Lo primero que se me ocurre es que en nuestro país se “torea mucho de oído”. Esta expresión se aplica cuando un torero pone toda su atención en los aplausos y abucheos del público para acomodar sus pases a lo que pide el tendido. Si el tendido aplaude, el torero repite la suerte. Si comienza a oí abucheos, cambia hacia otro pase diferente. Dicho de otro modo, el torero hace lo que le dicta el público y no lo que él cree que tiene que hacer.
No es difícil encontrarse con directivos que aplican el mismo principio: observan qué es lo que hacen los demás competidores y “torean de oído”. Eso explica que muchas veces no se encuentre una explicación lógica a las decisiones que se toman; la razón de ser de buena parte de ellas responde a la premisa: “lo hacemos porque lo hace todo el mundo”.
La pregunta que viene a continuación es: ¿por qué nos falta imaginación y originalidad? ¿Por qué tenemos “inhibida” nuestra capacidad para pensar, reflexionar y crear iniciativas propias? Complejo asunto. Quizá el problema nazca ya como consecuencia de un proceso educativo en el que a los niños no se les enseña a pensar, a razonar las cosas; las explicaciones las aporta el profesor y los alumnos deben aprenderlas sin más cuestionamientos, sin aplicar procesos lógicos de pensamiento que fomenten la reflexión constructiva. Parece que este arcaico modelo ya está cambiando, pero hasta que las nuevas generaciones lleguen a responsabilidades directivas… ¿qué hacemos?
Por otro lado, también creo que muchos ejecutivos no tienen perfectamente claras cuáles son sus tareas prioritarias dentro de la empresa y ello aboca a “desenfocar” la atención: se dedica mucho tiempo a tareas rutinarias y urgentes, pero se relegan las cosas importantes. Recuerden que “urgencia” e “importancia” son cosas diferentes que no siempre van de la mano. Veamos:
La toma de decisiones es la tarea capital de un directivo. De ello depende el futuro de su organización.
Pero para tomar decisiones acertadas es conveniente tener un abanico de opciones posibles, cuánto más amplio, mejor. Cuantas más opciones, más enriquecedora es la reflexión y más probabilidades hay de dar con la solución correcta para el problema concreto.
Usando aquella recurrente frase de Mahoma y la montaña, podríamos decir que “si las ideas no vienen a nosotros, tendremos que ir nosotros a por las ideas”. Estar metido en los despachos en tareas rutinarias y no “abrirse” al exterior es uno de los mayores errores que se comenten desde la empresa, sobre todo porque es fuera en donde están las ideas que pueden ser la semilla del cambio.
Es más frecuente de lo deseable encontrarse con directivos que no acuden nunca a ningún evento en su ciudad, o que no salen a comer con colegas de otras organizaciones, o que no se suscriben a ningún newsletter del sector, etc. La excusa es siempre la misma: “es que no tengo tiempo para esas cosas”. El tiempo lo dedican a estar dentro de la empresa y desconocen qué pasa por el exterior, error capital que bloquea la entrada de ideas, de sabia nueva, y aboca a la organización a la rutina y la monotonía; hasta que un buen día descubren que el “exterior” se llenó de empresas nuevas que hacen las cosas diferentes y, sólo entonces, les entra la prisa y la ansiedad por aprender y cambiar. Esa así de triste: sólo se mira para afuera cuando el problema ya lo tenemos encima y estamos desesperados buscando una solución.
En fin, por no extenderme más acabaré con un lamento a modo de resumen: la empresa no es solo aquello que un buen día decidimos emprender. Esa empresa se inserta dentro de una sociedad y un sector económico determinado, y ambos afectan directamente a su desarrollo como no podía ser de otra manera. Encerrarse en la rutina cotidiana inhibe la capacidad de pensar, bloquea la entrada de ideas nuevas y, con el tiempo, provoca que la compañía se pare mientras todo su entorno continúa evolucionando. Y con entornos tan cambiantes y dinámicos, quedarse encerrado en la “jaula” es la peor decisión que se puede tomar: desde ella se ve muy poco mundo.
En conclusión: ¿qué acaba haciendo la gente que se pierde la observación de todas las oportunidades que el mundo le presenta? Pues como dije al principio, acaban “toreando de oído”.
Un saludo