(Acerca de la obra del joven profesor de Artes Visuales en la Universidad de las Artes, ISA)
Texto: Amilkar Feria Flores
Fotos: Cortesía del artista
Ciertamente podría especular en abundancia sobre cualquier asunto relacionado con el margen subjetivo de la visualidad. Pero existen particulares manifiestamente evidentes en la obra de algunos creadores, en los que, imaginación aparte, el rasero de familiaridad nos descubre en presencia de códigos calidamente reconocibles.
Cuando Dionisio me mostró su trabajo mas reciente, me encontré en el curioso umbral de lo ya visto, mas desde una perspectiva desconcertante y novedosa (felizmente novedosa). En un mismo espacio, bajo las consabidas consideraciones de la tradición académica de finales del XIX europeo, del postimpresionismo, al tiempo que del Modernismo de Gustav Klin o Egon Schiele, apelando a la tradición geométrico abstracta de la herencia pictográfica africana (pienso en los decorados de los bronces de Benin, o en los ancestrales ornamentos de los calados y textiles bantúes), conviven en armonía los resultados estéticos de este creador.
Obviamente, apegados al criterio espacio-temporal de lo que he denominado “Mediterráneo” para clasificar su obra, no sacaremos en claro un punto de anclaje para identificar ciertos resultados en la obra de este artista. Pero si les adelanto que el termino no hace otra cosa que clasificar lo que se encuentra, en pacifica coexistencia, entre dos modos o tradiciones de expresión cultural, específicamente las que se ubican al Norte y al Sur de un brazo de mar, entonces coincidirá conmigo en que los diseños pictóricos que atraviesan las cartulinas y telas de Jarrosay responden al ambivalente criterio con que las he calificado (siempre que quede margen para otras clasificaciones).
Con suficiente desacato, y de pasada, nombré al resultado de su trabajo como “diseños pictóricos” porque aquí también hay otro modo de colindancia entre maneras o practicas creativas con supuesta autonomía expresiva. Diseño, Pintura, o cualquier otra manera de clasificación, definitivamente visual, van a rodar aquí al mismo embudo de manifestación apreciativa.
Curiosamente desapegado de la herencia folklorista africana en las raíces culturales cubanas, Dionisio no se “recuesta” a los modos con que otros artistas visuales han incursionado en la temática “negra”. Rostros mestizos, negros o pálidamente caucásicos, desfilan cuidadosamente sobre las superficies de representación, develando matices de precisa colindancia racial, declamando con exquisito tratamiento los perfiles formales de las tipologías especificas inherentes al mestizaje idiosincrático, no solo insular, sino, por el develado tratamiento formal, universal.
Las relaciones formales, que tan caras resultan a ese otro espacio de la apreciación que es la ambientación, no dejan de la mano lo meramente formal para tocar los ingredientes de un fenómeno humano que, con asombrosa inclinación hacia lo geométrico en las definiciones anatómicas, lindando con lo cibernético, definen al hombre como un ente en sistemática e infinita evolución, trátese ya de sus aspectos biológicos como espirituales.
Hay espacio aquí para el pensamiento y el éxtasis contemplativo. Solo es necesario el sesgo indispensable de una mirada que viaje escalonadamente desde lo superficial y brillante, hasta el rango mas profundo de la condición humana.
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