La trampa de las expectativas

Por Cristina Lago @CrisMalago

Hacerse ilusiones, construir castillos en el aire, aferrarse a las palabras sin esperar a los hechos…¿cuántas veces confundimos expectativas con realidad y sufrimos por todo lo que nunca acaba de llegar?

Me escribe una chica con una duda muy habitual en el consultorio. Ha conocido a alguien a través de una página web de contactos y ha estado whatsappeándose con esta persona durante un mes. Él le ha dicho que buscaba algo serio y que prefería conocerla bien antes de quedar, pero sin embargo, los contactos han ido espaciándose. Ella ha empezado a comerse la cabeza: qué habré dicho; qué habré hecho; ¿me ha vendido la moto?; si quería algo serio ¿por qué ya no me hace caso?…

Hablamos sobre el tema largo y tendido y finalmente, descubrimos que lo que le había enganchado realmente no era la personalidad del chico o su conversación chispeante: era el busco algo serio. El sentimiento de soledad y las ganas de tener pareja de esta chica, habían hecho el resto.

De golpe y porrazo él había pasado de ser una persona más a la que estaba conociendo a la categoría de potencial pareja. Y como la imaginación es infinita, el busco algo serio había desembocado en una plétora de fantasías que iban desde la escena de la arcilla de Ghost hasta envejecer juntos cogidos de la mano en algún imaginario porche de una casa de estilo neocolonial rodeados de sus nietos.

¿Por qué creamos expectativas? El cerebro humano posee un área llamada corteza orbifrontal, desde la cual se crea una red neuronal que crea predicciones sobre aquello que nos rodea. Esto nos ayuda a almacenar conocimientos para comprender el mundo y anticipar peligros, cadenas de acciones y consecuencias. Simplificando: si estás leyendo este artículo, y pulsas F5, la página se recargará de nuevo. Esto es una expectativa basada en un aprendizaje de experiencias anteriores.

Si no ocurriese nada u ocurriese que de repente el texto comenzase a borrarse, o se te apagase el PC, no se cumpliría la expectativa, lo que generaría otro mecanismo: el de la sorpresa/decepción, seguida de la preocupación y rematada por un repaso de emergencia del antivirus.

Lo mismo sucede cuando una persona no cumple con nuestras expectativas, lo cual ocurre de forma casi constante a lo largo de nuestras vidas, por la mera razón de que las personas no tienen nada que ver con los ordenadores…y para la complejidad que habita dentro de cada uno de nosotros, no existe ningún antivirus.

Si las relaciones sólo se basasen en las intenciones, y no en sentimientos y emociones, seguramente nadie incumpliría las expectativas de nadie. Ya lo decía aquella famosa frase: el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Quien haya iniciado alguna vez un proyecto con todas las ganas del mundo y no se haya desinflado, o sentido que estaría mucho mejor haciendo cualquier otra cosa, que levante la mano.

Uno puede quedarse atrapado durante años en unas expectativas. Sucede a menudo en las relaciones de pareja que se rompen: uno a veces no echa tanto de menos a la persona en sí, sino a lo que esperaba de ella y nunca llegó a materializarse.

Todo duelo amoroso incluye una readaptación mental a unas variables no esperadas.

Hay amores que están construidos enteramente sobre la expectativa: cuando X cosa/persona cambie, por fin estaremos bien y seremos felices. Si has vivido esto, habrás comprobado que el esperar algo de alguien a veces puede tener una fuerza tan descomunal que interpone un velo opaco sobre una realidad completamente distinta. ¿El amor nos vuelve ciegos? No, pero las expectativas, a veces sí lo hacen.

Por suerte, el cerebro también tiene la capacidad para adaptarse a lo inesperado. Ante las expectativas que se desdicen una y otra vez, se nos ofertan dos caminos:

- La neurosis: no puedo confiar en nadie, todo el mundo te acaba fallando, mintiendo o utilizando.

- La evolución: confío en mí mismo. Estoy preparado para todo aquello que pueda suceder.

No se trata de eliminar toda expectativa. Para empezar, sería algo muy arduo, porque implica ejercitar un contrahábito para deshacer un proceso natural y necesario del cerebro; y además suena bastante deprimente ir por el mundo declarando culpables hasta que se demuestre lo contrario.

Puestos a esperar de los demás, esperemos lo mejor de nuestras parejas, nuestros padres, nuestros amigos y hasta de nuestros compañeros de trabajo. Pero para no caer en la trampa de las expectativas – y vernos atascados en un cada vez mayor peso de deudas imaginarias, rencores impagados y egos desinflados – es preciso asumir que los demás no están ahí para cumplir nuestros sueños, nuestros deseos o nuestros planes de vida y por tanto, que lo que esperemos de ellos, es esencialmente nuestro problema.

Porque al tomar el mando de la responsabilidad sobre nuestra vida, la expectativa se torna menos etérea y más terrenal: en resumen, la construimos con hechos, con realidades, con demostraciones visibles y palpables. Con un te quiero y no un a lo mejor te querré, con un lo hago y no con un lo haré, con un abrazo real y no con uno virtual y con un quiero algo serio contigo, no un busco algo serio con quien sea.

Un ejercicio mental: cuando notemos que estamos creando expectativas sobre alguna persona o relación, hagamos una lista. En una columna, pongamos lo que esperamos de esta situación y en otra, los hechos reales que están aconteciendo. Si las expectativas y los hechos están cercanos y son correspondidos, sigamos disfrutando. Si hay diferencias sustanciales entre unos u otros, estaremos revelando parte de nuestras carencias y nuestras necesidades: lo cual brinda una estupenda ocasión para conocernos y proponernos cambios.