapan muy pocos personajes, todos ellos, dicho sea de paso, interpretados por actores no mexicanos (excepto Anthony Quinn, mexicano, sí, pero asimilado por Hollywood desde hacía décadas); dos, la nula química del dúo protagonista, la española Aitana Sánchez-Gijón, cuya carrera en Hollywood -y casi se diría su carrera en el cine en general- sufrió un tremendo frenazo, si no una parálisis, a raíz de su interpretación de lo que todas las actrices españolas han empezado interpretando en Hollywood (incluida Pé), es decir, a una mexicana, y el palurdo de Keanu Reeves, nominado al premio Razzie por su espantosa creación del veterano de guerra con cara de palo, perdido, inútil, impresentable, una nulidad en la pantalla, carente de carisma, de fuerza, de emoción, haciendo la estatua sorprendida al lado de intérpretes tan carismáticos y sólidos como la propia Aitana o los grandes Anthony Quinn y Giancarlo Giannini, que son los que salvan un poco los muebles y los que suben el listón artístico, dramático e interpretativo para impedir que la película genere una embolia con tanto azúcar. Lástima da ver a ambos perpetrando personajes tan planos, previsibles y carentes de atractivos, por más que sepan sacarles partido con solvencia y ofrecer algún momento de tensión e intensidad estimable.

En suma, una castaña difícil de soportar, un producto desprovisto de la lectura social de su original de 1942, volcado en lo puramente sentimental hasta extremos casi casi insoportables, que deja de lado los verdaderos temas interesantes que abriría la cuestión de un embarazo no deseado en el seno de una sociedad tradicional o los aspectos relacionados con los traumas psicológicos o con las dificultades de reintegración de un soldado a la vida civil tras cinco años de combates, y se limita a adaptar a las estéticas yanquis la moda iberoamericana de los culebrones folletinescos. Un guión construido para el lucimiento de Reeves, con abundantes planos del muchacho en camiseta de tirantes, y de una actriz que Aitana Sánchez-Gijón nunca debería haber sido. Como diría Kurtz: “el horror, el horror”…

Acusados: todos
Atenuantes: Anthony Quinn y Giancarlo Giannini
Agravantes: un guión pésimo, Keanu Reeves, la ridiculización de los mexicanos
Sentencia: culpables
Condena: Quinn (que ya llevará lo suyo por los cielos) y Giannini, absueltos; el resto, un paseo por las nubes, sí, pero desde la puerta de un Airbus, y sin paracaídas…